Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXXIII

FREYA

Era una estúpida, pero sentía que perdería su libertad.

Deseaba casarse, aunque se le hacía imposible controlar los impulsos de su cuerpo.

Era un alma libre, y percibía que si se unía a Adler le cortarían las alas.

Eres una estúpida, cabeza dura.

Ese hombre daría todo por ti, y le pagas huyendo después de confesarle que te quedarías a su lado sin importar que.

Reaccionó, para acto seguido regresar sus pasos con una velocidad envidiable.

Pasando a los hombres que la perseguían, los cuales la observaban sin entender nada.

Cayendo a los brazos del rubio, que prácticamente fue arroyado por su ímpetu, cuando por fin lo visualizó.

Jadeante, y en el suelo encima de este, lo observó.

Despertaría todos los días con ese perfecto rostro cerca del suyo.

Al alcance de sus dedos.

No se lo perdería por nada.

Ni si quiera por sus absurdos miedos.

—Lo siento —se excusó abrazándole a la par que le llenaba el rostro de besos —. Un momento de debilidad, y de pánico que no pude controlar —se merecía una bofetada.

—Sin esos momentos dejarías de ser la mujer de la que me enamoré, dulzura —sonrió extasiado haciendo que su corazón se detuviese, al igual que se alterase con una velocidad vertiginosa.

Volvió a enfocarle.

—Prometo no volver a huir —se mordió el labio con culpa por defraudarle, a tan solo instantes de haberle dedicado palabras de incondicionalidad.

—No importa —aceptó acomodándole uno de los cabellos sueltos detrás de su oreja —. No importa las veces, ni la hora, ni los días que tengas ganas de salir corriendo, porque la realidad te pese. Porque yo iré a tu encuentro, hasta que entiendas que tu jaula de oro siempre estará abierta para que vueles, para que despliegues tus alas —contuvo un sollozo —. Porque lejos de querer someterte, deseo ayudarte en esa tarea de conseguir la verdadera felicidad. Pues tú eres eso para mí —no tuvo palabras para responder aquello.

Solo pudo besarle.

Con pasión y necesidad.

Sin importar los espectadores.

Ese hombre era el indicado para su corazón.

Se lo demostraría cada segundo de su día.

Y cada día de su vida, hasta el fin de su existencia.

∙ʚɞ∙ 

SEBASTIEN

—Sebastien ¿Dijiste que detendríamos ese enlace? —soltó con desconfianza y miedo creciente Abigail, al ver como se internaban por un camino oscuro, perdiéndose del rumbo que según su poca coordinación debían seguir.

Llevando unas horas de recorrido, y sin dar con las personas que cazaban.

Estaba oscuro, y los murmullos del viento no ayudaban a sus nervios.

Por su parte Sebastien, solo sonrió en respuesta besando el dorso de su mano con fingida devoción.

—¿Y qué te hace pensar que eso no es lo que estamos haciendo? — rió de manera sombría, logrando que un escalofrió recorriese todo su cuerpo —. Tenemos un objetivo en común, querida, y eso nos convierte en cómplices pese a nuestros inconvenientes en el pasado —ese que no olvidaría jamás —. Así que, no veo el porqué de tu desconfianza —el tono de inocencia falso que utilizó le hizo respingar.

Porque ni él era inocente, y entre ellos había demasiadas cuentas por saldar como para que simplemente ignorase el hecho de que, siempre la consideraría su enemiga.

Dejándola hasta lo último en sus planes, para que la expectación le carcomiera la cordura.

—Te conozco, esposo —por lo menos no dudo para soltar palabra —, y sé que no te conviene que Adler sea feliz —estaba dando justificaciones absurdas para darle largas a lo que ya presentía.

El ambiente se estaba cargando de una energía espesa que la envolvía.

Cada extremidad de su cuerpo engarrotada por el frio creciente, hasta el punto de hacerla tiritar.

No tratándose del clima.

—Exacto —le dio la razón —. Del punto que se vea, no me conviene —le acarició el rostro con una veneración que sus pupilas no demostraban —. Lo conozco como la palma de mi mano, y sé que jamás podrá perdonar un engaño de ese calibre —correcto como pocos —. Convirtiéndote en la indicada, desde el punto en que se le analice.

—De paso te cobrarías lo que le hice a ella, ganando irremediablemente sin darte una posibilidad de pérdida —no era tan estúpida como parecía, pero si demasiado ingenua para su gusto.

Aunque también podía verse desde el punto de lo convenenciera que se tornaba, con tal de que todo saliera como se esperaba.

Chasqueó la lengua, negando mientras atenazaba su mentón con rudeza.

Llenando con ese mero movimiento sus cuencas de lágrimas, que se resistían a derramarse.

Demostrando una valentía que no portaba.

—No querida, de ninguna manera saldará tu deuda —ni volviendo a nacer podía pagarle el significado de ese ataque directo —. Pues esto vendría siendo un regalo que quieres que te otorgue, al devolverte a los brazos del correctísimo Adler Somerset —trató de soltarse, pero afianzó el agarre —. Porque no perdonar, no significa que te trate como el despojo que eres —dos gruesas lagrimas surcaron su rostro.

—Cr… creí que estos años conviviendo tras mi error, había logrado… —ni los sollozos, ni su interrupción le permitieron continuar.

—¡Cállate, hija de puta! —su presencia le asqueaba, y ya no tenía paciencia para fingir —. Que me calentaras la cama, no significa que me haya olvidado de lo que le hiciste por tus ganas de llamar mi jodida atención —no merecía que la regresara a su pesadilla, puesto que, el que le causó daño fue su persona no ella —. Me importó una mierda que te revolcaras con media América, y hasta con Black, y el príncipe Prusiano, porque tu entidad me tiene sin cuidado —eso era lo que más le ardía —. Pero, te metiste con lo único que nunca debiste de haber mirado dos veces —ese fue su mayor error.




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