Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXXIV

FREYA

Seguía flotando en una nube de sentimientos encontrados.

La vida le estaba dando más de lo que alguna vez soñó.

Nunca se imaginó que se pudiese sentir tanto en el pecho, al punto de que las sensaciones recorrieran su cuerpo causando un leve cosquilleo, que lejos de ser molesto se convirtiese en una de las impresiones más placenteras que había experimentado en su corta existencia.

Posterior a la ceremonia, y de que las palabras formaran un aura de felicidad, con ellos sumergidos en su propia historia de amor, se quedó sola.

Se hallaba en la habitación que ocupaba Adler en la posada.

Recorriendo la estancia maravillándose de su olor.

Pese a estar aromatizado con canela, el perfume de Adler sobresalía impregnando cada rincón de la estancia.

Con solo haber arribado hace unas pocas horas, su esencia era tan sinigual que ni siquiera el ambiente se resistía a sus encantos.

Suspiró como una tonta enamorada.

Así era como se sentía, y no se avergonzaba de demostrarlo.

Observó los anillos que adornaban su dedo.

Rememorando las palabras tan profundas que le dedicó, con el amor que las pronunció. Sobre todo, con la devoción con la que la observó.

Respiró hondo besando esos aros tan significativos, para después por su propia cuenta proceder a deshacerse del vestido que ocultaba su desnudez.

Apreciándolo como un estorbo al precisarse tanto nerviosa como exhausta por todo lo acontecido en las últimas horas.

Estaba tan inmersa en sus pensamientos, que no se percató en que instante con pasos escuetos y felinos se había acercado por su espalda la persona que para esos momentos era la más importante de su vida.

La que se estaba convirtiendo en su mundo.

La tomó por sorpresa cuando sus dedos fríos tocaron los suyos.

Respingó en respuesta, pero al percibir su cálido aliento con su aroma sin igual, se relajó al completo. Permitiendo que una sensación de entumecimiento se instalase en la parte baja de su vientre.

Sin decirse nada se dejó hacer.

Las palabras sobraban en lo que se estaba dando de forma espontánea.

Desató cada botón de la prenda con una parsimonia agonizante.

Acariciando la tela como si fuera la creación más perfecta.

Mientras delineaba sus curvas, dejando pese al pequeño obstáculo marcas de fuego en su piel.

Una de sus manos se posó en su hombro, deshaciéndose de a poco de aquella barrera que se estaba tornando molesta.

Su espalda chocando con el pecho de este.

Su toque la estaba dejando sin fuerzas, sin razonamiento.

Provocando que abandonase todo el peso de su existir, suspendiéndolo en el cuerpo que la estaba debilitando de forma placentera.

Logrando que conociese nuevas facetas de su cuerpo, con las que no estaba familiarizada, pero le encantaban.

La prenda se deslizó hasta caer a sus pies dejándole con la fina tela de su camisón casi traslucido que hacía juego con el vestido, y las medias que encubrían sus torneadas piernas nívea.

La separó lo suficiente de su cuerpo, para con todo el tiempo del mundo examinarle con ardoroso deseo a la par de invaluable afecto, que le contrajo los pulmones al sentir su profundo escrutinio en la parte trasera de su organismo.

En ese momento todos sus sentidos estaban puestos en él.

En que la tenía a su completa merced.

Y lejos de querer librarse de ese efecto, lo único que anhelaba era perderse en todo lo que le estaba produciendo.

Dejó un beso húmedo en su cuello haciéndole tiritar en respuesta, tras una inhalación profunda que sonó a un suspiro entrecortado cargado de excitación, consiguiendo que al sentir su patente respiración todo el cuerpo se le erizase temblando ligeramente jadeante.

La giró para por fin quedar enfrentados instándola a con los pies apartase el vestido que yacía en arremolinado en el suelo, acto seguido poner el escrutinio en su entidad encontrándose con una imagen, que no solo le secó la boca, si no que le hizo temblar las piernas.

Trastocando sus sentidos, hasta el punto de dejarle sin razonamiento lógico.

Sus ojos celestes estaban sumidos en el más profundo mar del deseo.

Su respiración agitada, el cuerpo caliente, y los labios remojados por su lengua consiguiendo que sintiese envidia, por no ser ella la que estuviese navegando en esa boca hecha pecado.

Trató de decir algo, pero había perdido la voz.

Cerró los ojos al sentir como delineaba su rostro con uno de sus grandes dedos. Hasta detenerse es sus labios, acariciándolos.

No se contuvo, y se los besó queriendo que fuesen poseídos por los de él.

Moría por una arremetida de su candente boca.

Bajó su mano recorriendo su cuello, hasta llegar al inicio de sus pechos. En donde danzaban sus manos jugando con la tela que cubría esa zona.

Sus pezones estaban duros, deseosos de ser atendidos y se desesperó cuando los rozó un instante, sin detenerse si quiera a darles un poco de cariño.

Soltó un gruñido protestante, que fue respondido con una ronca risa malévola de su parte que le agitó las entrañas.

Siguió con su roce hasta tocar la parte de su abdomen.

En ese momento apreció un frio en su espina dorsal a causa del miedo.

Trató de alejar su mano de esa área, para que no sintiese su cicatriz, pero él no la dejó.

No quería que percibiera que no era perfecta de forma física, de que se unió a la incorrecta.

Que se arrepintiera.

Con la mano que tenía libre atenazó su cintura inmovilizándola.

Suspiró con pesadez cuando besó la comisura de sus labios para calmarle. Para recordarle que estaba ahí por voluntad, y que seguía venerándola como el segundo anterior.




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