Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXXVII

FREYA

«—Te hice una pregunta Alexandre Allard —apremió al ver que su hermano en un buen tiempo no se atrevió a mediar palabra —¿Porque tienes una carta dirigida a Lord Beaufort en tu poder? —nuevamente el silencio volvió a ser el protagonista, puesto que su escrutinio se enfocaba en los sobres que estaban en el mueble en el que antes se hallaba —. No la abrí, si es lo que te preocupa —era entrometida, pero respetaba esa parte de su vida que continuaba repeliendo por el daño que le estaba causando.

No se lo merecía.

—¿Quién te dio permiso para que invadieras mi privacidad? —carraspeó regresando su atención al problema principal.

Trató de quitarle el papel, pero ella ágilmente se lo introdujo en el escote cruzándose de brazos con semblante triunfal.

» ¿Crees que esto es un juego? —preguntó con el autocontrol a tope, pasándose las manos por el cabello.

—Eres consciente de que mi vida estuvo en peligro —atacó molesta a la par de dolida —. Como puedes siquiera imaginar que esto lo hago por cotilla —su ceño se suavizó —. Necesito saber la verdad. Y si no eres capaz de contármela iré a buscarla por mi propio pie, así me toque meterme en la cueva del lobo —giró sobre sus talones dispuesta al todo o nada.

Así cayese en las garras de ese ser despreciable.

Estaba en desventaja, pero haría lo que fuera por resolver aquella incógnita.

Antes de tocar la manija de la puerta, la mano de su hermano abarcándole la muñeca detuvo sus intenciones.

—Siéntate —soltó en tono frio distante.

—Se dice por favor, y con cortesía —se miraron de manera desafiante —. Soy tu hermana pequeña, y merezco solo muestras de afecto —lo que parecía era una niña caprichosa.

—No tientes a tu suerte, chiquilla oportunista —siseó arrastrándole consigo —. Si sigues por ese lado me olvidaré que eres mi hermana, y diré que te lanzaste por las escalinatas cansada de tu nueva vida de casada —resopló molesta, mientras se sentaba enfurruñada esperando a que hablase.

Dejaría de tentar a su suerte.

Alexandre era muy capaz de cumplir su amenaza.

—¿Y bien? —alzó la ceja, observando como el petimetre de su hermano se hacia el interesante —. Si no sabes de lo que te estoy hablando puedo… —hizo el ademan de sacar la carta de su resguardo, pero la detuvo mostrando la palma de la mano.

—Me la sé de memoria —y ella era la cotilla.

—¿Eres consciente de lo perturbador que sonó eso? —para el chisme había niveles, pero él los sobrepasó.

—Céntrate duendecilla entrometida —lo analizó con hastío —. La curiosidad es tuya, y si agotas mi paciencia no te diré eso que tanto te apetece saber.

—Está bien —hizo un puchero adorable —. Entonces comencemos con lo de la carta.

—Primero la recitare para entrar en contexto, y después te diré todo al respecto —asintió acomodándose en su lugar, entre tanto este aun de pie se puso las manos en la espalda paseándose por la estancia.

«Mi amado Henry.

Sé que esta carta llega en un momento en donde nuestras vidas son tan ajenas, que los acercamientos están demás.

Todos estos años traté de borrar de mi mente el recuerdo del único hombre, que ha hecho que mi pecho se agite lleno de vida.

Se tornó imposible, y hasta la presente te sigo amando tanto o más que en antaño.

Esto no lo digo con ánimo de recibir algo a cambio, solo que como bien sabes, la sinceridad es una de las partes fundamentales de mi vida.

Por eso también para quitarme un peso de encima, te confieso que tampoco puedo evitar odiarte.

Me dañaste la vida.

No lo digo con resentimiento o rencor, pero hacerlo es inevitable cuando después de tomarme, de cederte mi pureza a bases de mentiras y engaños me revelaste que ya eras un hombre casado, y que nuestro compromiso se había cancelado.

Con eso llegó mi ruina.

El desprecio de mi familia.

Mientras vivías tu idílico amor ignorando por completo las repercusiones de nuestros actos.

No me saco en limpio, pero si los dos cometimos un error ¿Porque soy la única en tener su merecido castigo?

No lo comprendo, aunque a estas alturas eso es lo de menos.

Sé que sabes mi vida, aunque no lo más importante.

Conoces que un par de meses después me desposé con Godric Keppel.

El hombre perfecto, que me prodigaba amor desmedido y hasta insano.

Y hablo en pasado, porque eso cambió cuando en la noche de bodas decidí confesarle mi verdad.

Ver su rostro fue uno de los dolores más grandes de mi vida.

Le fallé a un hombre excepcional, como tú lo hiciste conmigo.




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