Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXXIX

FREYA

Sus miradas se cruzaron.

Sus cuerpos quedaron suspendidos en un aura de tensión, que en cualquier momento los sobrepasaría.

Freya sabía que no tenía derecho a reprochar el proceder de Adler, cuando ella se hallaba con un hombre en medio de la noche, resaltando que no era su marido.

Y para sumar más al asunto.

A solas.

Que sus acciones daban a entender, que lo más probable es que hubiese ocurrido lo mismo que en el pasado.

Que lo estuviese traicionando. Sin embargo, ella no estaba haciendo nada malo, y podía sentirse todo lo traicionada que quisiese.

No obstante, el dolor del engaño estaba plasmado en sus ojos azulosos que la examinaban, al igual que la decepción que se iba extendiendo por todo su rostro.

Su sentir no era diferente.

Se percibía engañada.

Un vacío se formó en su estómago, y le dolía siquiera hasta respirar.

Sentía como el solo latir de su corazón quemaba más que el fuego abrazador.

Como si se hubiese detonado el arma, y la pólvora hubiese salido del cañón en su dirección.

Él no había ido a buscarle.

Sencillamente seguía empuñando el artefacto en la frente de su hermano, por una mujer que no era ella.

Causándole una sensación asfixiante que no había percibido en la vida, y podía asegurar, que morir sería más sencillo que tratar de coordinar con un dolor tan desgarrador.

Lo observó colocar el arma con más ahínco ante un Sebastien, que no hacia ni el menor movimiento para defenderse.

No era tan ingenua como para no saber que quería hacerse la víctima.

Definitivamente, convirtiéndose en la oveja que poseía unos colmillos tan filosos que desgarraría el cuello de su presa en un parpadeo.

Aunque eso ya lo era.

—Desde el inicio este era tu objetivo —fue la primera en hablar, sin importarle que Adler escuchara la familiaridad con la que lo trataba —. Hacer que mi cabeza trabajara a tu favor, para que esta situación se diese de la manera más casual —aplaudió sin una pizca de humor.

Alabándolo por su mente superior.

Y reprochándose por su remarcada inocencia.

Los años al lado de su hermano, y las enseñanzas seguían siendo escasas cuando los impulsos comandaban sus acciones.

» Lo sabía, en ningún momento lo ignoré, y pese a todo decidí tomar el riesgo por algo que, para mí, tenía toda la validez —se acercó lentamente hasta quedar frente a estos, que en ese momento la observaban con expresiones similares.

Diferentes, pero tan iguales.

Con esa fijeza tan penetrante que, si no estuviese tan dañada, expresaría abiertamente la opinión que tenía en cuanto a ese asunto.

Resopló con disgusto.

La desilusión a flor de piel.

Reafirmando que le costaría siquiera llenar sus pulmones de aire.

Levantó una de sus manos, ante la mirada atenta de estos y la posó en el dorso de la de Adler.

En la que empuñaba el artefacto.

Conectando sus orbes, provocando que lentamente bajara el objeto, quedando el brazo a un costado, y ella se hiciese con facilidad al artificio.

Tragó grueso.

Asintió lentamente rogándole con la mirada que lo soltase, ya que su amenaza velada no había surtido el efecto deseado.

Ese intento si dio en el blanco.

Repasó su escrutinio por los dos nuevamente, y percibió como la sonrisa sínica de Sebastien desapareció, dejando a su paso un rostro libre de emociones, algo magullado, pero no por eso menos intimidante.

Ahora ella era la que se llevaba la atención principal.

No la deseaba.

Lo único que quería era correr.

Partir muy lejos como la cobarde que se sentía, solo para no enfrentar la verdad que le abofeteaba la cara.

Cuanto deseaba continuar en la completa ignorancia.

Aparentar que seguía ciega.

Creyendo en el amor que le profesaba el rubio, cuando lo más probable es que hasta besándole rememoraba los labios de alguien más.

—Déjanos solos Albemarle —esta vez la voz que se escuchó, y no fue para nada amigable era la Adler, que la hizo respingar por su brusquedad.

—Olvidas que estas en mis dominios, y… —trató de refutar el Conde, pero de un gruñido le silenció.

—El que se está pasando por alto un pequeño detalle aquí, eres tú —los vio aproximarse de nuevo para enfrentarse, pero como pudo se ubicó en medio de estos.

Tenía instintos arriesgados rozando los suicidas, excusándose con el argumento de que jamás pensaba con sensatez, así que, actuar de esa manera no llegaría de improvisto.

» Porque con la que estabas a solas es mi esposa —rugió perdiendo sus casillas.

Nunca lo había visto de aquella manera.

Estaba más fuera de sí, que antes de aparecer en la escena.

—Una esposa, que aparentemente prefiere pasar su noche con alguien más interesante —no podía ser posible que estuviese insinuando aquello.

—Si no dejas de mentir y sales por esa puerta, la que te apuntará y disparará con profunda satisfacción seré yo —no estaba jugando —. Y tienes que considerar, que por más de que mi hermano me trató de coordinar suelo ser un desastre —predecible —. Así que no le sumes más problemas a tu existencia —en su voz no se sentía ápice de duda, aunque por dentro temblaba.

—Hasta donde tenía entendido, la reunión era conmigo —la sonrisa de medio lado que implementó, le afirmó que la estaba pasando en grande con su dilema.

Disfrutando como nada llevar al límite a Adler.

Ventajas de conocerlo toda una vida, puesto que sabia con qué y cómo llegar a los nervios del que una vez consideró hermano.

Siendo irónico por donde se le viera, porque lo eran.

—Tienes un punto, pero hay prioridades y entre esas está el —señaló a su esposo con la mano en la que se cargaba la pistola, aunque poco prestó atención cuando este se tensionó —. Y siempre lo será, así que por favor… —apuntó a la entrada, no muy dispuesta a permitir que le sacaran de un despacho que no le pertenecía.




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