Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XLIII

FREYA

Después de pasar lo impensable, y hacer que esos hombres secundaran sus locuras, se internó al carruaje con el único objetivo de llegar hasta donde estaba Adler.

No le importó su atuendo, y al parecer ellos no se percataron de ese pequeño detalle, porque no le apuraron para que se cambiase.

Se percibían demasiado angustiados al verle decidida ya subida en el mobiliario, que lo único que hicieron fue irse a adecentar un poco pidiéndole encarecidamente que los esperase.

Cuando por fin estuvieron todos cómodos en aquel vehículo, la examinaron sin saber cómo iniciar aquella discusión.

—¡Ten! —le entregó la misiva a Duncan, que seguía sin comprender como había aceptado tal locura.

Esa mujer era exasperante.

» Necesito que le digas a tus hombres que se encaminen al puerto, para cumplir el mandato de mi muy devoto esposo —leyó el papel contrariado por la petición, y antes de que este pudiese acotar algo a la situación, ella siguió con su punto —. Ustedes me llevaran al paradero exacto de ese truhan, a la vez que seguimos su disposición.

—Freya, estas arriesgándote —trató de advertirle, pero lo frenó mostrando una de sus manos.

—Bien puedo hacer esto sola, así tenga que recorrer todo Londres andando, no los necesito para cumplir mi objetivo —estaba tan decidida, que nada la pararía —. Solo son la vía fácil para que esto no sea tan extenuante —finiquitó restándole importancia, aunque por dentro estaba que lo ahorcaba por ser tan cabeza dura, y sobreprotector.

—Yo te ayudo en lo que necesites —la secundó Austin, mirándole de una manera que le incomodó.

Estaba demasiado permisivo, y sobreprotector.

¿Qué se traía entre manos ese bufón?

» Mis hombres bien podrían servir de cebo, y no creo que haya inconveniente en que se retiren en el carruaje que es de mi propiedad, cuando bien se sabe que soy unos de los que está a cargo de tu bienestar —tenia sentido.

—De ninguna manera —gruñó Duncan como el único cuerdo.

Su esposa le había recomendado la salud de su amiga.

No solo eso.

Sabía el peligro que la dama corría.

Luisa prácticamente lo amenazó, nada puesta a frenar esa locura.

Austin era demasiado impulsivo, y lo único que provocaría seria que todo se saliese de control.

Seguía tentando al destino.

Desde ese día, su vida le importaba en lo más mínimo.

Maldecía el día en que se entrometió.

Porque a veces los males del mundo son lo único que le hacen bien a un ser como su primo.

» ¡John! —gritó el nombre de su hombre de confianza, el cual llegó a su encuentro en cuestión de segundos muy despierto pese a la hora —. Prepara un carruaje con unos cuantos de mis hombres, y que se dirijan cautelosamente al puerto —se arrepentiría —. Cualquier novedad me la comunican a la brevedad, ya saben dónde ubicarme —ultimó, y este salió disparado a cumplir con su petición.

—Haber dicho que querías el crédito, primito —solo gruñó.

Sin añadir más, con la sonrisa de triunfo plasmada en el rostro de la pelinegra, este dio dos toques algo salvajes en el techo de la carroza emprendiendo rumbo a las afueras de Londres.

Donde se hallaba Adler Somerset.

No hubo necesidad del recordárselo al cochero, pues el ya premeditaba su próximo movimiento, y pese a que quería que cambiase de opinión también la complacería.

No sabía que tenía, pero lograba lo que se proponía con sus ímpetus y fuerza bruta.

Decidió mirar el camino pese a ser de madrugada, porque ver las miradas que los escoceses se dedicaban era demasiado para sus nervios.

Parecían que fuesen a disputarse el liderazgo del clan, para que el Laird se alzara como verdadero y único jefe de su gente.

Un bufido la sacó de sus cavilaciones, en donde a sangre era la protagonista de la disputa de poderes.

—¡Por favor, no más sangre! —soltó contrariada volteándolos a ver —. Solo fue un sueño —exclamó restándole importancia, sin percatarse de las observaciones furibundas que le echaba el Duque, y las de diversión a la par del asombro con el que la escrutaba el Marqués.

—¿Me puedes explicar porque no te has adecentado antes de emprender viaje? —rugió molesto Duncan.

Ahí fue donde advirtió a conciencia lo de su vestimenta.

Otra en su lugar se hubiese azorado, y ruborizado hasta la raíz de sus cabellos.

Pero era de Freya Allard a la que estaban reprendiendo.

Solo se encogió de hombros, ignorando las miradas desdeñosas que le echaba su viejo amigo.

—No es que me molesten las vistas —repuso esta vez Austin, llamando su atención —. Pero me temo que con esa indumentaria puedes agarrar un resfriado o algo peor, así que por lo menos abrígate con esta manta —terminó extendiéndole aquel objeto con una sonrisa de medio lado, a la vez que le admiraba descaradamente deteniéndose en sus pechos, que era lo que más sobresalía.

—Te agradezco el ofrecimiento —aceptó la frazada, mientras formaba una sonrisa semejante a la de este —. Para la próxima asegúrate de mirarme a los ojos, puede resultar un verdadero incordio teniendo en cuenta que mis pechos no saben pronunciar palabra alguna —aquel le guiñó un ojo en respuesta, para después atender a su primo que le dio un golpe en la cabeza por ser tan descarado.

No hicieron ninguna parada.

Pese a que sentía el cuerpo un poco magullando por el movimiento del carruaje.

Durmió un poco.

No era largo el viaje.

Cuando por fin sintió que frenaron su andar abrió los ojos sin pensárselo dos veces.

Tomándolos por sorpresa se deshizo del trapo que cubría su cuerpo, para después saltar del mobiliario, y salir corriendo, esquivando a unos cuantos hombres que deseaban detenerle.




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