Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XLV

ADLER

La calma, era una de las muchas cualidades que poseía Lord Adler Somerset, futuro Duque de Beaufort.

Caracterizado por ser una persona alegre, y en extremo caballerosa.

Medido en sus palabras.

De sonrisa fácil, pero sobre todo con la frialdad necesaria para tratar diferentes temas, sin ni siquiera mostrar algún resquicio de alteración.

Aunque para ese momento, todo aquello que había estado tan adherido a su diario vivir estaba perdido por completo.

Se encontraba acabando con todo a su paso.

En especial con el licor.

No lo bebía.

Simplemente destrozaba las botellas contra la pared más cercana.

Estaban pagando los platos rotos por los nervios que ya no podía controlar.

—¡Cinco! —siseó con la voz unas cuantas octavas por encima de lo normal en su persona —. Cinco míseros días, en donde al parecer la tierra se tragó a mi esposa, y nadie da razón de su existencia —su control era nulo —. Ella y mi hijo pueden estar muertos, y ustedes siguen creyendo que estamos en cacería de mariposas —no hablaba el hombre amistoso.

Ahora se encontraban frente al individuo más temido del ejército del Rey.

Un capitán casaca roja, que no se había ganado la distinción por ser precisamente hijo de un noble.

Su gallardía y entereza lo posicionaron en un lugar privilegiado.

Igualando en honores a los veteranos de guerra.

En ese precisamente se había transformado, y ahora gritaba tratando de contenerse sin mucho éxito.

» ¿Tienen algo que me sea útil?

Se estaba dirigiendo a los hombres a su servicio, a los de los MacGregor, a los de Beaumont, y unos cuantos del par de Condes y del Marqués que le habían brindado su apoyo en todo momento.

Y eso también incluía a Sebastien.

—No, capitán —se atrevió a decir el más centrado y grande de todos.

Corman Doyle.

» Hemos deambulado por la zona, pero al parecer nadie ha visto un carruaje con bandoleros y una dama como prisionera.

Eso lo dudaba.

» Por el momento Ajax, y su hermano regresarán a las tierras de Beaumont en Francia, se llevarán consigo alrededor de cinco hombres y estarán al pendiente de algún movimiento extraño —no le servía para nada ese intento de tranquilizarle.

—Disculpe Capitán, pero si ella desapareció debería considerar que puede estar… —lo silenció con su mirada azulada inyectada por un veneno letal.

Un hombre con cabello azabache rizado fue el único que se atrevió a insinuar tal barbaridad.

No apreciaba su vida, o simplemente no conocía del tino que tenía para ensartar la pólvora en la frente el rubio.

Así de letal se podía tornar.

El hermano de Ajax, al parecer no conocía el tacto.

—Limítese a cumplir órdenes, Fauré —lo cortó, haciendo que este bajara los hombros intimidado.

Siguió repartiendo órdenes que creía convenientes.

Para después de haberle asignados sus tareas y destinos, al encontrarse completamente solo pudo dejar que las emociones nuevamente lo embargaran.

Las lágrimas salieron sin dilación, a la vez que posaba sus brazos sobre el escritorio y su cabeza encima de estas.

En su cabeza se repetían las últimas palabras que había compartido con Freya.

Ni siquiera pudo expresar lo que sentía al saber que sería padre.

Lo tomó por sorpresa, pero al salir de esta corrió tras ella.

Su pecho se infló de miedo y alegría a partes iguales.

Tenía inseguridades.

No por no poder ser el padre que se merecía aquel ser, más bien era por el hecho de que todo estaba de cabeza.

Su bienestar le preocupaba más que cualquier otra cosa en la vida.

¿Cómo pudo siquiera dejarles sin su protección por tanto tiempo?

Encomendárselas a terceros lo único que provocó, es que un abismo se abriera en medio de ellos.

La sentía perdida.

No solo en cuerpo, si no en alma.

Su mujer.

El amor de su vida.

No lo perdonaría.

Le había fallado.

No podía evitar lamentarse, pese a que no escatimaba esfuerzos para dar con su paradero.

Solo una luz que le indicara el camino correcto, y él lo seguiría a ciegas si al final estaba su loca pelinegra esperándole así fuese con todo su odio.

Era mil veces mejor que no tenerle.

Tan sumido en su dolor se hallaba, que no se percató que tenía compañía.

Solo cuando escuchó un sonoro carraspeo retumbar por la estancia, se dignó a levantar la vista.

Pese a que estaba empañada por el dolor, pudo vislumbrar perfectamente las figuras que tenía frente a sí.

Vestidos con ropa de viaje.

Con miradas inescrutables.

—Atando cabos me percaté que se me paso por alto un gran detalle —observó sin comprender a lo que se refería el primero que decidió hablar —. Puede que tenga el paradero de tu adorada esposa —parpadeó un par de veces como si siguiese sin comprender lo que estaba apreciando.

—Sabe dónde está —corrigió la otra persona —. De eso está más que seguro.

—¿Que dicen? —se irguió aproximándose sin dilación a las personas que estaban regresándole la esperanza.

—No tengo que explicarte porque conozco a Belalcázar, y que tu madre es su aliada y al verme en una situación semejante años atrás, es más que predecible que se a donde la pueda tener —él le hizo lo mismo.

Claro que sabia como pensaba ese ser.

—Al punto amo —lo apuró la rubia —. Nos están esperando.

—Habla de una buena vez Sebastien —exclamó al borde de perder la paciencia.

Lo agarró de la levita para que este comenzase a confesar a su silencio prolongarse, sin reaccionar.

—Está en Francia, yendo al norte rumbo a Bélgica —¿Qué? —. En el mismo lugar donde la enclaustre por órdenes de ese malnacido —recordó lo que esta le había contado.




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