Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XLVIII

 

FINAL

FREYA

(Londres – Inglaterra)

Residencia del ducado de Beaumont en Londres.

Tres meses después…

—Freya, deja de ser tan testaruda —acariciaba su ahora notoria barriga, sintiendo como su bebé se removía ante su tacto.

Llevaba casi seis meses de embarazo, y aunque estos no habían sido los mejores, los estaba disfrutando al máximo.

Agradecía al cielo por haber salido ilesa, y que por las presiones recibidas no hubiera sufrido ningún tipo de percance. Demostrando lo fuerte que era.

Lo arraigado que estaba a la vida.

—Él sabe dónde encontrarme —refutó cansada de aquella discusión, la misma de todos los días —. El día que recobré el conocimiento supe que debía darle su espacio.

Por las emociones quedó inconsciente unos cuantos días.

Demasiado para su cuerpo.

—Él te necesita­ —ella más que nadie lo sabía.

Si bien seguía sus pasos de lejos.

Conocía lo retraído que se hallaba.

Como visitaba la tumba de su madre, y hermana.

Cuanto le había dolido su partida.

Ella pudo impedirlo, pero todo pasó demasiado rápido.

Fue su culpa.

Nunca se perdonaría infringirle aquel daño.

» Al igual que eres consciente de que no hay día que no visite esta casa, y se quede esperando a fuera solo para verte —tragó saliva sonoramente.

El mismo le había pedido que se fuera, no tenía derecho a reprocharle.

«Mañana estará esperándote un carruaje dispuesto a llevarte donde desees»

Necesitaba estar solo.

Y lo comprendía como nadie.

No era fácil aceptar, sin importar quién era, que había perdido a su madre.

Ella misma le había rogado que no le alejara, pero él se empeñó en sufrir su dolor a solas.

No aceptar su hombro.

El silencio como consuelo, si no quería palabras.

Sus brazos llenos de amor, para que se refugiase la vida entera si era necesario.

Solo la llenó de negativas que la rompieron, sin importar que ella también estaba sufriendo.

«—Por favor, Adler, no me alejes cariño, yo quiero estar a tu lado —le suplicó por milésima vez antes de adentrarse al carruaje —. Solo déjame estar cerca, que sabre respetar tu espacio, sol…

—Freya, deseo estar solo —¿Y ella que? —. Entiéndelo dulzura. No me siento capaz de lidiar con esto en tu compañía»

Prefirió lamer sus heridas en soledad, cuando ella sin objetar lo hubiese ayudado.

Porque también necesitaba de su compañía.

Habían regresado las pesadillas, y lo único que podía calmarle era su recuerdo.

Tenerlo cerca.

Pero, en vez de eso, la dejó de lado por completo.

—¿En qué momento dejaran de ser tan testarudos? —suspiró con pesadez.

Eran tan parecidos que vivían cada sentimiento con intensidad.

Por eso es por lo que se amaban de aquella manera tan avasallante.

Por fin lo enfocó.

Su hermano no la estaba pasando bien.

Sus ojeras amoratadas lo delataban.

Desde que Luisa se marchó, es como si su vitalidad se hubiese ido con ella.

Nunca le dio a conocer el motivo de su regreso a España.

Solo en respuesta le había preguntado si recordaba algo de esa noche antes de caer inconsciente, pero a decir verdad ni siquiera rememoraba el momento en que por fin estuvo en los brazos de Adler.

Solo se repetía en su cabeza la imagen de Fleur en el suelo sin vida, de Amelia bañada en sangre.

Sabía que había visto el rostro del monstruo que quería destruir a su familia, pero recordar sus facciones le fue imposible.

Aunque su voz creía que la reconocería sin problema, pese a que veía imposible volvérselo a topar.

También le causó intriga como fue que la liberó, pero todas fueron evasivas.

Que solo debía preocuparse por su salud, y la del ser que venía en camino.

Después tendría tiempo, y ánimos de descubrir la verdad.

Su hermano o Adler no la esconderían para siempre.

Presentía que más temprano que tarde todos los secretos saldrían a la luz.

Lo único de lo que tenía la completa certeza, es que desde ese día todo cambio.

Recordaba como después de haber salido de aquella casa, reaccionó en los brazos de su amado.

Verlo nuevamente le calentó las entrañas.

Solo con percibirse entendieron que era lo único que necesitaban para estar bien.

Por eso no comprendía porque le había apartado.

Provocando que esta vez no hullera, si no que el que corriera lejos de ella fuera de él.

Le había pegado sus mañas.

Que mala influencia era.

—Lady Somerset —fueron interrumpidos por el mayordomo —. Tiene visita —su corazón dio un vuelco.

Había ido por ella.

Se atrevió a traspasar las grandes puertas de la residencia.

Por fin se darían esa charla que necesitaban.

Porque eso era lo que esperaba.

Que se perdonase por alejarla, y que sin importarle una nueva negativa la enfrentase.

Debían pedirse perdón.

Corrió a su encuentro sin importar las quejas de su hermano.

Se hallaba esperándole en el salón principal según le alcanzaron a informar.

Su corazón repiqueteaba en su pecho con fuerza.

Sus ánimos cayeron a los suelos cuando vislumbró una gran figura, pero que de la parte posterior sobresalía una mata de pelo pelirroja.

Aquella que en antaño llegó a enloquecerle.

Y ahora la hizo resoplar de patente desilusión.

—¿A qué debo el honor de su visita? —soltó con tono desanimado, cuando se recompuso de su muy notoria recepción.




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