Iris
El primer día que alguien promete café y cumple, me da un poco de miedo. El miedo tiene forma de vaso humeante y olor a amargo perfecto. Me lo tiende con una sonrisa que no hace ruido.
—Gracias —digo.
—A vos —responde, y ese “vos” me empaña el protocolo justo lo suficiente como para querer pulirlo con una servilleta.
Camina a mi lado por el pasillo del Aurora Institute como si el suelo se adaptara a sus pasos. No invadió mi espacio ayer; hoy lo mide. Lo cual me intriga más que una imagen confusa.
Primero laboratorio de lectura rápida, después mamografía y RM. Lo veo conectar su laptop, domar a CERES como quien adiestra un animal noble que a veces se distrae con mariposas. Me pregunto si así soy yo para él: una mariposa de bata, digna de estudio. Pienso que no me gusta esa imagen. Pienso que sí.
Marta, de nuevo. Revisión corta. El modelo se porta. Erik hace su magia sin arrogancia. Sigrid se acerca para escuchar sin parecer que escucha. Gabriel apenas roza el borde de la mesa cuando se concentra; cada vez que casi se inclina sobre mí, recobra la vertical como si recordara una norma invisible.
—Tu algoritmo aprendió a no flirtear con la epidermis —le digo.
—Le hablé serio anoche —responde.
—¿Le hablaste a tu laptop?
—No te rías.
No me río. Me río por dentro, otra vez. Esto se está volviendo un hábito inconveniente.
En RM, Álvaro regresa. Trae un chiste sobre baldes en la cabeza que no entiendo, pero le baja el pulso. Él le habla al miedo; yo le hablo a la respiración. CERES mira y calla cuando debe. El mundo coopera apenas lo suficiente para que la vida siga su curso.
Cuando salimos, Gabriel me observa con una atención limpia. No es adulación. Es foco.
—Cuando das indicaciones —dice—, pareciera que el aire te hace caso.
—El aire obedece si hablas en su idioma.
—¿Cuál es?
—El de la precisión.
—Yo pensé que era el de tu voz.
No quiero que me guste. Me gusta. Lo cual me enoja un poco con mi propio criterio.
—Lugn, Iris.
(Tranquila, Iris.)
No lo digo para él. Lo digo para mí. Él baja un milímetro la cabeza como si hubiera entendido una contraseña.
Al mediodía, Linn deja en mi escritorio una nota: reunión pequeña con Calidad al final del día para revisar el piloto. Sin épica. Sin metáforas. Casi una fiesta para mí.
Más tarde, un abdomen; Nora, otra vez, con ese dolor que no grita, pero insiste. El contraste sube y lo que no queríamos ver abre la puerta con delicadeza cruel. Hago marcas. Siento la palabra que no quiero decir todavía. Él no opina. Eso es una forma de cuidado.
—Voy a preparar un filtro para que CERES no se confunda con este patrón —dice después.
—Bien —respondo—. Que aprenda a dudar donde hay que dudar.
La duda es una religión razonable.
Dejo el informe hilvanado, la derivación trazada. Respiro. Me digo la verdad. La verdad dice: lo estás queriendo cerca. No del cuerpo. De la mesa, de la pantalla, de las decisiones. Peligroso.
Cuando cae la tarde, la luz del Aurora se vuelve casi amable. En la sala de juntas hacemos el último ensayo con CERES antes de Calidad. Él me ofrece el asiento frente a la pantalla, se queda a mi lado sin cruzar una línea inexistente que los dos ya sentimos. El mundo se reduce a curvas y a esa conciencia molesta de su hombro a dos palmos del mío.
—¿Lista? —pregunta.
—Siempre —respondo. Me oigo segura. Dentro hay un latido que no firma el mismo contrato.
Calidad aprueba el piloto sin ráfagas de entusiasmo, que es mi forma favorita de aprobación. Cuando salimos, lo miro como quien mira una puerta que no sabe si abrir o cerrar.
—Fue un buen trabajo —digo.
—Con vos, sí —responde.
Me daría risa si no fuera verdad.
Estamos solos en la sala, otra vez. El vidrio devuelve nuestras sombras con pudor. Él se acerca medio paso y el aire cambia. Casi lo detengo. No porque vaya a tocarme, sino porque yo podría olvidarme de no tocarlo.
—Herregud.
(Dios mío.)
—Está bien —susurra—. Lugn.
Retrocede el medio paso. Me deja respirar. Lo odio un poco por encajar tan bien en mis límites. Lo agradezco más por exactamente lo mismo.
—Mañana —dice—, café. Sin comité.
—El comité soy yo —repito—. Y aprueba.
Asiente. No festeja. Lo cual, inexplicablemente, me parece casi íntimo.
Me quedo sola con una certeza que no admite informe: esto ya empezó, me guste o no. Y cuando escriba sobre el cuerpo de otros, voy a tener que leer el mío con la misma precisión.
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Editado: 09.10.2025