El aire de Neo-Veridia, usualmente vibrante con la energía de sus habitantes y el zumbido constante de la tecnología, se sentía pesado, opresivo. Las luces de neón, que antes pintaban las calles con colores psicodélicos, ahora parpadeaban con una intensidad decreciente, como si la propia ciudad estuviera perdiendo el aliento. Algo había cambiado. Un velo invisible se había posado sobre la metrópolis, y los pocos que aún se aventuraban fuera de sus hogares sentían una inquietud primigenia, un eco de algo antiguo y olvidado que resonaba en las entrañas de la urbe.
El detective Kaito Nakamura, un hombre cuya mirada cansada ocultaba una mente aguda y una determinación inquebrantable, se encontraba frente a su escritorio en la Comisaría Central. La lluvia, un fenómeno cada vez más raro en Neo-Veridia, golpeaba con furia los ventanales blindados, amplificando la sensación de aislamiento. A su lado, una taza de café frío se enfriaba lentamente, testigo mudo de las horas que llevaba inmerso en el último informe. Era una desaparición. No una cualquiera, sino la de la Dra. Aris Thorne, una brillante científica especializada en bio-ingeniería, cuyo trabajo en el campo de la regeneración celular prometía revolucionar la medicina.
Lo extraño no era la desaparición en sí, en una ciudad donde los grises se habían vuelto tan comunes como los colores, sino la ausencia total de rastro. Ningún testigo, ninguna cámara de seguridad con imágenes relevantes, ningún movimiento bancario inusual. Era como si la Dra. Thorne se hubiera desvanecido en el aire. Sin embargo, había un detalle que inquietaba a Kaito: en su laboratorio, intacto, se encontró un pequeño dispositivo encriptado, uno de esos prototipos que la propia Thorne había desarrollado para sus investigaciones. Kaito, a pesar de sus conocimientos de tecnología, sabía que necesitaría ayuda para descifrarlo.
Mientras tanto, en los laberínticos túneles subterráneos de Neo-Veridia, un grupo de individuos encapuchados se movía con sigilo. Eran los "Sombríos", una facción clandestina que operaba en las sombras, dedicados a desenterrar secretos y a desafiar el orden establecido por la Corporación OmniMind, la entidad que controlaba casi todos los aspectos de la vida en la ciudad. Su líder, conocido solo como "El Guardián", observaba un holograma tridimensional de la Dra. Thorne.
—Su trabajo ha cruzado la línea— susurró El Guardián, su voz distorsionada por un modulador de voz. —Lo que estaba a punto de revelar… no puede caer en las manos equivocadas. La Corporación ya está sobre ella. Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde—
El mensaje se transmitió a través de una red encriptada a una joven hacker llamada Anya, cuya destreza digital era legendaria entre los Sombríos. Anya, desde su diminuto apartamento lleno de pantallas parpadeantes y cables desordenados, aceptó la misión. Su tarea: infiltrarse en los sistemas de OmniMind y obtener información sobre la ubicación de la Dra. Thorne, o al menos, sobre quién la estaba buscando.
De vuelta en la comisaría, Kaito finalmente decidió que necesitaba un experto. El nombre de Anya siempre saltaba a la mente cuando se trataba de descifrar lo indescifrable. Anya, a pesar de su reputación, era una figura esquiva. No era una criminal en el sentido tradicional, pero tampoco una ciudadana modelo. Operaba en los márgenes, y Kaito, a pesar de sus diferencias, había trabajado con ella en ocasiones pasadas, siempre bajo la condición de que su ayuda no implicara un pacto de impunidad.
Con un suspiro, Kaito activó su comunicador. —Necesito que localices a Anya Petrova. Y dile que tengo un trabajo para ella. Algo… muy especial—
Mientras tanto, en el corazón de la Corporación OmniMind, el Director Thorne (sin parentesco con la Dra. Thorne, un detalle irónico que siempre le molestaba) observaba los mismos datos de la desaparición con una sonrisa gélida.
—La Dra. Thorne ha sido… reubicada— , anunció a su asistente, un hombre impecablemente vestido llamado Silas. —Su investigación es demasiado valiosa para ser dispersada. OmniMind se beneficiará de sus descubrimientos. Asegúrate de que no haya interferencias. Y Silas… deseo que todo rastro de su trabajo sea eliminado. No debemos dejar cabos sueltos—
Silas asintió, su rostro una máscara de obediencia. —Entendido, Director. Se hará—
Lo que ninguno de ellos sabía era que el pequeño dispositivo encriptado en el laboratorio de la Dra. Thorne no solo contenía datos de su investigación, sino también una última voluntad, un mensaje de advertencia codificado para aquellos que estuvieran dispuestos a escuchar. Y ese mensaje, poco a poco, estaba empezando a resonar en las calles silenciosas de Neo-Veridia, despertando algo que yacía latente, algo que la Corporación OmniMind había intentado enterrar durante décadas. La sombra de la Dra. Thorne se extendía, y con ella, un nuevo capítulo de misterio y peligro estaba a punto de comenzar...