09:00 AM.
El sonido de unas trompetas resonó de repente por las cuatro paredes, en un instante le siguió el sonido de unos violines. Se trataba de El Barbero de Sevilla, una ópera cómica y considerada una obra maestra de Gioachino Rosssini. Esta era la música predeterminada para sonar cuando la alarma se activará, pero en vez de que un joven abriera los ojos para desactivarla este ya estaba despierto y terminándose de cambiar cuando lo hizo.
–Wow ¿recién son las nueve? Que lento pasa el tiempo –dijo pensando en voz alta para sí mismo. Luego se guardó el celular en un bolsillo del pantalón y terminó por ponerse un suéter rojo encima de su camisa blanca.
La gran cama, con capacidad para cuatro personas, que solo era ocupada por un individuo ya se encontraba hecha. Al fin y al cabo, quien la ocupaba tuvo tiempo de sobra para despertarse, arreglarse y tenderla. Con todo terminado el joven se quedó observando una de sus paredes, esta era adornada por estantes que sostenían una extensa colección de libros de ciencia ficción centrados en la Space Opera y las Utopías (esa última más porque era un género que se volvió popular en los últimos años). En otro estante al lado de la cama también había muchos productos y merchandising de dichas sagas literarias.
El chico soltó un suspiro. –¿De qué sirve que sea domingo? Ni siquiera puedo aprovechar y dormir las dos horas extras que tengo.
Como ya es costumbre no tardó en escuchar un sonido en su puerta y del otro lado una “dulce” voz robótica y femenina. –Señor Angoford Hesse-Kassel. Se requiere su presencia en la cocina.
–Ya voy. –Ya se encontraba preparado, no recién despertando como el robot domestico creía, así que esperó un momento hasta que escuchó el sonido de sus ruedas marcharse y se acercó a una esquina del cuarto. Sobre la mesa ubicada en ese rincón se hallaba un gramófono antiguo que le gustaba mucho, pero al levantarlo un poco el joven sacó de debajo una foto oculta. Oscar se quedó mirándola un momento antes de volverla a guardar y decidirse a salir.
En el primer piso de la casa es donde se encontraba la cocina, era muy grande, pero daba la sensación de expandirse todavía más debido a su diseño minimalista y colores blancos. Había electrodomésticos de última generación, encimeras de mármol y detalles de acero inoxidable.
La mesa del comedor a la que fue el joven se encontraba ubicada en un rincón de la cocina, a un costado la llegada de luz natural (hasta donde permitía recibirla el clima) venia por unos grandes ventanales que daban a un patio verde lleno de árboles, flores, una fuente y estatuas. En el lugar donde fue a sentarse Oscar ya estaba colocada una bandeja con una taza y otras decoraciones.
Un robot doméstico, con la forma simplista de un prisma rectangular de 1 metro, se acercó a uno de los gabinetes de madera fina. De su costado se desprendió un delgado pero firme brazo mecánico con el que abrió la puerta y sacó del interior una caja que llevó hasta la mesa. –Como a usted le gusta señor, elija el sabor de té de su preferencia –comentó el robot mientras en la pequeña pantalla de su parte de arriba mostraba un rostro adorable y pixelado.
Oscar le agradeció y el robot domestico procedió a buscar la tetera con agua hirviendo. –Tenga cuidado, el agua está caliente.
–Me imagino. Hoy vamos por algo clásico así que elegiré de manzanilla. –El joven colocó el saquito en la taza y el robot sirvió el agua caliente. Una vez hecho eso regresó a la cocina para buscar algún acompañamiento, trajo facturas, galletas y panes.
Con el té preparado y la azúcar colocada Oscar se puso a tomar y el robot se paró a su lado. –Debo recordarle que a las 10:30 AM tiene su práctica de tenis. A las 12:00 PM será el almuerzo familiar con sus padres, si es que regresan a tiempo de la reunión comercial de Royal Company en Paris. Si no, me dijeron que tendría que ir comiendo en su ausencia.
A estas alturas ya todo eso le daba igual, si estuvieran sus padres o no, se sorprendería el día que llegara a verlos más de 30 minutos y ni siquiera seguidos, con que sea en el mismo día sería demasiado. –Está bien, desde las catorce pm se supone que tengo tiempo libre y quería aprovecharlo para salir con unos compañeros.
–Excelente señor, le informaré a sus padres sobre la salida y al chofer para que se prepare. Además, debo insistir en que, si no es el caso, invite a la señorita Rambouillet a su salida.
Los ojos de Oscar se tornaron blancos por un momento y después regresaron a su tono celeste habitual <Me sorprende como mis padres pueden ser tan densos, aunque ni estén presentes. Tengo que averiguar cómo borrarle al robot ese maldito dato extra que le pusieron>.
–Sí, sí. Veré que es lo que puedo hacer.
–Procediendo a llamarla. Llamando… llamando…
–¡¿Qué?! No, espera. Cancela la llamada, cancélala.
La voz femenina y artificial de la maquina cambió por otra mucho más dulce y alegre. –¿Oscar? –Se supone que escuchar su voz dicha por esa suave y hermosa chica debería generarle algo, lo sabía porque en el pasado cuando cierta persona lo nombraba un placentero escalofrió le recorría toda la espalda. Pero ahora no sentía absolutamente nada.
–Andaley.
–Que inesperada sorpresa Oscar, no sueles llamarme.
El joven se llevó una mano a la espalda y separó la vista del robot. –Jaja sí. Bueno, resulta que hoy a la tarde voy a salir al Alto Noa con unos compañeros y… me preguntaba si querías venir también.
–Ay sí, pero claro que sí. Si es una invitación tuya no podría rechazarla. Cuéntame todos los detalles por favor.
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Editado: 20.03.2024