Proyecto hormonas

➳Halloween

Alaska miró a su libreta llena de apuntes y terminó bufando sobre este para después girar un poco sus ojos y mirar con desesperación a su mejor amiga peliblanca, ¿por qué no podía entender lo que estaba explicándole?

—¿Has entendido algo esta vez? —preguntó Alaska de mala gana y sin inspiración.

—Nop —respondió sin importancia sin siquiera mirarla y continuar su vista hacia todas las mesas en la cafetería, buscando un chico guapo, libre y disponible, sin embargo no se puede obtener todo en esta vida, ¿no es así? —. ¿Conocen a un chico guapo y libre? —cuestionó ella regresando su mirada hacia sus amigos quienes miraban divertidos a Alaska ya que el color de su cara estaba convirtiéndose a rojo de la ira al ser ignorada.

—¡Paula, sino olvidas a los feos muchachos y pones atención a esta idiotez de física nunca lo entenderás! —clamó bufando—. Y tú no necesitas ningún muchacho, lo que tú necesitas es aprobar la materia porque falta menos de un mes y sino te va bien, adiós vacaciones —concluyó mucho más tranquila y relajada, mirándola fijamente.

Después de unos instantes de un incómodo silencio la pelirroja decidió hablar—, ¿y para qué quieres un muchacho libre y guapo?

—¡Para la fiesta de hoy, la que la escuela dará, y no tengo cita!. ¿Vas a ir tú, Ally? —Paula fijó su vista en su amiga, esperando una respuesta. La observó rodar sus ojos, murmurar algo inentendible y finalmente guardar las cosas en su mochila.

—No, no voy a ir.

—¿¡Por qué!? —Matthew exclamó con fuerza.

—Es Halloween, ¿se acuerdan? —todos asistieron con los ojos en blanco—. Y le he prometido a mi primito Santiago acompañarlo a pedir dulces, nadie lo quiere llevar ya. Además él cumplirá mi sueño frustrado al vestirse él de matraz de destilación y yo de...—suspiró enamorada y con una sonrisa de tonta.

—De Albert Einstan, ya lo sabemos —interrumpieron todos a coro.

—Ya sabemos de tu sueño mujer —Dayana continuó—. Y tal vez Santiago no se vista de eso, sólo lo dijo para convencerte y que lo lleves, por favor, conozco a ese niño. Además es mucho más sexy vestirse de conejitas de playboy o diablitas —alzó ambas cejas coquetas, y su novio le dio un codazo en sus costillas sin discreción—. Tranquilo bebé, sólo tú puedes tocarme.

—¡Dayana, que no se te pegue la putez! —estalló con ojos muy abiertos y haciendo un extraño movimiento con ambas manos intentando borrar aquellos pensamientos—. Además yo siempre he querido usar ese disfraz, no le encuentro lo malo. Se supone que para eso es ese día, para ser actores y ser quién queramos. Sí quiero ser un árbol, lo seré. Además siempre he venido a esas fiestas y son muy aburridas —bostezó un poco cansada—. Nada más bailan y ya, y se da premios a los mejores disfrazamos, siempre gana o Kendall o una de sus amigas, y Mario también o algún otro chico—se encogió de hombros—. Si votan por mi, denle el voto a Mario —suspiró con una sonrisa traviesa—. Es un lindo chico, pero no es el mejor que haya pisado el planeta, porque ese es Albert —terminó la conversación, ya que observó a todos y prefirió ahorrarse el escándalo que hubieran hecho.

—¿Troy estará libre? —preguntó una vez más a Alaska.

¿Vas a empezar con esas tonterías?. Si me dieran un dólar por cada vez que mencionas a ese chico, seguro que podría pagar Harvard sin ninguna beca.

—¿Qué? —frunció su ceño—, ¿se supone que yo debo de saber eso?, ¿me ves con cara de ser su niñera? —rió burlonamente—. La verdad no sé y tampoco me importa.

—¡Pero es que en estas tres últimas semanas ha salido con cuatro chicas!. Tenemos a Ashley, Kath, Britney y Marina. ¿Qué hay de malo conmigo?, digo, tengo una vagina. Y, ¿tú crees que si lo invito aceptaría? —Paula colocó sus manos sobre su cara y suspiró.

—Paula debería de ir al médico para arreglar esa obsesión con Troy —comentó Alan, siendo la primera vez que habla pero sin dejar de mirar a Kendall que se encontraba un par de mesas lejos quién también lo observaba coquetamente.

—¡Ay, sí, mira!. Tú tienes una obsesión con aquella —señaló discretamente con los ojos.

—Pero nuestro coqueteo es reciproco —contraatacó el ojiazul, un poco fastidiado.

—Troy y yo.. —empezó la peliblanca, pero fue interrumpida por una de sus mejores amigas.

—Niña, no te vayas a denigrar porque me vas a conocer enojada —advirtió acomodándose los lentes Alaska—. Ahora, tengo que decirles que sigue en pie lo de la comida hoy en mi casa, y sí, mis padres me obligaron a invitar a tu Troy, Paula. Y según tengo entendido, sí irá, así que puedes preguntarle —se encogió de hombros tomando su mochila del piso—. Ahora, si me disculpan, esta niña va a su siguiente clase.

(...)

—¡Ya llegamos! —gritó Alaska desde la puerta principal, dio paso para que los demás entraran—. Ya saben que están en su casa, mis papás han de estar en la cocina terminando de arreglar las cosas, ahora vengo.

En ese instante que Alaska iba a atravesar la puerta de la cocina cuando esta es abierta hacia adentro, mostrando a sus dos padres arreglados y con una gran sonrisa. Sandra, la mamá de Alaska llevaba unos lindos jeans de mezclilla, unas zapatillas, y un suéter de lana color azul marino, su peinado constaba en una cola de caballo en alto bien hecha. Su papá también llevaba puestos unos jeans y una camisa polo color blanco.

—¡Hola, niños! —gritó Sandra con una gran sonrisa—. ¿Listos para comer mi famosísimo pastel de carne y para postre he hecho un coctel de frutas?, ¿les apetece?.

Todos asisten frenéticamente y con una gran sonrisa en los labios.

Parecemos unos hambrientos que nunca hemos comido en nuestras cortas vidas.

Todos fueron corriendo a sentarse en el comedor para ganar el plato más servido, Sandra y su esposo se rieron, sus invitados parecían niños chiquitos tras el último dulce de la alacena. Los adultos caminaron hasta ellos y se sentaron juntos, a lado de ellos se encontraba Alan que miraba la comida con gran apetito, y a su lado se encontraba Alaska, en frente de ellos estaban Matthew y Dayana, y a lado de ella estaba Paula.




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