Alaska se miró al espejo y acomodó un poco el vestido rojo sobre su busto, se movió un poco más y se observó otra vez. El vestido parecía que era dos partes porque en la cintura había dos volantes, una sobre otro que parecía una blusa strapless. Seguidamente estaba la falda pegada hacía sus muslos, y en la rodilla comenzaba otro volante donde terminó a media canilla y empezaba otro hasta llegar al suelo.
Recogió su pelo con la mano, intentando buscar un lindo peinado y que no le quite protagonismo al vestido. Justo en ese momento, su celular empezó a sonar, se giró para verlo en su escritorio y deslizó el dedo para responder.
—¿Aló? —preguntó la chica de lentes sujetando su celular en su oído con su hombro.
—¿Ya terminaste de arreglarte? —cuestionó Paula desde el otro lado de la línea, Alaska gruñó en señal de respuesta—. ¿Qué es lo que te falta?.
—El peinado —bufó.
—Conecta el Skype y te ayudamos —dicho eso, colgó.
Alaska encendió su laptop y esperó unos cuantos minutos hasta que se pudo conectar a la red social. Finalmente inició vídeo llamada con sus amigas.
—¡Ay, pero que bello vestido. Estoy más que enamorada! —exclamó Dayana, emocionada.
—Eso, Dios, tus tetas se ven magnificas—halagó Paula—. ¿Y los accesorios?.
—Voy a colocarme esto —mostró unos aretes con un pequeño diamante en cada uno de ellos, y un collar demasiado grueso que hacían juego con los aretes color plata. Sus amigas silbaron estando de acuerdo—. ¿Qué opinan de mi maquillaje?.
Alaska giró su cara para que pudieran observar mejor. Su piel era perfecta, y no había rastro de ninguna marca de acné, su nariz estaba más perfilada y sus facciones más delgadas. Las sombras de sus ojos abarcaban un color oscuro y el delineado de gato hacía que resaltará un poco más, sus mejillas las tiñó de un color rojo, al igual que el tono de sus labios.
—¡Me encanta tu maquillaje! —chilló Dayana.
—Pero por favor dime que te vas a poner tus lentes de contacto —suplicó Paula.
Alaska asistió con una sonrisa.
—¿Y el peinado? —interrogó Dayana.
Alaska se encogió de hombros y arrugó su nariz—. Mmm... No sé.
—Recoge tu pelo en una cebolla —pidió la peliblanca analizando a su amiga.
Alaska lo recogió. Dayana y Paula asistieron, dando su aprobación al peinado correcto.
—Voy a pedirle a mi madre que me ayude a peinarme, ya me voy chicas —se despidió la chica con una sonrisa.
—¡Tomas muchas fotos de la boda! —exclamaron ambas chicas antes que Alaska apagará la computadora.
Alaska salió de su habitación y caminó por el pasillo hasta llegar al cuarto de sus padres, tocó un par de veces y abrió su papá vestido con un traje negro formal, él sonrió con una amplia sonrisa y silbó. Ella sonrió e hizo una pequeña inclinación.
—¿Mamá ya esta lista? —cuestionó adentrándose a la habitación.
Su mamá se encontraba sentada frente al tocador, terminando de colocarse los accesorios dando el último toque, asistió.
—¿Me ayudarías con el peinado, por favor?. Nunca he sido muy buena para eso y lo sabes —bufó la chica.
Su madre que tenía un vestido un poco más sencillo de color negro y con un hombro descubierto se levantó de lugar y le indicó a su hija que se sentará, Alaska obedeció, su mamá empezó a cepillarle el cabello, deshaciéndose de cualquier nudo que pudiera haber, tomó un poco de laca y la esparció por el cabello, empezó a juntarlo todo y hacer una cola de caballo a lado de la oreja izquierda, enredó muchos cabellos ocultando la liga y dejando varios sueltos. Sandra le pidió la tenaza y empezó hacer rulos que rozaban un poco sus hombros descubiertos, fijó todo con pasadores y dio tres pequeños golpecitos sobre su cabeza dando por finalizado su trabajo.
—Hermosas las mujeres de mi vida —halagó el único hombre colocándose detrás de su mujer y besando su mejilla.
Apretó el hombro de su hija que estaba sentada frente al tocador, Ally sonrió feliz al ver el reflejo de su familia en el espejo.
—Ya vamos a la iglesia —pidió la chica levantándose de la silla.
—Ponte tus lentes de contacto —ordenó su mamá.
Alaska asistió dirigiéndose a su cuarto donde estaba sobre su cama una pequeña cartera donde guardó sus lentes y sacó la pequeña caja. Frunció su ceño molesta, pues le molestaba esos lentes, después los humectó con las gotas, parpadeó frenéticamente para acoplarse y tomó la cartera para salir de su habitación.
Malditos lentes, nada más dañando mi cornea y mi visión. ¡Y luego se quejan de mi ceguera, pero me obligan a usar estas cosas!. Ay, Dios. No pienses en los lentes, no lo hagas y te dejarán de molestar.
—¡Vamos a la iglesia! —gritó su papá desde el primer piso.
(...)
Alaska estaba sentada en la mesa en una esquina con sus padres. El salón estaba decorado muy sutilmente con lazos color plata por todas partes, flores rojas en cada extremo de la habitación, a la mitad del salón había una pista del baile de madera, y en el pequeño e improvisado escenario donde había un grupo musical animando la fiesta.
Al tocar una canción el papá de Alaska pidió la mano de su esposa y la invitó a bailar mientras ella los observaba desde lejos. Sintió que alguien estaba sentándose a su lado y sin pensarlo dos veces se imaginó que era Troy, pues era el único adolecente de la fiesta que conocía.
—¿Por qué la muñeca no se esta divirtiendo? —cuestionó él recargando su cabeza sobre su hombro.
Alaska agitó sus hombros para quitar al intruso.
—No, sí. Disfruto mucho ver a mis padres divirtiéndose, yo sé que ellos se van a morir juntos, no pueden vivir uno sin el otro—suspiró—, pero en fin, ¿a ti qué te pareció ser el padrino de la boda de tus papás?. ¡Te veías tan lindo ahí nervioso en frente de todos! —confesó y abrió sus ojos de par en par cuando se percató de lo que había dicho.