Alaska caminó con un carrito pequeño lleno de panqueques decorados con un betún de color rosa y otros de azules, le entregó el carrito a Summer y se devolvió hacia el carro, donde se encontraba su mamá esperándola recargada en frente del carro, la chica abrazó a su madre y depositó un beso ruidoso sobre su mejilla.
—Muchas gracias mami, en serio.
—Esta bien, todo por mi nena. Pero me tengo que ir —palmeó sus hombros y sonrió de costado.
Alaska asistió un par de veces y se alejó del pequeño carro y su mamá se marchó de la escuela.
Ella regresó a la escuela y observó a sus amigas vendiendo los pastelillos, no pudo evitar ahorrarse una carcajada cuando vio a Paula perseguir a un pobre estudiante, que al parecer no quería comprar.
—¿¡Cómo es que no quieres cooperar!?. ¡Es para nuestro baile de graduación! —se detuvo justo en frente del chico, obstruyéndole el camino—. Mira sino compras cuando sea tu momento de graduarte y hagas actividades para el dinero nadie te va a comprar, así que, ¿cuántos pastelillos vas a comprar? —ordenó severa.
—Sólo uno —tartamudeó el muchacho un poco nervioso y con la piel de gallina.
Con dificultad el chico sacó un dólar de su bolsillo y se lo entregó. Paula sonrió satisfecha y le entregó el pastelillo, él lo aceptó y dio una pequeña mordida a uno de los extremos.
—¿Podrías devolverme el cambio, por favor? —pidió con miedo.
—No, haré algo mejor; ¡te daré otro pastelillo!.
El chico asistió sin decir alguna otra palabra y al recibir el otro pastelillo salió corriendo.
—¡Gracias por tu compra, vuelve pronto! —gritó la peliblanca.
Summer la miró mal y con miedo.
—¿Qué pasó Sum? —cuestionó la peliblanca comiéndose un pastel.
—No hay que ser tan groseros con los alumnos. Lo único que te faltaba era sacar la pistola para que te comprara —acusó Sum.
—Él se lo merecía, ¡no quería comprarnos nada!, y así no se puede nada. Una debe aplicar fuerza mala para obtener resultados garantizados y perseguiré hasta el último alumno para vender todo esto, ¡no sabes el dolor que fue para mi hacer esto!. Te juro que ahora odio la repostería.
—Además el muchacho se lo merecía —agregó Dayana—. Igual sino somos rudas, puede que no vendamos y los chicos sí, no sé porque todos van a comprar sus aguas de sabores. Son más deliciosos los pastelillos.
—Chicos, esto no es una competencia para saber quién vendió más, sino es para tener una linda graduación —regañó la castaña mientras acomodaba sus lentes sobre su cara.
—¿Quién dijo que nosotras íbamos a competir? —preguntó la pelirroja interponiéndose en la conversación—.¡Oh, hasta es una grandiosa idea!, ¿quién venderá más; las muchachas y sus pastelillos ó los muchachos con su agua?. ¡Para saber más sobre esto descúbrelo en...!
¡Ay por Dios!. Yo y mi gran bocota, ¿cuándo será que entenderé y me quedaré calladita para no provocar más disputas?. Después de todo estas mujeres sacan competencias sobre todo, no sé porque la obsesión que tienen de ser mejor que ellos.
—Dayana —reprendió la castaña, pero era muy tarde ya que la pelirroja estaba gritando para llamar la atención de los chicos.
Matthew que le entregaba un vaso de agua de piña a una chica, giró su rostro y miró ceñudo a su novia, ella estaba completamente loca moviendo los brazos de un lado en un intento de captar su atención.
—¿Qué le pasa a tu vieja? —cuestionó Alan guardando el dinero en una pequeña lapicera.
—No lo sé —Matthew se encogió de hombros—, pero creo que nos habla a todos, vamos. No creo que nos vayan a robar el agua, además estaremos muy cerca.
Mario asistió y los tres chicos empezaron a caminar con dirección a las chicas. Dayana colocó ambas manos sobre su cintura para darle un poco más de dramatismo a la situación. Alaska rodó los ojos, ¡que amigas tenía!.
—Tenemos que hablar.
Tres sencillas palabras y el mundo de Matthew se derrumbó, se atragantó con su propia saliva, Alan palmeó su espalda un par de veces para darle su apoyo.
—Nena, sí es sobre lo de París, te dije que venceremos la barrera y la distancia, podremos superarlo y seguir aun con nuestra relación. ¡No termines conmigo, por favor!, te he dicho que yo te amo con todo mi corazón —suplicó con los ojos llorosos mientras se incaba y abrazaba sus muslos.
Paula frunció su ceño. Sí, Dayana había hablado con ellas sobre su relación con Matthew, pues no estaba completamente segura si una relación a larga distancia funcionaría, ¿y sí él conocía a otra chica o sí ella lo hacía?. Lo quería mucho, se podría decir que lo amaba aunque de sus labios nunca lo pronunció directamente. Pero eso era un tema que debían discutir en privado.
—No cariño, no es eso —colocó sus manos en los costados del chico y lo estiró hacia arriba para levantarlo.
Matthew no derramó ninguna lagrima y al darse cuenta que había perdido la compostura, absorbió los mocos que amenazaban con salir y se acomodó la ropa.
—Lo lamente nena, es que he estado un poco histérico.
—Después hablaremos de eso, pero Alaska ha tenido una grandiosa idea —comentó con maldad.
¿¡Qué!?, ¡pero si yo no les he dicho absolutamente nada!. Son peor que dos niñas berrinchudas, les digo que no y parece que las aliento para que lo hagan.
—No, no y no, ¡a mi no me metas en esto que yo te he dicho un millón de veces que no me lleves la contraria! —escupió Alaska con una velocidad increíble.
—Como sea —Paula movió sus manos para restarle importancia—, ella nos dio la idea que era buena idea ver quién ganaba al recaudar más fondos. Así que aquí va la apuesta; al final del día y el que haya ganado más dinero pagará una comida a todo el grupo en el restaurante caro del centro, ¿cómo se llama?. ¡Oh, sí. Bocatto, el italiano! —gritó con entusiasmo—. Mis padres no me llevan muy seguido porque esta muy caro y blah, blah —añadió molesta—, pero bueno ¿qué opinan? —alzó sus cejas de arriba hacia abajo intento inspirarlos aceptar.