Mis pasos eran lentos mientras volvía a la torre de vigilancia. Las náuseas se disiparon pero me sentía agotada repentinamente. Tome asiento en el comienzo de la escaleras dejando salir una maldición entre dientes, no quería que Tales me viera así porque comenzaría a preguntar y lo último que quería era hablar de Peter.
— Se enterará en cualquier momento, Tales.
La voz de Killard fue tan clara y fuerte que era más que obvio no se percataron que me encontraba a los pies de la escalera. La conversación debía ser muy interesante también, era casi imposible no ver a alguien llegar desde la altura de la torre.
— Podemos evitarlo.
— Tales, ¿cuando alguien no se ha enterado de lo que sucede aquí? —cuestionó Killard.
— Es diferente esta vez.
— ¿Que es lo diferente?
— Ella no tiene nada por lo que luchar aquí. Si se entera, ¿Que hará? No nos apoyará en lo absoluto. Que lo sepa o no, es indiferente.
— Hay que sacarla de aquí en ese caso. Estorba y es innecesaria, solo desanima a los otros.
— ¿Y como sugieres que hagamos eso? —Tales comenzaba a sonar irritado— Y no pienses en ignorarla porque es lo más estúpido que hemos hecho. Parecemos niños de jardín de infantes.
— Me dejas sin opciones.
— No las hay, Killard. La chica vino aquí porque su padre la trajo y de esa misma forma se va, queda de parte de nosotros encargarnos que no se entere de nada.
— ¿Y que? ¿le pondrás una venda en los ojos? —dijo Killard sarcástico.
— No, pero me encargaré de poner mi pie en tu trasero si no comienzas a tomar las cosas con seriedad.
— Bien, copiado. Informaré al resto del equipo sobre lo que sucedió con la radio de la chica y sobre mantenerla desinformada.
— Lo de la radio olvídalo, se pondrán a jugar con las suyas intentando sintonizar el canal de esos idiotas. Lo último que quiero es a Lloyd en mi trasero quejándose con el capitán por la intromisión.
— Ese idiota de Lloyd, se comporta como si fuera mejor mierda que nosotros.
— Lo es de cierto modo.
— Podrá seguir siendo coronel en apariencia y posición, pero moralmente es un besa traseros.
Tales río fuerte acompañado de Killard.
— Killard, a final del día cada quien tiene sus propios intereses, y cuando esté tiene sangre de por medio cualquier otra cosa queda en segundo plano.
— No creo que aplique para la princesa, la sangre no...
— Volví. —exclamé desde mi posición.
Las pisadas de ambos se acercaron hasta el borde asomándose. Me observaron con expresión contrariada esperando que dijera algo, pero no les iba a permitir saber que estuve allí escuchando, por lo que rompí el contacto para levantarme distrayendolos.
— ¿Todo bien? —Tales descendió.
Me hice para atrás.
— ¿Si? —sonó más a duda que afirmación.
— No suenas muy convencida. —Tales se hizo a un lado dejándome subir a la torre.
— Casi tiro el estomago por el retrete.
— ¿Que sucedió? —quiso saber.
Suspire quitando mi arma que pesaba más de lo normal en mi hombro, la deje reposando contra la pared y le di un vistazo a los dos hombres que me observaban cautelosos.
— Conocen a mi padre, ¿no? —ambos afirmaron— Entonces sabrán que no fue un encuentro... agradable.
Se miraron entre sí.
— Entiendo, siempre que veo a tu padre me dan ganas de sacarme los ojos. —intento sonar reconfortante Killard.
— No lo vale, deja tus ojos intactos. —dije con la comisura de mi labio un poco elevada por la diversión. Killard no era mucho de pensar lo que decía.
— Tienes razón. —concordó— Me voy a mi posición, la he dejado abandonada mucho tiempo. No vemos en el almuerzo, hombre.
Palmeo el hombro de Tales y se fue dejándonos a los dos. Me cruce de brazos dándole la espalda para pretender que vigilaba. Sentía sus ojos en la parte baja de mi cabeza, rebuscaba que decir para lograr averiguar si escuche algo de lo que conversaban.
— ¿Conversación difícil?
— No denominaría a nada con mi padre una conversación.
— ¿Discusión difícil? —volvió a decir.
— No te diré nada, Tales. Comienza a vigilar.
— ¿Ahora eres tu la que no quiere hablar?
— No quiero hablar de mi padre. —especifique.
— ¿Por qué vomitaste? —se fue por el otro extremo.
— Sólo pasó.
— Eso no es algo que sólo pasa.
Se detuvo junto a mi.
— ¿Cúmulo de emociones? ¿sobrecarga? Ni la más remota idea. —me encogi de hombros— Aunque si Rodríguez te pregunta fue un golpe de calor.
— ¿Rodríguez?
— Me vio en mi momento más glamuroso.
— ¿Fuiste a los dormitorios?
— ¿Que otra cosa debía hacer? ¿Darle un espectáculo al escuadrón y los auxiliares de la zona central?
— Tendrían algo de lo que hablar.
Bufé con pesar.
— ¿Que harás al volver a casa?
— Que cambio tan radical de tema. —lo mire pidiendo que sólo continuará— Debo ver a mi hijo.
— ¿A tu hijo? —me tomo desprevenida— ¿Que edad tienes?
— Treinta y cinco.
— Eres todo un señor con bastón. —me burle.
— Si, y a ti todavía no te quitan los pañales.
— Tengo veinticinco, los pañales no entran en mi día.
— No estas a mucho de tu bastón entonces.