Estuve en un estado ausente las siguientes horas del turno y más de uno se acercó a tratar de investigar lo que me sucedía. Tales, Killard y Howard me observaron mientras masticaban en el almuerzo con preguntas picando en la punta de sus lenguas. Para sacar la tensión en el ambiente y esquivar sus preguntas inicié conversaciones de temas triviales pero no era capaz de terminarlos, mi cabeza iba a parar inevitablemente al hecho de trazar un plan que funcionase para desmantelar el complejo y ahí me encontraba en la incomoda situación de preguntar unas cinco veces en diez minutos sobre que demonios hablaban. Me veian como si hubiese perdido la cabeza.
¿Que si valio la pena ser tachada de lunatica? Hasta ahora tenia exactamente un total de cero planes, eso hablaba por si solo. Todo lo que unía terminaba en fracaso, ¿debería ser una señal? No lo sabia, me sentía drenada de fuerzas y energía. A decir verdad no tenia ni siquiera un comienzo. Si, obtuve la información de esta cínica idea de Kitsch pero que hacer con ello fue lo que me mantuvo aislada todo el día. Determine que lo más acertado era retrasarlo. Retrasarlo todo lo posible hasta donde estuviera mi alcance, pero lastimosamente no era mucho. Mis opciones eran limitadas como siempre. Quería hacer algo, en serio quería. ¿Pero que podría hacer siendo tan insignificante como soy? ¿Llamar a quien? ¿Contactar a quien? No tenia a nadie, y los que si, ya estaban lo suficientemente hundidos como para pedirles hacer más por una causa que no tenía ni pies o cabeza.
Por otra parte, Williams vino a mi mente un par de veces. No crearía muchas expectativas de él, sin embargo. Él hombre se veía temeroso, igual que todos los que trataban con ni padre, pero quizás tendría información del círculo de altos mandos. Buscaría nombres y haría tanto pudiese con lo que tenia como fuera posible. No me iba a rendir tan fácilmente, pero admitir que me desesperaba no saber que hacer era molestó y me tentaba a dejarlo olvidado. Todo el tiempo mantenía el control y lo sabia absolutamente todo. En este caso, me temía que cada día iba a descubrir algo más que me dejaría desvariando unas doce horas más.
La luces del dormitorio se esfumaron y la oscuridad cayó. Me desinfle liberando la presión que llevaba cargando el día entero. No había tomado una ducha o cambiado mi uniforme, necesitaba unos minutos antes de conseguir las fuerzas para levantarme después de haberme puesto tan cómoda en mi cama. A mi lado escuche el rechinar de los resortes y pronto la mano de Tales palmeo mi muñeca por lo que suponía que estaba intentando dar con mi mano. Acertó y unió nuestros dedos dejando caricias reconfortantes con su pulgar. Lo odiaba porque no me hallaba en posición de preocuparme más que por el complejo, pero él continuaba haciendo estas pequeñas cosas que entraban en un agujero en mi corazón que nunca di permiso de abrir. Lo detestaba, aunque no tanto para pedirle que dejase mi mano en paz. Era débil. Alicia estaría muy orgullosa de mi.
Me acomode de medio lado en un intento por enfocar su rostro entre las sombras de la oscuridad. Fallido, por supuesto. Le di un apretón como signo de agradecimiento y para que supiera que apreciaba su interés en mi bienestar. Aparte de Alicia, ha sido él único que se acercó sin intenciones de arrancarme la cabeza. Hasta ahora, al menos. Tal vez luego de un tiempo se harte y se deshaga de mi. Yo también lo haría si fuera él.
— ¿Quieres hablar? —percibí su voz en un susurro.
Quería hablar con el desde la mañana, no tenía que preguntarlo.
— Vamos. —accedí. No separe nuestras manos al ponerme de pie, lo arrastre conmigo y entramos al baño.
Tales presionó el interruptor y las luces se encendieron iluminando el espacio. Ambos nos tomamos un tiempo para acostumbrar nuestros ojos a la luz antes de enfocarnos.
— Hola. —solté un risilla tonta. Me ponía nerviosa verlo en su ropa de dormir. Acostumbraba a usar pantalones de chándal o shorts y nada más. Pedía intervención divina por mi alma.
— Hola. —la comisura de su labio se levantó y le echo un vistazo a nuestras manos juntas— ¿Te molesta?
Me tomó un segundo seguir el hilo de la conversación. Las manos, tonta.
— No, no me molesta. —asegure.
— Pensé que por lo de esta mañana...—dejo la frase en el aire.
— Eso, si, me disculpó. —me apresure a decir— El momento me empujó a decir eso pero no me molestan ni las bromas de los chicos o estar contigo. Todo lo contrario.
— ¿Y cual fue la razón? —inquirió.
Moví mi mano balanceando un poco la de él con mi vista clavada allí. Me iba a matar, y con toda la razón.
— Fui a las torres por mi cuenta. —confesé sin ser capaz de encararlo. Cobarde.
El silencio que le siguió a mis palabras me puso tensa. Busque su rostro y la expresión de decepción en ella me hizo sentir un malestar en el pecho.
— Se que te prometí que te diría si planeaba hacer algo, pero tuve una buena razón para no hacerlo. —justifique.
Quito su mano de la mía y se cruzó de brazos esperando mi magnífica respuesta. Abrí mi boca indignada y lleve mis manos a la cadera.
— Kitsch me iba a decir algo muy importante.
— ¿Kitsch? —su rostro se arrugó en confusión.
— Si, el es un doctor de...
— Se quien es. —interrumpió— No puede ser que ese maldito siga vivo.
— ¿Lo conoces?
— Por supuesto que lo conozco. El bastardo era uno de los testigos principales en nuestro acordeón, se vendió por un trato de cinco años en la cárcel y con la pauta de no quitarle su laboratorio.
— ¿Que no murieron todos los del acordeón?