Proyecto Humblood

XLII.

La oscuridad arribó finalmente trayendo consigo un silencio espeluznante, haciéndome profundamente consciente de mi entorno; las respiraciones calmadas y pausadas de los cuatro hombres en la habitación, mi corazón latiendo entre un ritmo acelerado y calmado variando por las memorias que mi cerebro reproducía a modo de incentivo para activar una mecha con la que luché a lo largo del día, y de la vida nocturna siguiendo su curso fuera de las paredes que nos rodeaban. 

 

Dentro de mí una bomba aguardaba para explotar y salpicar a todos, sin embargo, mi exterior no era más que un velo de serenidad que escuché a Killard describir como macabro. Suponía que tenía razón, no me ofendía su descripción. En efecto percibía algo diferente creciendo a rapidez desmedida saliendose ligeramente de mi control, aunque no tanto como para permitirle mostrarse ahora. No era el momento para eso, temía causar más daño que arreglos.  Sobre la marcha podría definir de que se trataba, si me seria útil, o si solo es una creación de mi propia desesperación reprimida. 

 

Me incorporé lentamente evitando emitir sonido para que nadie en la habitación se diera cuenta de mi escapada. Tenia que hacer esto sola, y con ellos sobre mí seria complicado lograr algo con Margaret. Tuvieron el día entero para sacarle información ya que me negué a tratar con ella en mi condición tan volátil. No iba a terminar bien, en ningún sentido. Ni para ella, ni para mí.Tendrías que ser muy distraido para no notar la fina línea que separaba la locura y cordura en el ambiente. Como supuse desde el primer segundo, obtuvieron exactamente nada relevante y un par de comentarios con actitud burlesca. Firme en su posición de no decir ni el abecedario, se condenó a estar encerrada en las jaulas por traición a Todd. No quedaba otra opción más que tomar cartas en el asunto por propia cuenta ahora que hipotéticamente no existía posibilidad de que le arrancará la cabeza. Cruzar los límites políticamente correctos no estaba dentro de mis planes, y suplicaba no tener que valerme de métodos poco ortodoxos para obtener lo mínimo de ella. 

 

Moviéndome por el lugar con la misma discreción que en la habitación, llegué a la puerta que daba paso a las jaulas y giré el pomo ejerciendo fuerza para que cediera sin mucha complicación. Desafortunadamente, por acción de mi habitual mala suerte, la cerradura fue asegurada impidiendo seguir a cualquier que quisiera ir allí. Las groserías se juntaron en mi boca y apreté los labios. Di la vuelta para ir a buscar un objeto que me sirviera para liberar de su bloqueo a la cerradura y mi corazón saltó junto conmigo del susto. 

 

— ¿Que hace? 

 

Una figura alta emergió de las sombras y reconocí a la persona. 

 

— Capitán Parris. —tragué regulando mi respiración— No mucho, ¿que hace usted? 

 

Inclinó su cabeza y los ojos rojos resaltaron en la oscuridad. 

 

— Son las tres de la mañana, Sargento. A menos que sea sonámbula, decir que no está haciendo mucho aquí abajo es una excusa muy vaga. 

 

— No puedo dormir. —traté nuevamente. 

 

— La puerta de salida está por allá. —usó el pulgar la señalar a sus espaldas— Si es que quería tomar un poco de aire. 

 

— No, gracias. Regresaré al dormitorio. 

 

Se interpuso en el camino impidiendo mi huida. 

 

— ¿Para que quería ir a las jaulas? —fue al grano. 

 

Tome mi tiempo para contestar: 

 

— Quería hablar con Margaret. 

 

— ¿Hablar? 

 

— Si, eso dije.  

 

— Por lo que nos dijo el General Todd hay que tenerle cuidado. 

 

Subí ambas cejas. 

 

— ¿Eso dijo? 

 

— Le vimos el cuello a ese hombre. 

 

Moví mi cabeza en comprensión. Que conveniente. 

 

— Eso no me deja muy bien parada. 

 

— Si quiere que le sea honesto, la verdad es que no. 

 

— No le haré daño. 

 

— No me puedo arriesgar, Sargento. 

 

— Tengo que hablar con ella. 

 

Paso junto a mi y encendió un diminuto foco iluminando una porción del primer piso. 

 

— Responda a una pregunta, y lo consideraré. 

 

Me cruce de brazos viéndolo recargar su espalda contra la pared cercana a la puerta. 

 

— ¿Que pregunta tiene? 

 

— ¿Volveré a mi vida normal? 

 

— Depende del éxito de nuestro plan. 

 

— Esa es una respuesta muy plana, Sargento. 

 

— No le gustan ni mis respuestas, ni mis excusas. —reclame— ¿Que es lo que quiere que le diga? 

 

— ¿Confía usted en su plan? 

 

— Por supuesto que si. —no dudé. 

 

— Con la pérdida de su amiga...

 

— Por esa razón es que necesito hablar con ella. —corté sus palabras elevando sutilmente mi tono— Para que mi cabeza este en un solo lugar, necesito que ella me diga lo que sabe. 

 

— Si le hace daño me meteré en problemas con el General. 

 

— No está en mis planes hacerle daño. 

 

Me observó unos segundos y se enderezó buscando en el bolsillo de su pantalón. 

 

— Un sonido inusual y estaré dentro. —introdujo una llave en la cerradura y cedió— La droga me dio la audición perfecta, no dude que puedo escuchar hasta el latido de su corazón. 

 

Mostré mis manos inocente.

 

— Entendido. 

 

— Adelante. —hizo un ademán con su mano permitiendo el paso. 

 

Crucé el umbral y la puerta se cerró a mis espaldas seguido de los focos iluminando el espacio. Parpadee para acostumbrar mis ojos a la intensa luz y enfoque el cuerpo de Margaret  arrinconado en la última de las jaulas donde irónicamente ataque al conductor horas atrás. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.