— ¡Feliz cumpleaños a ti!
Mis párpados pesaban. ¿Que esta pasando?
— ¡Feliz cumpleaños a ti!
Las voces eran familiares. ¿Donde estoy?
— ¡Feliz cumpleaños, Gala!
Pasos se aproximaban. Envíe las órdenes a mi extremidades y no hubo reacción. Vamos, tengo que saber que sucede.
— ¡Vamos, hija! —río— Hoy es tu cumpleaños, despierta.
Reconocía esa voz. Luché contra el entumecimiento de mi cuerpo.
— ¿Hasta que hora estuviste de fiesta con Alicia? —regaño otra voz.
La reconocía también. Tenía que levantarme, esto no tiene sentidos. Ellos dos no...
— Gala. —agitaron mi cuerpo— ¡Arriba!
Me las arreglé para mover mi cabeza y la luz dio directamente en mi rostro.
— Mírate, parece que un camión te atropelló.
Mi estómago se contrajo.
¿Que?
— ¿Peter? —arrastre las palabras.
— Buenos días, hija. —tocó mi mejilla.
Un toque suave. Extrañamente paternal.
— No me toques. —me alejé, asqueada— ¿Que estas haciendo aquí...
Cerre mi boca de golpe observando a la persona a su costado.
Esta es una mala broma.
— ¿Que tienes, Gala?
Depositó el gran pastel en la mesa de noche y se acercó al borde la cama.
— ¿Mamá?
No, no, no. Ella estaba muerta. ¿Que esta sucediendo?
— Estas pálida. —indicó, preocupada.
Mi mirada osciló entre ambos.
— ¿Donde estoy? —quise saber.
— En casa. —replicó obvio— ¿En que otro lugar podrías estar?
Él no se veía...
No, Gala, ¿que estas pensando? ¡te inyectó!
— Sal de aquí. —exigi— ¡Sal!
Las piernas me temblaron tratando de bajar de la cama.
— ¿Que tanto tomaste anoche? —Peter me sujetó de los hombros— Recuestate.
El se veía genuinamente preocupado.
— ¡No me toques! —quité sus manos.
— ¡Respeta a tu padre, Gala! —riño mi madre.
Parpadee.
— ¿Que estas diciendo?
Ella tomó el lugar de Peter y me ayudó a sentarme en la cama.
— Se que debes estar enojada.
— ¿Enojada?
— Tienes toda la razón de estarlo, ¿si? —prosiguió— Lo lamentamos.
La confusión aumentaba con el paso del tiempo. Restregue el rostro con mi manos dejándome caer de espaldas.
— ¿Gala?
— ¿Que quieres, Peter?
— ¿No soplaras tus velas? —alzó el pastel.
— Ni siquiera es mi cumpleaños. —me incorpore.
— ¿Cuanto tomaste? —se carcajeo.
Carajo, ¿quien es este hombre?
— No tome nada. —señale mi cuello— Tu me hiciste algo.
Sus ojos siguieron mi dedo.
— Estoy muy seguro que eso —enfatizó—, no lo pude hacer yo. Es muy raro que lo digas.
Junte las cejas.
— Claro que si.
— Hija, ¿sabes lo que estas señalando?
Mi madre estiró su mano y me guió al espejo gigantesco. Esta habitación, definitivamente, no era la mía.
— ¿Estas bien, mamá? —susurre.
— ¿Por qué no lo estaría? —unimos miradas en el espejo— Ahora, ve lo que insistes hizo tu padre.
Mi expresión decayó.
— Carajo. —se filtró por mi boca.
— Si, hija. —dio un apretón en mis brazos— Mucha bebida para ti.
Un camino de moretones desaparecía tras mi cabello revuelto. Sabía cómo se obtenían.
— ¿Quien me hizo esto?
— Sopla las velas y hablaremos de eso. —condicionó Peter.
Me incliné y cumplí su comando maquinando respuestas para el cúmulo de dudas en mi cabeza.
— Feliz cumpleaños, dulce. —acortó la distancia y rodeo mi cuerpo con sus brazos— Te quiero.
¿Perdón?
— Ah, si. —atine a decir.
— Tu siempre tan linda. —metió un cabello tras mi oreja— Y las disculpas van en serio.
Mi madre sonrió.
— Si, hija, prometemos llegar a tiempo la próxima vez.
— No estoy entendiendo. —articule.
— Tu acto.
— ¿Que acto?
— El de promoción, Gala Laureen. ¿De que otro acto podríamos estar hablando?
Rasque mi nuca.
— Bromeaba. —reí incómoda— Si, eso hacía.
— Tendré que hablar con Alicia y ese novio tuyo. —le paso el pastel a mi madre— Eres una mujer adulta, pero eso no quiere decir que te vamos a dejar consumir alcohol hasta desvariar. Seguro aun sigues intoxicada.
Lo único en mi sistema era una sensación de extrañeza y confusión.
— ¿Me dejan a solas un momento? —pedí— Quiero tomar un baño.
— Estaremos en la cocina. —dejó saber mi madre— Una vez hagas tus cosas, vas a tomar desayuno ¿entendido?
Afirmé con la cabeza.
— Entendido.
Abandonaron la habitación entre risas cómplices. Si, tal y como una pareja. La puerta se cerró y un mareo me golpeó.
— Por el altísimo.
Apoyé mi mano en la pared y apreté los labios con fuerza. No entendía lo que estaba sucediendo en lo absoluto. Recordaba a Peter clavando la jeringa en mi cuello, recordaba la droga recorriendo mi sistema, y también, recordaba terriblemente a la perfeccion como la vida se fue de mis manos en cuestión de minutos. No podía ser un mero producto de mi imaginación, o del alcohol. Algo estaba sucediendo, y yo no era consciente de ello.
Avancé a paso lento y gire la perilla de una de las tantas puertas en la habitación. Este no era mi apartamento, ni el de mi madre, o siquiera la casa donde viví hasta los doce. Por su aspecto elegante en cada rincón, me atrevía a decir que se trataba de una mansión. Jamás había vivido en una, ni en mis sueños más locos. Ningún hilo calzaba apropiadamente además, ¿Peter siendo un buen padre y mi madre sobria y feliz a su lado? Ya lo dije una vez y lo diría nuevamente, ni en mis sueños más locos. Mis opciones eran inusualmente variadas, y delirios sonaba como una buena elección de entre el montón que se postuló. No había una respuesta más coherente a Peter siendo un buen padre que delirios, ni siquiera en otra dimensión él podría asumir ese papel con responsabilidad. Mi padre es, y será, un asco de persona y figura paternal, los delirios se excedieron con su producción creativa, y yo, debía dar con el fin de esto.