Proyecto Humblood

LV - Penúltimo capítulo.

La vida es frágil.

En un segundo estás aquí, y al otro simplemente ya no.

¿Y qué otra cosa podemos hacer más que aceptarlo?

Caminamos por un sendero desconocido sin saber a dónde iremos a parar. Tenemos un tiempo limitado que cuelga de un hilo delgado, y queda de nuestra parte saber aprovecharlo.

¿Él lo aprovechó?

Me gusta creer que si.

¿Su tiempo fue el suficiente?

No, mierda. Acabó demasiado pronto, tenía mucho por hacer.

Tenía mucho por demostrarle al mundo y a sí mismo.

Con mis manos temblorosas y mente nublada escuché aquellas palabras que se sintieron como un millón de dagas a mi corazón.

Muerte instantánea.

Ni siquiera había sido consciente de su destino.

No sintió nada.

Murió sin saber que lo había golpeado.

El dolor y alivió, la combinación de ambas, estallaron en cadena. Era doloroso que no estaría conmigo, no volvería a verlo jamás. Sin embargo, un alivio culposo navegó por las inmensidad de mi cuerpo dando un poco de calma producto de saber que él solo... murió.

Sin sufrimiento, o agonía. 

Descansaba en paz, justo como merecía.

¿Estaba yo en paz?

Nadie se esperó lo que sucedió, ni mucho menos lo vieron venir. Tendrías que ser alguna clase de genio para saberlo, y aún no existía tal cosa. La culpabilidad, por supuesto, recayó en mi nuevamente. No era de extrañar que quisiera salvar a todos, y tampoco era extraño que no lo logrará. Esta no es una situación que experimentaba por primera vez, y el muro que se construyó alrededor de mí era la evidencia de ello.

Todos querían respuestas.

Todos querían venganza.

Todos querian al culpable.

Y todos querían que hiciera algo al respecto.

Pero, ¿cuándo comenzarían a ver ellos esto de la forma en la que yo lo veía?

Una única respuesta.

Una única forma de venganza.

Un único culpable.

Y una sola cosa que hacer.

¿Estarian ellos bien con eso?

Honestamente, no me importaba. Nada lo hacía en realidad.

Me veían como una máquina de respuestas y justicia. Pasaban por alto que sufría, y que me desangraba lentamente por dentro. Y aún así, se suponían ganadores.

No éramos ganadores.

La muerte no sólo significó que los barrotes que hoy lo contenían eran un modo más de entretenimiento.

De adrenalina, de éxtasis.

Las cadenas aún apretaban y tiraban con la misma fuerza que al inicio. Nos otorgó una libertad distorsionada que malinterpretamos.

Yo lo supe.

Lo supe todo el maldito tiempo, y no se asentó en mi hasta que lo sacaron de ese auto con una sábana blanca.

Irreconocible.

Sin risas.

Ganas de discutir.

Inerte.

Muerto.

Se llevó, no sólo a alguien con una parte fundamental de mi corazón, sino que también el último gramo de misericordia al que me aferraba cada día para no ceder a lo que tanto temia.

La vida es frágil, y nuestro tiempo limitado.

¿Necesitaba otra prueba?

¿Necesita que se me arrebatara más?

Llegaría a su término, a la fecha de caducidad, y todavía no me sentía en paz. El sentimiento de arrepentimiento no cesó su persecución ni en los instante del coma.

La razón se hizo evidente.

No era una buena persona, nunca lo fui.

Y ya no lo sería, o pretendería serlo.

Nos gustaba a igual medida hacer daño, llamenlo cinismo o amor al poder. La diferencia entre los dos, es que poseía una selectividad rigurosa. No causaría daño solo porqué si, y cuando lo hacía me aseguraba que valiera la pena.

Seria implacable.

Entender a Peter fue, tal vez, la cosa más difícil de descifrar. Culparia a mis nervios arruinados o a mi corazón roto. No me gustaba darle el poder a esta parte de mí sin saber a ciencia cierta lo que haría, por lo que ahora, con un camino claro, le permitiría hacer lo que mejor sabía.

Seria imparable.

En efecto, lo que debí permitir desde el día que Margaret puso un arma en mi cabeza. No pudo ser más obvio. Claro que, al principio, ayudar a los soldados fue un incentivo el cual gradualmente se convirtió en un deseo de destrucción intenso con un objetivo definitivo. Debía admitir que, si esto no hubiese ocurrido, no habría sacado la venda de mis ojos. Seguiría creyendo que las cosas marchaban bien.

Estos son los incentivos que el destino te arroja, y el deber es tomarlos sin titubear.

Hay momentos en los que lo correcto, no es lo indicado. O en lo absoluto, correcto. La perspectiva de lo bueno, y lo malo, se pierde cuando te das de bruces con la realización de que juegas con las reglas erróneas. Mueves tus piezas a un compás determinado por el mero miedo de perder, y es lo que, irremediablemente, ha estado pasando frente a tus ojos. A pesar de eso, continúas la partida.

Solo lo notas al contar tus piezas.

Ya no las tienes.

Ya no están ahí.

Él no está aquí, Gala.

¿Que harás entonces, inútil?

¿Que, Gala?

Los botones quemaron cual fuego a medida que se ajustaban a mi anatomía, y el tenue olor del humo y la gasolina se colaron por mis fosas nasales trayendo recuerdos con fuerza descomunal a mi mente. Ahora no, Gala, sé fuerte una última vez. Cerré mis ojos tomando largas respiraciones y terminé de poner el uniforme con mínima delicadeza. Debía deshacerme de el al segundo que esto terminará, era demasiado para mí. La puerta se abrió sin aviso, y no me molesté en mirar a la persona.

— Gala.

— ¿Ya es tiempo?

Alicia tragó con dificultad.

— Si.

— ¿Que hay de los reporteros? ¿limpiaron la salida?

Apretó su agarre en el pequeño bolso de mano.

— Están contenidos en las adyacencias lejanas del hotel.

— Bien, iré en un segundo. —la despache sutilmente.




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