El ruido de los barrotes y el bullicio de los reclusos malhumorados me recibió al poner pie en las instalaciones de la prisión.
— ¿Objetos metálicos?
— No.
— ¿Armas?
— Reglamentaria.
— Tiene que dejarla en esta área, Capitán.
Saque el arma de la pistolera en mi muslo y se la entregué.
— ¿Objetos punzantes? —prosiguió.
Me aguanté las ganas de hacer una mueca.
— No.
— ¿Armas blancas?
— No.
Asintió satisfecho y alcanzó las llaves en su cinturón generando que estas chocarán entre sí.
— ¿Propósito de la visita?
— Confidencial.
Hizo una señal a la cámara y los seguros de la puerta frente a nosotros cedieron.
— El tiempo es limitado.
— ¿Cuanto es eso?
Caminó delante guiandome a la sala de visitas.
— Veinte minutos.
— Suficiente.
— El lugar está monitoreado, dos hombres en la sala y cinco en vigilancia. —señaló una mesa en la esquina más alejada del lugar— Si algo llega a suceder, retroceda y nosotros actuaremos.
Mostré mi pulgar pasando por su lado.
— Entendido.
— Lo traerán en unos segundos.
— Bien.
Traté vergonzosamente de arrastrar la silla para tomar asiento y noté que se hallaba aferrada al suelo por tornillos. Concéntrate, Gala. Acomode un cabello tras la oreja y me senté antes de poder cometer otra tontería. El guardia a unos metros recibió órdenes por el intercomunicador y se desplazó a la puerta doble abriendola. Apoyé los codos en el frío metal de la mesa usando las manos de soporte para mi barbilla. El contacto visual con el hombre que emergió fue instantáneo y el brillo de esperanza en su ojos se apagó al caer en cuenta que no se trataba de quien él anhelaba ver de nuevo.
— ¿Que haces aquí? —sonó cansado.
El guardia verificó las esposas en sus manos y pies.
— ¿Se supone que no puedo venir?
— No quiero verte aquí. —se dirigió al hombre a su lado— Quiero regresar a la celda.
— Disfrute la visita. —no se inmutó y lo obligó a sentarse. Me miró y habló—: Veinte minutos.
— Ya me lo dijeron.
— Volveré, sin excepciones.
Lo vi alejarse, y luego enfoqué a Conrad.
— ¿Que haces aquí? —saltó.
— ¿Por qué no vendría?
— No te quiero aquí.
— A mi no me importa lo que tu quieras.
— ¿Entonces para que viniste?
Me encogi de hombros.
— Para disfrutar las vistas.
— Lárgate.
— ¿Y si no que? —lo rete— ¿Vas a hacerle un berrinche al guardia?
Sus fosas nasales se dilataron.
— Te gusta esto, ¿no es así?
— ¿Te refieres a que si me gusta verte con esa linda braga naranja? —guardó silencio— No, en realidad no. Preferiría verte con un traje.
— ¿Con un traje?
— Así es, dentro de un ataúd.
Inhalo profundamente.
— ¿Que quieres, Gala?
— Solo hablar.
— ¿Sobre qué?
— ¿De verdad lo preguntas?
— Tu viniste aquí, tu dime.
— Empecemos por Alicia, ¿te parece?
Se removió en la silla.
— ¿Que con ella?
— No te emociones. —espete— No vengo aquí de mensajera del amor.
— Solo habla, ¿quieres?
— Deja de llamarla.
— ¿Eso te dijo ella?
Incline mi cabeza ligeramente, culpable.
— Revisé su celular.
Río a secas.
— Ni siquiera te lo dijo.
— No me lo dijo porque no quiere añadir más mierda al montón con el que ya debo lidear.
— Ella me ama.
— Ah, si, claro. ¿Te lo repites todas las noches antes de dormir?
— Lo sé, nos amamos.
Tenia que estar bromeando.
— Dejarás de llamarla.
— No lo haré, no es tu asunto lo que hay entre ella y yo.
— ¿Que hay entre ella y tu?
— Amor.
— ¿Así como entre tu y Beberly? —ataque.
Perdió un poco el color.
— Es diferente.
— ¿En qué sentido?
— No amaba a Beberly.
— No tienes ni que decirlo, hombre. Privar de su libertad a una persona es suficiente evidencia de que te importa más el sucio en tus suelas que su bienestar.
— Tampoco exageres.
— ¿Exagero?
— Ella no tuvo una mala vida.
— ¿Te parece que no es una mala vida robarle sus sueños solo para tratar de complacer a un hombre que no se puede querer ni a sí mismo?
— Ella me dio su investigación a voluntad, no la obligue.
— La engañaste.
— No lo hice.
Sobe mi sien.
— ¿Donde está tu lógica, Conrad?
— Es lo que tenía que hacer.
— Esa no es una excusa para la porquería que le hiciste atravesar a Beberly. Hacerle creer que la amabas, y no solo eso, te casaste con ella para mantenerla encerrada.
— Nunca le hice daño.
— La dañaste emocionalmente, carajo.
— Estoy seguro que se recuperará.
No lo soportaba, quería darle una paliza para hacerle entrar algo de razón.
— ¿Donde tienes la cabeza?
— Gala, solo vete.
— ¿Así quieres que crea que amas a Alicia?
— Con ella es diferente, ya te lo dije.
— La estas atormentando.
— ¡Alicia me ama! —gritó.
El guardia hizo el amago de ir por su arma y alcé mi mano para dejarle saber que estaba bien.
— Si te ama o no, no es el punto. La cosa es que, jamás le permitiría estar con alguien como tú y ella no discutirá al respecto. Le das asco, Conrad.
— No me la quites.
— Tu mismo hiciste esto, yo lo termino. Nada más.
— La amo, Gala. Es lo único que me queda.
— ¿Que hay de tu madre?
Según Alicia, la mujer recogió sus pertenencias y voló fuera del país al segundo que Todd dio el visto bueno. Ella no sabía sobre el esqueleto que su hijo escondía bajo el tapete y muchísimo menos deseaba cruzarse con Peter otra vez. Lo usual.
— No me habla.
Recargue mi peso en el respaldar.
— Alicia no contesta tus llamadas tampoco. Es una señal, hombre.