Proyecto Landas

Capítulo 5: El huésped inesperado

Volví a casa con los pies mojados y el alma hecha trizas. París parecía más silenciosa que nunca, como si la ciudad también estuviera conteniendo la respiración. Cada paso que daba hacia mi habitación era una traición a la normalidad que tanto me esforzaba por fingir. No sabía si quería llorar, gritar o simplemente desaparecer.

La puerta de mi cuarto estaba entreabierta.

No la había dejado así.

Mi cuerpo se tensó. El corazón empezó a latir con fuerza, como si quisiera advertirme de algo. Empujé la puerta con la punta de los dedos, esperando encontrar el vacío. Pero no.

Nikolai estaba allí.

Sentado en el borde de mi cama, con una foto mía entre los dedos. Una de esas que había escondido en el fondo del cajón, donde los recuerdos van a morir lentamente. Su mirada estaba clavada en la imagen, como si intentara descifrar algo que yo misma había olvidado.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, con la voz quebrada por el pánico.

Él levantó la vista. Sus ojos verdes esmeralda, esos que me habían perseguido en sueños, no mostraban culpa. Solo una calma inquietante. Como si estuviera exactamente donde debía estar. Como si mi habitación fuera suya desde antes de que yo la conociera.

—Esperándote —respondió, sin moverse.

—¿Cómo entraste?

—La puerta estaba abierta. O quizás fui yo quien la dejó así. No importa. Lo que importa es que estás aquí. Y que ya no puedes fingir que no me viste.

Me quedé quieta. No por miedo. Por incredulidad. Por esa sensación de que el pasado estaba invadiendo el presente sin pedir permiso. Como si todo lo que había enterrado estuviera saliendo a flote, sin tacto, sin aviso.

—No puedes estar aquí —dije, aunque ni yo lo creía del todo.

Él se levantó con lentitud, como si el tiempo se plegara a sus movimientos. Sacó un pequeño frasco de su chaqueta. Lo reconocí al instante. La droga. La que había comprado sin pensar. La que él había llamado "una llave".

—Krokodil —pronunció, como si el nombre fuera una herida abierta—. No es una droga común. Es rara. Peligrosa. Te carcome por dentro. Pero también... te muestra cosas que preferirías no ver.

—¿Qué cosas?

—Las que escondes. Las que te escondieron. Las que te definen aunque no las entiendas.

Me temblaban las manos. No por la droga. Por él. Por lo que estaba diciendo. Por lo que estaba insinuando.

—¿Cómo sabes todo esto?

Nikolai dio un paso hacia mí. Su presencia era como una tormenta que no sabes si te va a destruir o a purificar. Su voz no era mística. Era firme. Como la de alguien que ha visto demasiado y ya no tiene tiempo para adornos.

—Porque yo la tomé. Porque me rompió. Porque me mostró cosas que nadie debería ver. Y porque, desde entonces, no soy el mismo.

—¿Y por qué me lo diste?

—Porque tú también necesitas saber. Porque tu historia está llena de silencios. Y alguien tiene que romperlos.

Su mano rozó mi mejilla. No fue un gesto dulce. Fue una advertencia. Un recordatorio de que él no era el chico del campamento. Era otra cosa. Algo que había aprendido a sobrevivir sin pedir permiso. Algo que me entendía demasiado bien.

—No quiero esto —dije, retrocediendo.

—Ya lo tomaste. Ya estás dentro. Ya no hay vuelta atrás.

Me miró como si pudiera ver cada rincón de mi alma. Y yo lo odié por eso. Y lo amé por eso también. Porque nadie más lo hacía. Porque nadie más se atrevía.

Y entonces, sin decir una palabra más, Nikolai se inclinó y me besó.

No como antes. No como un recuerdo. Como una promesa. Como una maldición.

Su boca sabía a cenizas. A secretos. A todo lo que estaba por venir.

Y yo lo dejé.

Porque, en el fondo, sabía que ese beso... era el principio del fin.

Pero cuando sus manos empezaron a deslizarse por mi cintura, algo dentro de mí se encendió. No era deseo. No era miedo. Era memoria.

Me aparté de golpe, como si su piel me quemara.

—No —dije, con la voz temblorosa—. No puedes hacer esto. No puedes aparecer después de años y tocarme como si nada hubiera pasado.

Él no respondió. Solo me miró. Con esa intensidad que me hacía sentir desnuda, incluso con ropa.

—¿Te acuerdas del verano en el campamento? —susurró, dando un paso hacia mí.

—Claro que me acuerdo —respondí, con la garganta cerrada—. Me acuerdo de cada maldito día. De cada noche. De cada promesa rota.

—Entonces sabes que esto no es nuevo. Que esto no se apagó. Que tú tampoco lo hiciste.

Su mano volvió a tocarme. Esta vez, más firme. Más segura. Se deslizó por mi espalda, como si buscara algo que había dejado allí años atrás.

—Nikolai...

—Shhh —susurró, acercando su boca a mi oído—. No digas que no quieres. No mientas. No ahora.

Me quedé quieta. Porque tenía razón. Porque mi cuerpo lo recordaba. Porque mi alma lo reconocía. Porque, aunque mi mente gritaba que corriera, algo más fuerte me anclaba a él.

Sus labios volvieron a encontrar los míos. Esta vez, con más urgencia. Con más rabia. Como si el tiempo perdido pudiera recuperarse en un solo beso.

Sus manos se deslizaron por mi cintura, por mis caderas, por mi espalda. Me apretó contra él como si quisiera fundirse conmigo. Como si el mundo fuera a romperse y él necesitara asegurarse de que yo estuviera de su lado cuando ocurriera.

—¿Te acuerdas de la noche del lago? —susurró entre besos—. Cuando dijiste que nunca me olvidarías. Que, aunque el mundo se acabara, yo seguiría siendo tu refugio.

—Tenía quince años —respondí, con la voz rota—. No sabía lo que decía.

—Pero lo sentías. Y yo también.

Me empujó suavemente contra la pared. No con violencia. Con necesidad. Como si el espacio entre nosotros fuera una ofensa que debía corregirse.

Su mano se deslizó bajo mi camiseta. Su piel contra la mía. Su respiración acelerada. La mía también.

—Esto no está bien —susurré, aunque no me moví.

—Nada de esto lo está —respondió—. Pero eso no significa que no sea real.



#521 en Thriller
#236 en Misterio

En el texto hay: pasado oculto

Editado: 15.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.