Me desperté con la garganta seca y los ojos hinchados. No había llorado, pero el insomnio hace cosas raras con el cuerpo. Me quedé un rato mirando el techo, intentando convencerme de que lo de anoche no había pasado. Que Nikolai no había vuelto. Que no había una caja escondida en casa con documentos que me hacían dudar de quién soy.
Pero sí pasó.
Me levanté, me puse la sudadera más neutra que encontré, y bajé a la cocina. Mi madre estaba allí, como siempre, preparando café. Como si todo fuera normal. Como si no hubiera secretos flotando entre nosotras.
—Buenos días, Lili —dijo mi madre, sin levantar la vista del café.
—Buenos —contesté, como si no hubiera leído esa carta que me revolvió el mundo.
Me senté frente a ella. El café humeaba entre nosotras, pero el silencio pesaba más que el aroma. Nadie decía nada, pero todo se sentía dicho.
—¿Dormiste bien? —preguntó, removiendo el café con una cucharilla que tintineaba demasiado fuerte.
—Sí. Como un tronco —mentí.
Ella asintió. Se quedó en silencio. Y yo también. Porque si decía algo, iba a explotar todo. Y no estaba lista para eso. Aún no.
—Tu padre llamó esta mañana. Llegó bien a Bruselas —dijo, como si eso fuera relevante.
—¿Y qué tal las reuniones?
—Intensas. Como siempre.
Silencio.
—¿Y tú? ¿Todo bien en la uni?
—Sí. Todo normal —dije, intentando sonar convincente.
—¿Normal? —repitió mi madre, alzando una ceja sin dejar de remover el café.
—Lo de siempre —insistí, y el sorbo que tomé me quemó la lengua. Perfecto.
Ella dejó la cucharilla en el platito y me miró por fin. No con enfado, ni con ternura. Con algo más difícil de leer.
—Lilith... si alguna vez te cruzas con algo que no entiendes, mejor déjalo estar.
—¿A qué te refieres?
—A nada en particular —respondió, demasiado rápido—. Solo... ten cuidado.
Me quedé en silencio. No por miedo. Por esa extraña certeza de que no hablábamos de cosas abstractas. Que ella sabía algo. Que yo también. Y que ninguna de las dos estaba lista para decirlo en voz alta.
—¿Hay algo que quieras contarme? —pregunté, tanteando.
—¿Debería?
—No sé. Tú dime.
—No. Todo está bien —dijo, pero su voz tembló un poco.
Me terminé el café, agarré la mochila y salí de casa como si fuera una adolescente normal. Spoiler: no lo era.
(...)
La universidad estaba igual que siempre: pasillos llenos, gente corriendo como si el café fuera oxígeno, profesores con cara de "¿por qué elegí esta carrera?", y estudiantes fingiendo que entendían lo que estaban leyendo mientras abrían TikTok en segundo plano.
Me senté en mi lugar habitual, al fondo del aula, donde la luz no molesta y los profesores no preguntan. Saqué mi cuaderno, fingí revisar apuntes, y me preparé para sobrevivir otro día de "Introducción a la Astronomía", también conocida como "cómo sentirte estúpida en menos de cinco minutos".
Entonces apareció él.
—Ey, polvo de estrellas —dijo Malik, con esa sonrisa que parecía tener WiFi directo con mi sistema nervioso.
—Ey, agujero negro con piernas —respondí, sin pensarlo. Era nuestro chiste. Nuestro código. Nuestro "sé que el mundo está raro, pero tú me haces reír".
Se sentó a mi lado, como si el universo lo hubiera decidido sin consultarme. Sacó su cuaderno y empezó a garabatear algo sin mirar. No eran fórmulas ni dibujos complejos. Solo líneas sueltas, como si su mano necesitara moverse para que su mente se calmara. No pregunté qué era. A veces, los silencios dicen más que las palabras.
—¿Sabías que si juntas todos los apuntes de esta clase, puedes construir una nave espacial? —bromeó.
—Sí, pero solo si los quemas y usas el humo como propulsión —respondí.
Nos reímos. No mucho. Pero lo suficiente para que el silencio entre nosotros se sintiera cómodo. Malik tenía esa energía que no invadía, pero tampoco se perdía. Como si estuviera ahí porque quería, no porque necesitara algo.
—¿Has hecho el trabajo del módulo 3? —preguntó, bajando la voz.
—¿Cuál? ¿El de calcular la masa de una estrella o el de aceptar que nunca seré astrofísica?
—El segundo. Yo también lo tengo pendiente.
—Perfecto. Podemos fracasar juntos. En equipo. Como los Power Rangers, pero sin poderes ni trajes ajustados.
—Y sin sentido del deber —añadió él.
—Y sin presupuesto.
—Y sin Zordon.
—Pero con ansiedad y café —rematé.
Nos reímos otra vez. Esta vez más fuerte. Lo suficiente para que el profesor levantara la vista desde su escritorio y nos fulminara con la mirada.
—¿Lilith? ¿Malik? ¿Algo que quieran compartir con el resto de la clase? —preguntó, con ese tono pasivo-agresivo que solo los profesores dominan.
—Solo que la gravedad nos está afectando más de lo normal hoy —respondió Malik, sin perder la sonrisa.
—Entonces que les afecte hacia la biblioteca. El trabajo sobre la evolución estelar no se va a hacer solo.
—¿La evolución estelar incluye nuestra evolución como estudiantes? —pregunté, fingiendo inocencia.
—No, pero incluye su posible extinción si no entregan el trabajo mañana —dijo el profesor, volviendo a sus notas.
Malik me miró. Yo lo miré. Y ambos supimos que no teníamos ni una sola página escrita.
—¿Estás libre esta tarde? —preguntó él, mientras garabateaba algo en su cuaderno.
—Depende. ¿La propuesta incluye café y evasión de responsabilidades?
—Incluye eso y una playlist que suena como si el universo estuviera llorando en cámara lenta.
—Perfecto. Me apunto.
Malik no sabía nada. Nada de mi caos, de mis noches en el bosque, de las cartas que no debía leer. Solo me miraba como si yo fuera interesante. Como si mi silencio no pesara. Como si no notara que mi sonrisa era una defensa más que una expresión.
Y eso, de alguna forma, dolía más que si lo supiera todo.
Porque él era luz. Y yo... yo apenas estaba aprendiendo a no temerle a la oscuridad.