El sonido de las llaves girando en la cerradura me sacó de golpe de mi espiral mental.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente: guardé el sobre, cerré la caja, la empujé bajo la cama y me senté frente al portátil como si llevara horas ahí. Como si no hubiera tocado nada. Como si no estuviera temblando por dentro.
La puerta se abrió. Mi madre entró con el paraguas aún goteando, la bufanda torcida y esa mirada que me conoce más de lo que me gustaría admitir.
No dijo "hola". No preguntó cómo estuvo mi día. Solo me miró.
Y entonces lo soltó.
—¿La viste?
Mi garganta se cerró.
—¿Ver qué? —respondí, fingiendo una naturalidad que no sentía.
—La caja. La que estaba en el armario del pasillo.
La caja. Esa caja.
La que no debía abrir. La que ahora estaba bajo mi cama, como si el polvo pudiera esconder los secretos que contenía.
—No. —mentí.
—¿Estás segura? —preguntó, con esa voz suave que usaba cuando quería que confesara sin obligarme.
—Sí. No vi nada. —Intenté sonar casual, como si la caja no estuviera ahora mismo bajo mi cama, como si no hubiera leído cada palabra del sobre que decía que mi vida no era lo que yo pensaba.
Ella se quedó en silencio. No me miraba directamente, pero su presencia llenaba la habitación como una tormenta que aún no ha estallado.
—Porque si la viste... —dijo al fin, dejando la frase suspendida en el aire.
—No la vi. —Repetí, esta vez con más firmeza. Como si repetirlo hiciera que fuera verdad.
Mi madre asintió lentamente, pero no parecía convencida. Se giró hacia la cocina, y mientras se alejaba, soltó una última frase, casi como un susurro:
—Entonces no tienes nada que temer.
Y eso fue lo peor. Porque sí tenía miedo. Mucho. No de la caja. No de lo que había dentro.
Sino de lo que iba a pasar ahora que sabía.
Me quedé sola.
Sola con el eco de su pregunta.
"¿La viste?"
"¿La caja?"
"¿Por qué ahora?"
Subí las escaleras sin prisa, como si cada peldaño pesara más que el anterior. Mi cuarto me recibió con el mismo silencio de siempre, pero esta vez parecía distinto. Como si las paredes supieran lo que yo aún no me atrevía a admitir.
Me encerré. Cerré la puerta con el pestillo. Me senté frente al escritorio y abrí el portátil. Tenía que hacer el proyecto de historia.
Fechas. Revoluciones. Declaraciones.
Pero las palabras se mezclaban con los recuerdos.
Las ideas con las sospechas.
Y mi mente con el miedo.
El cursor parpadeaba sobre el documento en blanco, como si esperara que yo escribiera algo más que datos. Pero no podía. No con la caja aún en el armario de mis padres. No con la carta aún temblando en mi bolsillo. No con la sensación de que todo lo que sabía sobre mí estaba empezando a desmoronarse.
Entonces llegaron los mensajes.
Desconocido: "No todo lo que se guarda permanece oculto."
Me congelé.
No era spam. No era casualidad.
Era personal.
Demasiado personal.
Sentí cómo la sangre se me iba a las manos, como si mi cuerpo supiera antes que yo que algo estaba mal. El cursor parpadeaba en la pantalla, pero yo ya no veía el documento de historia. Solo ese mensaje. Esa frase. Esa amenaza disfrazada de palabras.
—No puede ser —susurré, aunque estaba sola. Aunque nadie podía escucharme.
Me llevé la mano al pecho, como si pudiera calmar el corazón con un gesto. Pero no se calmaba. Latía como si quisiera escapar. Como si supiera que algo estaba por romperse.
—Tranquila, Lili. No es nada. Solo alguien jugando. Solo una coincidencia... —mentí. Me mentí. Porque en el fondo, sabía que no era un juego. Y que las coincidencias no escriben tu nombre con tanta precisión.
Me levanté de golpe. Cerré la cortina. Apagué la luz. Como si la oscuridad pudiera protegerme. Como si esconderme pudiera borrar lo que acababa de leer.
—Esto no está pasando. No otra vez. No ahora.
Pero estaba pasando.
Y yo lo sabía.
Porque ese mensaje no era solo una advertencia.
Era una llave.
Una que acababa de abrir una puerta que no sabía que existía.
Volví a leer el mensaje.
Desconocido: "¿Te gustó el sobre?"
Me temblaron los dedos.
¿Cómo sabía del sobre? ¿Cómo sabía que lo había abierto?
¿Me estaban observando?
Desconocido: "Gravant no es quien crees."
Nikolai.
Su voz. Su mirada.
Su forma de aparecer justo cuando todo se desmoronaba.
¿Quién era realmente?
Cerré el chat.
Volví al proyecto.
Intenté concentrarme.
Pero las palabras eran ruido.
Y el ruido era insoportable.
Entonces llegó el último mensaje.
Desconocido: "Tu madre no te lo contó todo. Y esta noche, alguien va a desaparecer."
Me quedé mirando la pantalla.
Sin parpadear.
Sin respirar.
Sin saber si debía gritar o correr o simplemente fingir que nada estaba pasando.
Pero algo estaba pasando.
Y esta vez, no podía esconderlo bajo la cama.
Me levanté de golpe. Cerré la cortina. Apagué la luz. Como si la oscuridad pudiera protegerme. Como si esconderme pudiera borrar lo que acababa de leer.
—Esto no está pasando. No otra vez. No ahora.
Pero estaba pasando.
Y yo lo sabía.
Porque ese mensaje no era solo una advertencia.
Era una llave.
Una que acababa de abrir una puerta que no sabía que existía.
Me quedé de pie en medio de la habitación, con la luz apagada y el corazón latiendo como si quisiera romperme el pecho desde dentro. Afuera, la lluvia empezaba a golpear los cristales con más fuerza. Como si el cielo también estuviera nervioso.
El mensaje seguía en la pantalla.
"Esta noche, alguien va a desaparecer."
No era una amenaza. Era una sentencia.
Me acerqué al escritorio, cerré el portátil con manos temblorosas y me dejé caer en la silla. El silencio era tan denso que podía escuchar mis pensamientos gritar. ¿Quién iba a desaparecer? ¿Mi madre? ¿Nikolai? ¿Yo?