Desperté como si me hubieran atropellado emocionalmente por un tren llamado "Nikolai Gravdal".
La luz entraba por la ventana con una arrogancia que no pedí, y yo estaba ahí, envuelta en mis sábanas como un burrito existencial.
La ropa que llevaba puesta no era la misma de anoche.
¿Me había cambiado?
¿Me había cambiado alguien?
Mi cerebro tardó cinco segundos en arrancar.
Y cuando lo hizo, lo primero que pensé fue:
¡¡¿QUÉ DEMONIOS PASÓ ANOCHE?!!
Me golpeé la frente con la palma de la mano.
—Perfecto, Lilith. Te metes en líos con tu ex medio psicópata y ahora ni siquiera recuerdas si te desmayaste, te desnudaste o te declaraste en arameo.
¿Y si fue todo a la vez?
¿Y si no pasó nada?
¿Y si pasó más de lo que crees?
¿Puedes callarte, conciencia? Estoy ocupada teniendo una crisis.
Me senté en la cama, con el corazón latiendo como si estuviera en una final de la Champions.
Miré a mi alrededor.
Nada.
Ni rastro de Nikolai.
Ni chaqueta misteriosa.
Ni aroma a tormenta emocional.
Solo yo.
Y mi caos mental.
Me levanté, revisé debajo de la cama, detrás de la cortina, incluso dentro del armario (porque sí, ya no confío ni en los muebles).
Nada.
Solo silencio.
Y entonces, como si el universo tuviera un sentido del humor retorcido, mi móvil vibró.
Mensaje de: Desconocido
"Ya empieza la acción, Lilith."
Me quedé congelada.
¿Otra vez con las frases dignas de tráiler de película de acción?
¿Quién demonios escribe estas cosas?
¿Edgar Allan Poe con WiFi y acceso a Tik Tok?
Miré el mensaje como si pudiera responderle con una bofetada digital.
—Perfecto. Ahora tengo un acosador con talento para los títulos dramáticos. ¿Qué sigue? ¿"Capítulo final: Lilith contra el mundo"? —murmuré, con el sarcasmo activado al 100%.
¿Y si es Nikolai?
¿Y si no es él?
¿Y si es alguien peor?
¿Peor que Nikolai? ¿Existe eso?
Sí. Tú cuando no duermes.
Antes de que pudiera procesar el mensaje, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.
No, perdón.
Se derribó.
Como si mi madre fuera parte de un operativo SWAT.
—¡¿Lilith?! —gritó, con los ojos desorbitados—. ¿Sabes dónde están tus hermanas?
—¿Qué? ¿Qué hermanas?
—¡Ava y Eve! ¡Tus hermanas gemelas! ¡Las mayores! ¡Estaban de luna de miel en Grecia y no han respondido en horas!
Mi cerebro hizo cortocircuito.
—¿Qué? ¿Qué qué? ¿Qué qué qué?
—¡No contestan! ¡No hay señal! ¡Y la última foto que subieron fue hace dos días! ¡Dos días, Lilith!
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que las rastree con Google Maps?
Mi madre me miró como si yo fuera la responsable directa de la desaparición.
Como si en lugar de estudiar astrofísica, estuviera hackeando satélites para borrar a mis hermanas del mapa.
—Tú sabes cosas. Estas cosas de la tecnología —dijo, cruzándose de brazos, con ese tono que mezcla acusación y drama de telenovela.
—Mamá, es imposible. No me enviaron nada. Y deja ya de ser dramática, que seguro están en un lugar sin cobertura —respondí, con un poco más de molestia de la que pretendía. Pero es que ella siempre dramatiza todo. Hasta el clima.
—Si tú lo dices, cariño... espero que sea así. Porque si es lo contrario, te juro que...
—Mamá, déjalas que vivan sus vidas tranquilas —la corté antes de que empezara a recitar su amenaza emocional número 47. Porque sí, mi madre lleva todo al extremo. O sea, literal de los literales, es la típica mujer que le queda perfecta la frase:
"Te quiero llevar al límite, pero con amor."
—Está bien, cariño —dijo, algo molesta por mi comentario—. Te dejé el desayuno en la cocina. No llegues tarde a la uni.
Y se fue.
Taconeando por el pasillo como si cada paso fuera una declaración de guerra pasivo-agresiva.
Me quedé sola.
Con el eco de sus palabras.
Y entonces, como si mi cerebro tuviera un sistema de alertas internas, un pensamiento me golpeó como un ladrillo emocional:
El USB.
Mi corazón dio un salto.
Literalmente.
Como si hubiera recordado que dejé una bomba encendida en el cajón.
Corrí al escritorio.
Abrí el primer cajón.
Nada.
El segundo.
Solo bolígrafos mordidos, papeles arrugados y una nota de clase que decía "no olvidar respirar".
Me arrodillé. Revisé debajo del escritorio.
Nada.
Volteé la mochila.
Solo libros, una libreta con dibujos de espirales y una chocolatina medio derretida.
—No puede ser... —murmuré, con la voz temblando.
Me levanté de golpe.
Fui al armario.
Saqué cada prenda como si estuviera buscando oro.
Nada.
Volví al escritorio.
Revisé detrás del monitor, entre los cables, en la caja de lápices.
Nada.
¿Y si lo tomaron?
¿Quién?
Nikolai.
¿Y si fue mamá?
¿Y si fue el desconocido del mensaje?
¿Y si fue tu conciencia, que ya está harta de tus decisiones?
No empieces.
Y entonces lo vi.
Justo donde había dejado el USB.
Una hoja.
Doblada con precisión quirúrgica.
Colocada como si alguien supiera exactamente dónde iba a mirar.
La tomé con manos temblorosas.
La abrí.
Y leí.
"Las respuestas no están en los archivos.
Están en ti.
No busques más.
Solo recuerda."
La letra era firme. Masculina.
Como si el autor tuviera una caligrafía de villano de novela.
De esos que escriben amenazas con pluma estilográfica y música clásica de fondo.
Me quedé quieta.
El papel en la mano.
El corazón en la garganta.