Estoy cagada de miedo. Literal. No en plan "ay qué sustito", sino en plan "si respiro muy fuerte, el universo me va a escuchar y me va a borrar del mapa".
Estoy en mi cuarto, con la luz apagada, el portátil encendido solo para fingir que estudio, y el USB que encontré en la caja del armario de la habitación de mi madre escondido dentro de mi sudadera. Como si eso lo hiciera menos real. Como si esconderlo pudiera detener lo que está por venir.
¿Y si lo entregas? ¿Y si todo esto no es tuyo? ¿Y si estás metida en algo que no entiendes?
No. No ahora. No puedo. No quiero.
Mi madre grita desde abajo:
—¡Lili, baja a cenar!
Respiro hondo. Me miro en el espejo. Cara de zombie con trauma. Genial.
Me obligo a sonreír. A subir las cejas. A parecer "normal".
Vas a fingir. Como siempre. Como buena actriz de tu propia mentira.
Que ya lo sé pesada.
Bajo las escaleras con pasos lentos. Como si cada peldaño fuera una decisión. Mi madre está en la cocina, sirviendo pasta como si no estuviera al borde de un colapso nervioso. Pero la forma en que mueve la cuchara... demasiado rápido. Demasiado fuerte.
—¿Todo bien, mamá? —pregunto, fingiendo que no noto su temblor.
—Sí, claro. ¿Por qué no habría de estarlo?
Porque tú también sabes que algo viene. Algo que no se puede detener.
Y eso es lo que más le temo.
Nos sentamos. Ella me sirve. Yo revuelvo la pasta como si fuera una poción mágica que me va a dar respuestas.
—¿Cómo estuvo la uni? —pregunta, sin mirarme.
—Normal. Estrellas, fórmulas, gente rara. Lo típico.
Ella asiente. Pero no sonríe. Y yo tampoco.
Y entonces... tocan la puerta.
Tres golpes. Secos. No de "vecino amable". De "película de terror nivel 10".
Me quedo congelada. Mi tenedor cae al plato. Mi madre se gira hacia la puerta.
—¿Quién será a estas horas?
—No abras —digo, más rápido de lo que debería.
Ella me mira. Frunce el ceño.
—¿Por qué no?
—Porque es tarde. Y puede ser... gente mala.
¿Gente mala? ¿Eso es lo mejor que tienes?
No se me ocurría otra cosa , ¿valee?
—¿Gente mala? —repite mi madre, como si yo fuera una niña de cinco años.
—Sí. No sé. Podría ser... alguien que no debería estar aquí.
Dilo. Dilo de verdad. Dilo: "Nikolai me dijo que vendrían por mí."
Que no , cállate de una maldita vez.
—Mamá, por favor. No abras. Solo... confía en mí.
Ella me mira. Largo. Como si intentara leer algo en mi cara. Y luego asiente.
—Está bien. No abriré.
¿La convenciste? ¿O solo te está dando cuerda para ver hasta dónde llegas?
Supongo que la segunda, pero funcionó y eso es lo que basta.
Que niña mas rara me toca estar en ella.
Tampoco te obligo a estar en mi mente , ehh.
Denme paciencia con ella por favor.
Ash ya callate ,¿no?. Dejame seguir con mi historia que estorbas.
Dios , que niña mas dramática me tocó, ehh.
La puerta no se vuelve a golpear. Pero el silencio que queda es más ruidoso que cualquier estruendo. Mi madre sigue sentada frente a mí, con la espalda tensa y los nudillos blancos de tanto apretar el tenedor. No come. Yo tampoco. Solo revolvemos la pasta como si estuviéramos esperando que nos revele algo. Como si el almidón pudiera responder las preguntas que ninguna se atreve a hacer.
—¿Estás segura de que no era nadie conocido? —pregunta, sin mirarme.
—No lo sé —respondo, demasiado rápido.
Ella asiente. Pero no parece convencida. Su mirada se desliza por la mesa, por mis manos, por mi sudadera. Se detiene ahí. Justo donde escondí el USB. No dice nada. Pero lo nota. Lo sé. Lo siento.
—¿Qué tienes ahí? —pregunta, con voz suave. Demasiado suave.
—Nada. Solo frío, sabes que soy friolera mama —miento, abrazándome como si eso pudiera reforzar la mentira.
—¿Frío en octubre? —dice, arqueando una ceja. No es una acusación. Es una prueba. Una forma de tantear el terreno.
—Sí. Estoy cansada. La uni me tiene agotada.
Ella no responde. Solo se levanta, recoge los platos, y empieza a lavar como si el agua pudiera borrar lo que acaba de ver. Pero sus movimientos son torpes. El plato se le resbala. Casi cae. Lo atrapa justo a tiempo. Y entonces lo dice:
—Lili... si hay algo que deba saber, prefiero que me lo digas tú.
Me quedo quieta. El USB quema contra mi piel. Como si supiera que está siendo mencionado. Como si tuviera conciencia propia.
—No hay nada —susurro.
Ella se gira. Me mira. Y por primera vez, no parece enfadada. Parece triste. Como si supiera que hay algo que se le escapa. Algo que no puede controlar. Algo que, quizás, lleva años creciendo sin que ella lo notara.
—Está bien —dice, secándose las manos—. Pero recuerda que no siempre se puede esconder lo que está por venir.
Y se va. Subiendo las escaleras con pasos lentos. Como si cada peldaño fuera una pregunta sin respuesta.
Me quedo sola en la cocina. Con el USB aún escondido. Con la pasta fría. Con el miedo intacto.
Mi madre no sabe nada. Pero sospecha.
Y eso... eso es casi peor.
Porque cuando alguien empieza a sospechar, lo siguiente que viene no es la verdad.
Es el caos.
(...)
Me despierto con el corazón en modo tambor tribal. No es ansiedad. Es algo más primitivo. Como si mi cuerpo supiera que hoy va a pasar algo que no estoy lista para enfrentar.
Miro el móvil. Dos mensajes de Malik.
"Ey, ¿todo bien? No te vi conectada anoche. Me preocupé un poco 😅"
"Si necesitas hablar, estoy aquí."
Me quedo mirando la pantalla como si fuera una ventana a otro universo. Uno donde no hay secretos, ni dispositivos raros, ni chicos que aparecen en tu cuarto con frases tipo "ya estás dentro".
¿Y si eliges a Malik? ¿Y si eliges la paz?