Estoy en medio.
Otra vez.
Como siempre.
Como si mi vida fuera una intersección sin semáforos y todos los coches decidieran acelerar justo cuando yo intento cruzar.
—Lili, tenemos que hablar —dice Nikolai, con esa voz que suena a secreto y a sentencia de muerte al mismo tiempo.
—No ahora —responde Malik, sin moverse ni un milímetro.
¿Está temblando? ¿Estoy temblando yo? ¿Está temblando el universo?
Fátima se ha convertido en estatua. Bonita, pero estatua.
Y yo… yo solo quiero que alguien diga “pausa” y me deje respirar sin que el aire sepa a decisiones imposibles.
—Es importante —insiste Nikolai.
—Todo es importante últimamente —respondo, con la voz más firme que encuentro en mi cajón emocional. Spoiler: estaba medio rota.
Malik me mira. Nikolai me mira.
Y yo miro el suelo. Porque el suelo no me exige nada. No me pide explicaciones, no me lanza indirectas, no me mira como si fuera un rompecabezas emocional.
Pero el anillo de la luna brilla. Otra vez. Como si dijera: “eh, nena, no te hagas la tonta”.
Y yo, que últimamente tengo menos paciencia que batería en mi móvil, levanto la cabeza.
—¿Qué quieres de mí, Nikolai? —pregunto. Sin adornos. Sin filtros. Sin ganas de seguir en modo “protagonista pasiva de novela dramática”.
Nikolai se acercó con esa calma suya que no era realmente calma, sino una especie de tensión disfrazada de serenidad, como si supiera que cada paso que daba estaba cargado de significado, como si cada palabra que estaba a punto de soltar fuera una bomba envuelta en terciopelo. No se acercó demasiado, solo lo justo para que su voz llegara a mí sin que Malik ni Fátima pudieran descifrarla, como si estuviera hablándome en un idioma que solo yo entendía, uno hecho de recuerdos, de heridas mal cerradas y de secretos que nadie más conoce.
—Dicen que hay lugares donde los recuerdos no se guardan en cajones ni en diarios, sino en cosas rotas —dijo, mirando al cielo como si estuviera recitando un poema que había memorizado hace años, como si las nubes fueran su público y yo su única espectadora real—. Cosas que se rompen cuando el dolor es demasiado grande y la única forma de seguir adelante es fingir que nunca estuvieron completas.
Malik frunció el ceño, claramente confundido, como si intentara entender qué clase de filosofía barata estaba soltando Nikolai, sin darse cuenta de que cada palabra estaba dirigida a mí, que cada frase era una llave que abría una puerta que yo había cerrado con candado hace tiempo.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, con ese tono protector que últimamente me irritaba más de lo que me tranquilizaba.
—Solo una historia —respondió Nikolai, encogiéndose de hombros con una indiferencia tan bien actuada que casi me convence de que no le importaba, aunque sus ojos decían lo contrario—. Una historia sobre una chica que aprendió a vivir con dos sombras: una que mostraba al mundo, y otra que escondía incluso de sí misma, porque a veces lo más difícil no es enfrentar lo que pasó, sino aceptar que lo que perdiste te cambió para siempre.
Y ahí estaba.
La verdad disfrazada de cuento.
La confesión camuflada en metáfora.
La forma en que Nikolai me decía que sabía. Que había visto. Que entendía cosas que ni Malik ni Fátima podían imaginar, porque ellos solo conocían a la Lilith de ahora, la que se ríe con memes y finge que las medias rotas son una elección estética, no un reflejo de cómo se siente por dentro.
¿Dos sombras? ¿Corazón dividido? ¿Qué sigue? ¿Una profecía escrita en servilletas de cafetería y un oráculo con acento francés?
Cállate
¿A mí? ¿La única que te dice la verdad sin envoltorios ni metáforas de catálogo?
Sí. Porque ya no tengo tiempo para tus acertijos ni para tus comentarios de tarot frustrado.
Y ahí estaba.
La impaciencia.
La furia.
La versión de mí que ya no quiere esperar a que el mundo le dé permiso para actuar, que ya no se conforma con ser la chica que observa desde la esquina mientras los demás deciden qué es lo mejor para ella.
Mi querida conciencia , que últimamente aparece más que mis ganas de vivir, relajate un poco, ¿no, cariño?
*Volteo los ojos*
¿Qué diantres?
—¿Qué tengo que hacer? —le pregunté a Nikolai, con la voz firme, sin adornos, sin miedo. Bueno, con miedo, pero bien escondido debajo de mi chaqueta de segunda mano y mi sarcasmo de defensa personal.
Nikolai no me miró directamente, pero sus palabras me atravesaron como si lo hiciera, como si cada sílaba estuviera diseñada para romperme un poco más y reconstruirme al mismo tiempo.
—A veces, lo que más duele no es lo que pasó, sino lo que decidiste olvidar para sobrevivir —dijo, como si estuviera leyendo una parte de mí que yo misma había tachado con marcador negro—. Y si lo que encuentras no te gusta, si te hace temblar, si te rompe otra vez, entonces sabrás que fue real. Y que no estás loca por sentir que algo falta, por tener la sensación constante de que hay piezas de ti que no encajan porque nunca te dejaron ver el rompecabezas completo.
Malik me miraba con esa mezcla de preocupación y desconcierto que me daban ganas de gritarle que dejara de intentar entender algo que no le pertenece. Fátima también me miraba, con esa dulzura suya que me hacía sentir culpable por haberle respondido mal, pero que no era suficiente para detenerme.
Porque esto no era de ellos.
Esto era mío.
Esto era lo que nadie más sabe.
Esto era lo que me rompe por dentro cada vez que alguien menciona a Ava como si fuera solo una hermana perdida y no una parte de mí que se fue sin permiso.
—¿Dónde empiezo? —pregunté, sabiendo que la respuesta me iba a doler.
Nikolai sonrió. Apenas.
Una sonrisa que no era de burla ni de ternura.
Era la sonrisa de alguien que sabe que estoy a punto de abrir una puerta que no se puede cerrar, que estoy a punto de enfrentar algo que va a cambiarlo todo.