Proyecto Md

Protocolo Renacimiento

La miré directamente. Era hermosa: su cabello ondulado caía con suavidad sobre sus hombros, su sonrisa iluminaba el ambiente y sus mejillas, ruborizadas, resaltaban en su tez pálida. Mis ojos no podían apartarse de ella; sentía una conexión extraña, como si un hilo invisible nos uniera. Mi corazón latía con fuerza, tan rápido que parecía querer escapar de mi pecho.

—Mucho gusto, Mila —dijo acercándose con naturalidad, mientras extendía su mano hacia mí.

—Hola, Helena... —respondí en un hilo de voz, tímida, pero con una sensación cálida que no había experimentado antes.

Helena mantuvo su mano extendida unos segundos más, sin apuro, como si supiera que me costaba confiar. Al final, la estreché con torpeza, sin dejar de observarla con recelo. Su contacto era cálido, pero mi instinto aún me gritaba que no debía bajar la guardia.

—¿Tienen hambre? —preguntó con una sonrisa suave—. Preparé chocolate caliente.

La palabra chocolate me descolocó. Hacía mucho que no escuchaba algo tan simple y hogareño. Dylan aceptó sin dudar, pero yo solo asentí en silencio.

Helena no insistió. No me presionó ni me preguntó nada más, simplemente se adentró en el departamento y empezó a poner la mesa. Canturreaba bajito, un hábito que parecía ajeno a todo lo oscuro que habíamos vivido.

Me giré observando cada uno de sus movimientos, buscando una señal de falsedad. Pero todo en ella parecía tan... normal. Tan humano. No le tomó mas de un minuto en poner la mesa y se dirigió a la cocina.

Y aunque mi pecho seguía apretado por la desconfianza, una pequeña grieta se abrió en mi resistencia. El olor del chocolate y el sonido de su voz me hicieron sentir, por un instante, que tal vez... solo tal vez, estar con ella no era tan peligroso.

Nos incorporamos en la sala y me quedé pensando antes de sentarme en aquel sofá que parecía demasiado cálido. Dylan me miró con detenimiento, con esa manera suya de desarmarme sin decir una palabra. Sabía lo que rondaba en mi cabeza, podía leer cada rincón de ella, como siempre lo hacía.

—(No es peligrosa. Estuve aquí antes de ir por ti)— murmuró su voz en mi mente.

Por un momento me dejé envolver por esa calma, como si sus palabras tejieran un refugio invisible a mi alrededor. Pero la sensación se quebró de golpe: Dylan se desplomó frente a mí, como si le hubieran arrebatado la fuerza de un solo tirón.

—¡Dylan! —grité, el terror me heló la sangre.

Un hilo carmesí descendía por su nariz, manchando su rostro pálido. Su cuerpo temblaba, débil, agotado. Comprendí entonces que había soportado demasiado: las horas interminables de lucha, la presión constante de protegerme, de cargar con un peso que parecía inhumano.

Helena escuchó el caos desde la cocina y llegó corriendo. Se lanzó hacia Dylan sin dudar, arrodillándose a su lado. Sus manos temblaron apenas un instante antes de tomarlo con cuidado. En sus ojos había sorpresa, sí... pero también una determinación férrea que no esperaba.

—Está exhausto —susurró—. Déjenmelo a mí.

—¡No! Yo cuidaré de él. —Me acerqué con rapidez, arrodillándome frente a ella y colocando mi mano sobre el pecho de Dylan.

Cerré los ojos lentamente. Sentí su respiración agitada, el peso del dolor que lo consumía, y dejé que la energía que siempre había tenido fluyera desde lo más hondo de mí.

El cuerpo de Dylan comenzó a irradiar una luz dorada, brillante y cálida, que bañó toda la habitación en un resplandor imposible de ocultar. La sangre se detuvo, sus facciones se relajaron, y su cuerpo recuperó fuerza en cuestión de segundos.

Abrí los ojos. Helena me observaba en silencio. No era solo sorpresa lo que vi reflejado en ella; había algo más... una mezcla de asombro y miedo contenido.

El resplandor se extinguió poco a poco, como brasas apagándose en la penumbra. Retiré mi mano con cautela, sintiendo aún el calor vibrando en mis dedos. Dylan respiraba mejor, su pecho subía y bajaba con calma.

De pronto, sus párpados temblaron y abrió los ojos lentamente.

—Mila... —susurró con una débil sonrisa.

—Shhh, no hables —le pedí con la voz entrecortada por el alivio.

Helena seguía arrodillada a nuestro lado. Sus labios permanecían entreabiertos, como si quisiera decir algo pero se contuviera. No apartaba la mirada de Dylan, y cuando sus ojos se cruzaron con los míos, no vi hostilidad... solo una profunda preocupación.

—Estás a salvo —dijo con suavidad, y su tono era tan humano, tan maternal, que me desarmó por un instante.

Quise responderle con frialdad, poner un muro, pero Dylan me interrumpió antes de que pudiera hacerlo.

—Mila... confía —susurró, posando su mano sobre la mía—. Ella no quiere hacernos daño.

Mis labios temblaron, la desconfianza clavándose todavía en mi pecho, pero el calor en su voz y la serenidad en sus ojos me hicieron dudar de mis miedos.

—Te pondré en el sofá, ¿sí? —murmuré, esforzándome por sonar firme. Lo cargué con cuidado y lo acomodé lentamente en el sillón. Dylan cerró los ojos y suspiró, como si al fin pudiera descansar. Le acaricié la cabeza hasta que su respiración se volvió más tranquila.

Helena se levantó del suelo sin decir nada y desapareció en la cocina. El silencio de la sala me envolvió por un instante, roto solo por el ritmo sereno de la respiración de Dylan. Poco después, volvió con dos tazas humeantes entre las manos. El olor dulce y cálido del chocolate me estremeció; algo dentro de mí se agitó, una emoción extraña y nueva. Era la primera vez que olía y probaba algo tan simple.

—Esta carta... es de la madre de Dylan —dijo en voz baja.

El mundo pareció detenerse de golpe. Mi mirada se clavó en el sobre, en esas letras torcidas por el tiempo que parecían cargar un peso imposible. Sentí un nudo en la garganta, como si aquel papel pudiera cambiar todo lo que creía saber.



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En el texto hay: aventura, poderes, poderes mentales y telequinesis

Editado: 15.09.2025

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