Dado que el jueves me voy a unas pequeñas vacaciones, les dejo hoy el tercer cap de esta historia y vamos metiendonos lentamente en tema :D
Capítulo III: Captores
—Mierda… —masculló Ihan, sintiendo los primeros aguijonazos de dolor en la parte trasera de su cabeza.
Le gustaba beber como a cualquier caballero que se precie de serlo, pero odiaba tener que recoger los pedazos de su cerebro la mañana siguiente. Esa mañana en particular el dolor era tan fuerte que ni siquiera podía hilar dos pensamientos juntos. ¿Había bebido tanto? Estaba seguro de no haber tocado el límite la noche anterior, pero al parecer su tolerancia estaba siendo cada vez menor. Bastian encontraría muy gracioso oír tal admisión por su parte.
Gruñó de mala gana, tratando de forzar a sus parpados a despegarse y enfrentarlo con la luz de la mañana que siempre tenía el mal tino de despertarlo a horas inhumanamente temprano. Aunque, pensó con cierta vacilación, no llegaba a percibir los rayos del sol en su rostro como era la mañosa costumbre del astro rey. Logró finalmente entornar los parpados lo suficiente como para echar una mirada hacia la ventana y fueron exactamente tres segundos los que le tomaron caer en cuenta de que habían corrido la ventana de su lugar habitual.
—Qué… —comenzó a farfullar, tirando de su humanidad hacia arriba con toda la intención de averiguar qué habían hecho con su ventana. Tenía una bonita ventana después de todo, ¿por qué alguien la quitaría de allí? ¿Y con permiso de quién?
Ihan consiguió sentarse en la cama, solo para descubrir que la desaparición de su ventana era la menor de sus preocupaciones. Maldita fuera su suerte, había cadenas en su muñecas que lo sostenían firmemente del cabezal de una cama que —al diablo con todos— tampoco era la suya.
—¿Qué mierda…? —Jaló del extremo de la cadena con fuerza, solo logrando que su otra mano subiera a una posición que debía ser ilegal para cualquier cuerpo y tras un quejido de dolor, aflojó el amarre para poder comprender mejor su situación.
Ambos extremos de la cadena estaban conectados a sus muñecas, pasaban por la parte alta del cabezal y estaban exactamente cruzadas sobre su cabeza; así que cualquier movimiento de una de sus manos repercutiría en la otra y por consiguiente en la rotación de su hombro. No estaba encadenado simplemente por las manos, puesto que otra cadena se ceñía a su cintura y lo mantenía convenientemente pegado al colchón.
¡¿Quién diablos le haría algo así?!
Ihan era una buena persona, la gente lo adoraba y estaba muy seguro de que su actual amante era viuda desde hacía más de una década, lo que dejaba fuera la opción de un esposo molesto. Nadie se atrevería jamás a hacerle algo así, no había motivos para tomarlo como prisionero de ese modo tan descortés. Ihan era razonable, no tenía deudas, trataba bien a las personas a su servicio, gozaba de una buena posición en la sociedad, buen humor, un gran gusto y refinamiento, y tenía el dinero suficiente como para sobornar a aquellos que pensaran distinto. Entonces, ¿quién? ¡¿Quién lo había golpeado en un momento de vulnerabilidad?! ¿Quién sería tan rastrero…?
—¡¿Arwik?! —exclamó, dirigiendo toda su frustración hacia la única puerta que veía en ese cuarto—. ¡Si eres tú maldito infeliz, juro sobre la tumba de tu padre que te cazaré!
Si había un ser humano capaz de disfrutar el sufrimiento de Ihan, ese sin duda alguna era el duque de Arwik, Theodore Shaw. En el pasado se habían enfrentado en infinidad de ocasiones y todo aquello se debía a que Theo Shaw sentía celos de él. No era culpa de Ihan ser el más agradable, sociable, guapo y simpático de ellos. Arwik podía tener el título, pero Ihan tenía el carisma que al duque siempre le fue esquivo. De regreso a sus años de estudiantes, todos siempre habían querido ser amigos de Ihan o simplemente pasar el rato con él, mientras que Arwik se mostraba pomposo e intocable en todo su ducal esplendor. Demasiado bueno como para pisar el mismo suelo que el hijo de un simple vizconde.
Y aunque se habían jugado bromas en el pasado, Arwik no solía tener la iniciativa y ciertamente tampoco dejaría su soberbia de lado como para llevarlo a rastras hasta ese sitio. No, Theo Shaw era un imbécil, pero no se arriesgaría a despertar la cólera de su hermana Jasmine. Desde que ella hubo desposado a su primo favorito, ellos tenían una simbólica tregua y de momento ninguno parecía propenso a romperla. Entonces ¿qué opciones le quedaban? Bueno, estaba la opción evidente, secuestradores.
—Diablos. —Había estado negándose a pensar en esa posibilidad, pero era claro que había llegado su hora de hacer su donativo a los menos afortunados. Solían ser menos agresivos que esto, quizás un robo casual en el carruaje o un manoteo rápido de su monedero en la calle, pero todo siempre se traducía en lo mismo: dinero.
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Editado: 27.01.2022