¡Buenas! Oficialmente ya volví de mis vacaciones, así que vengo a dejarles un nuevo cap. Espero que estén con ganas de leer, van a notar que esta historia tiene algunas cosillas distintas de las otras. Sin más, a leer...
Capítulo IV: Intentos y reencuentros
El capitán Jannis Bell bajó de su caballo con un certero brinco, ofreciéndole una suave sonrisa a una dama que lo observaba atentamente a través de la ventana de una sombrerería. Estaba acostumbrado a ser observado por completos desconocidos, su vestimenta tendía a llamar la atención allí donde iba y si bien ver un soldado no podía ser motivo de maravilla en la bella Gran Bretaña, Jannis destacaba por el simple hecho de que su uniforme no era inglés. Su chaqueta negra y calzones azules contrastaban mucho con la usual casaca roja de sus hermanos ingleses, pero eso no significaba que él fuese por la vida buscándose problemas abiertamente. Era lo que era y no podía esconder su herencia rusa, por mucho que a su padre le desagradara que vistiera así.
Había esperado que su regreso hubiese suscitado al menos una sutil sonrisa en el viejo carcamal, pero éste no solo se había mostrado indiferente sino que también había remarcado —al mejor estilo espartano— que un buen soldado vuelve a casa sobre su escudo. ¡Él ni escudo tenía!
Sacudió la cabeza, apartando aquellos pensamientos de un bandazo. Jannis estaba feliz con su desempeño en batalla, había apoyado a la nación que lo había visto nacer y que guardaba los únicos recuerdos nítidos de su madre. Eso era lo único que valía.
Sin dejar que su ánimo decayera, amarró a su caballo, le hizo un pequeño mimo detrás de las orejas y se encaminó con paso firme hacia la librería. Conocía Andover mejor que su palma, pero en los últimos años las cosas habían cambiado exponencialmente y no podía evitar sentirse un tanto extraño mientras recorría las pintorescas calles que lo habían visto crecer y cometer —por qué no— más de una diablura. Sus ojos se movían de una esquina a la otra, tratando de absorber toda la información nueva, procesar los rostros y las miradas que iban desde la sorpresa al sutil reconocimiento. Ni que hubiera tantos rusos confesos en el condado de Hampshire, válgame Dios.
Saludó con su cabeza a un hombre que lo observaba boquiabierto, logrando que el caballero en cuestión se sonrojara, carraspeara y se volviera rápidamente, como si hubiese sido atrapado con los pantalones bajos. La gente tenía reacciones extravagantes, para qué negarlo.
Dio la vuelta en una esquina más que dispuesto a dejar de avergonzar a sus antiguos vecinos, cuando sus ojos y el resto de su persona se toparon de buenas a primeras con una figura femenina que lo embistió como un potrillo desbocado. Jannis tosió una maldición en busca de recuperar el aire perdido, al tiempo que la mujer era tironeada hacia atrás por su compañera, la cual lo enfrentó con un severo ceño fruncido.
—¡Podría tener más cuidado! —exclamó aquella con tono de reproche.
Jannis parpadeó dos veces, estupefacto, ¿acaso no había sido él el arroyado por la impetuosa damisela?
—Miss… —comenzó a protestar, pero la primera de ellas elevó el rostro para mirarlo tímidamente y con ese breve movimiento, él olvidó todo lo que estaba por decir.
—Le pido disculpas, señor, no veía por dónde andaba —se disculpó la joven, realizándole una rápida reverencia a modo de despedida.
Ellas volvieron a enlazar sus brazos juntos, pasando de él mientras se murmuraban cosas y retomaban el paso apresurado que los había llevado previamente a colisionar en esa esquina. Jannis volvió a parpadear, incapaz de no seguirlas con la mirada por un largo instante. Estadísticamente hablando era más probable ganar cinco juegos seguidos en la ruleta que cruzarse con un par de gemelos idénticos. No lo decía él, lo decía la ciencia. Por lo que las probabilidades de que hubieran dos pares de gemelas en Andover eran incluso menores, ¿cierto? Entonces eso solo podía significar una cosa, pensó Jannis mientras se ponía una vez más en movimiento pero olvidando por completo su primer destino:
—Las gemelas Clemens.
***
—¿Estás bien? —inquirió Emma, al ver como su hermana se frotaba insistentemente la frente.
—No, creo que ese hombre estaba hecho de granito.
Amira hizo una mueca, segura de que aquel golpazo dejaría sus huellas por al menos unos cuantos días.
—Bueno, olvídate de ello. Tenemos que encontrar a mi contacto…
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Editado: 27.01.2022