Proyecto "milord" (serie: Acuerdos Matrimoniales 03)

Una para todas...

Bueno gente, llegamos al karmico capítulo 7. Para mí esto significa que sin importar qué la historia la termino, porque si soy capaz de hacer siete capítulos es que ya me metí en tema. Así que vamos por ello!

Capítulo VII: Una para todas…

 

A Maia no se le escapaba la ironía de la situación, mientras luchaba por mantenerse sobre el caballo en la incomoda posición en que la había colocado el sujeto antes. Había pasado de secuestradora a secuestrada en un lapso de minutos y todo por su estúpida manía de confiar demasiado pronto en las personas.

Soltó un gemido por lo bajo. Sin duda esto no les habría ocurrido a sus hermanas, no, porque Maia era la única crédula de la familia. Y si sobrevivía a ese viaje forzado, haría penitencia por lo que restaba de tiempo en el mundo. Con suerte aprendería su lección entonces.

Por lo pronto llevaban un tiempo considerado transitando un camino que a todas luces parecía abandonado y para su mala fortuna, nada indicaba que fueran a acercarse a un sitio habitado en algún. Eso solo arrojaba una siniestra teoría a su cabeza: el sujeto había mentido, se cobraría la transgresión con ella. Pues si ese no fuese el caso, ¿para qué se la llevaría a lo profundo del bosque? Un hombre deseoso de regresar a su casa, habría buscado el sitio más cercano con civilización al instante pero él, en todo caso, parecía solo querer alejarse de las poblaciones.

Maia pasó saliva con nerviosismo, deseando en ese instante no tener la bufanda cubriéndole la boca, la nariz y buena parte de sus ojos. No solo la postura que tenía sobre el caballo era denigrante para cualquiera dama, sino que estaba casi asfixiándose y muy molesta con el hecho de que él parecía encontrar divertido colocar su mano sobre su trasero con la excusa de mantenerla firmemente recostada.

—¡Oiga! —se quejó cuando le propinó una nalgada por el simple hecho de que se hubiese movido.

—Quieta…

—¡Estoy por caerme!

—Entonces deje que la sostenga. —La odiosa mano volvió a posarse en su trasero, logrando que Maia se atragantara con la necesidad de gritarle algunas verdades.

Ella nunca había sido tratada de ese modo por ningún hombre. Si bien no era exactamente parte de las grandes esferas de la sociedad, todos los individuos del sexo opuesto que había conocido en el pasado habían sido caballeros. Hombres con educación que nunca intentarían propasarse con la primogénita de un par. Pero la situación en ese momento era muy distinta, ese hombre debía de considerarla una sirvienta o peor aún, una ladrona. Lo cual en el vocabulario masculino se traducía como una mujer desprotegida.

—Dijo que me dejaría ir… —susurró al sentir como paulatinamente disminuían la velocidad. 

—¿Eso dije? —replicó él en tono suave, al tiempo que paraba el caballo por completo con un firme tirón de las riendas.

—Milord… —comenzó, dudosa. Emma había asegurado que era un hombre de la nobleza, aunque Maia no se interesó nunca por conocer su verdadera posición. Ese fue un gran error por su parte, los nobles odiaban no ser reconocidos como tal y si se dirigía a él con un título incorrecto, seguro que se lo haría saber—. Yo…

—Tengo problemas de memoria —la interrumpió de modo grosero—. Será por los continuos golpes que recibí los últimos días… —Él la jaló del hombro casi tirándola del caballo en el proceso, pero al último segundo solo hizo que se incorporara de manera que sus ojos quedaran equiparados—. Dígame, ¿qué fue exactamente lo que dije?

Maia tomó una profunda inhalación, rogándole a su voz que no se quebrara. De repente el hombre risueño que había visto los pasados días, parecía haberse esfumado por completo, como si en realidad nunca hubiese existido. Eso era inquietante, por decir poco.

—Tiene todo el derecho de estar molesto…

—¡Oh, gracias por darme permiso! —replicó él, sarcástico.

Ella dejó pasar su intervención con un muy sutil suspiro.

—Milord… —volvió a repetir, calmadamente—. Usted lo prometió.

—¿Cuántos años tiene usted?

Maia parpadeó, estupefacta por el repentino cambio. Él sonrió.

—¿Eso qué tiene que ver con nada?

—Complázcame. —Maia no respondió. No solo porque la pregunta en sí era de lo más grosera, sino porque le parecía absurdo estar discutiendo sobre su edad en una situación como esa—. ¿Qué edad tiene, señorita…?

—Veintitrés años —masculló con renuencia, decidiendo que era mucho más sensato darle su edad antes que su nombre.

—Entonces he de asumir que a sus veintitrés años, está más que informada de que no debería confiar en las promesas de los hombres, ¿no? —Ella abrió la boca indignada, pero en ese instante él volvió a colocar su pesada mano sobre su espalda para empujar su estómago sobre el animal bruscamente—. La conversación se acabó.

—¿Milord?

Nada, él no respondió ni dio indicios de haberla escuchado siquiera. Era de lo más irritante, pero al menos que ella quisiera probar suerte y brincar del caballo en la extraña posición en la que estaba, iba a tener que esperar la siguiente ocasión en que él sintiera ganas de hablar. Algo que no ocurrió hasta pasado un prolongado y silencioso tiempo, tiempo en el que ella casi estuvo segura que soltaría su desayuno por la boca de continuar atravesada sobre el caballo.




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