Proyecto "milord" (serie: Acuerdos Matrimoniales 03)

Dulzura

Hola! Ya sé que llevó un tiempo sin aparecer por acá, la cuestión es que mi trabajo últimamente me está demandando demasiado tiempo y no le puedo dedicar el que yo quisiera a escribir. Eso no significa que vaya a dejar la historia colgada, pero seguro que me voy a demorar. No me gusta esto, pero tengo que trabajar y este mes es muy atareado. Espero sepan entender. Un saludo

Capítulo X: Dulzura

 

Si alguien le hubiese dicho a Maia lo mucho que podía doler el filo de un cuchillo hundiéndose en su carne, ella se habría tomado la molestia de ser más cuidadosa, menos impulsiva y definitivamente no tan temeraria. Pero mientras su cuerpo caía desmadejado contra el suelo y sus manos buscaban inútilmente detener el caudal de sangre que emanaba de su abdomen, lo único en que pudo pensar era en que al menos había evitado que él muriera. Luego de eso, el dolor hizo su parte al volver todo sumamente confuso y errático en su mente. 

Por un periodo indeterminado de tiempo ella se sentía entrar y salir constantemente de un sueño incómodo, donde no podía asirse a la vigilia sin importar cuánto lo intentara; en ocasiones era jalada, recostada o sentada a voluntad de la voz que le ordenaba abrir los ojos con una molesta regularidad. Maia había estado enferma en el pasado, recordaba perfectamente cuando una ola de fiebre escarlata había azotado el pueblo de Andover y ella había sido una de las tantas afectadas. Aquella vez, Maia había sufrido silenciosamente por varios días, forzándose a mejorar a sabiendas que caer enferma era de lo más inconveniente para su familia. Había decidido que ni la fiebre ni el dolor podrían retenerla prisionera en una cama, no cuando sus hermanas necesitaban de ella.

Y en ese momento, mientras agitaba la cabeza en un vano intento por coger el hilo de sus pensamientos, recordaba aquella antigua determinación y le exigía a su cuerpo que colaborara una vez más. Pero nada parecía surtir efecto, estaba indefensa y asustada, algo que no hacía más que aumentar su frustración y su deseo de valerse por sí misma.

—Tranquila, bonita… —Maia se revolvió debajo del peso de una mano que la empujaba hacia abajo en contra de su voluntad—. ¿Adónde intentas ir con tanto ímpetu? —La voz masculina sonaba ligeramente burlona, ligeramente molesta. Una combinación tan poco usual que logró distraer su mente del dolor por un instante—. ¿Qué debería hacer?

—No sé.

Ella luchó por entreabrir los parpados, curiosa por aquella otra voz profunda y baja que no reconocía de nada. Tras un gran esfuerzo por su parte logró divisar a un hombre, el hombre, sentado a su siniestra pero mirando hacia atrás hacia alguien que permanecía de pie a unos metros de distancia. Ella no pudo distinguir los detalles del rostro de ese otro sujeto, sobre todo porque sus ojos parecían incapaces de enfocarse más de dos segundos y por otro lado, la pequeña llama que iluminaba la estancia apenas si alcanzaba para hacerlo visible a él. A su hombre, que de suyo no tenía nada pero simplemente no encontraba un modo de pensarlo como alguien ajeno. Ya no, no después de lo que habían tenido que pasar para sobrevivir.

—Es una herida profunda —apuntaló él sin elevar la voz. Maia se quejó tratando de dar su opinión al respecto de su propia herida, pero todo lo que consiguió fue que él se volviera y la observara con sus ojos dorados entornados—. ¿Qué pasa, bonita?

Ella quería decirle que parara de llamarla así, quería decirle que se moviera de su lado y que quitara su caliente mano de su hombro, pero lo único que logró articular fue un mísero gemido.

—Quizás podría darle más medicina, milord —ofreció el extraño, solícito.

Maia sacudió la cabeza en la más pequeña de las negaciones y casi de forma automática, él colocó su mano en su frente para mantenerla quieta.

—Tiene fiebre —señaló sin quitar su mano—. Pero no sé qué tanto fiarme de un médico de pueblo.

—Fue lo mejor que pude conseguir dada las circunstancias —se excusó el extraño sin sonar afectado por la crítica—. ¿Quiere que traiga al médico de su señoría?

—Creo que no sería lo más inteligente.

—Me lo figuraba. —Maia gruñó para llamar la atención de ambos, pero ninguno de ellos se detuvo a mirarla—. No podemos olvidarnos que ella ha cometido un delito. 

—Te lo aseguro, es algo que no se me olvidará en toda mi vida.

El otro hombre soltó una risilla por lo bajo.

—Podría haberle ocurrido a cualquiera, milord.

Él bufó casi como si lo ofendieran las palabras del extraño.

—Si le mencionas esto a Bastian o a Owen, te lo juro te perseguiré hasta en el último rincón del mundo para arrastrarte al infierno conmigo.

—Afortunados sean en el infierno por tenerlo a usted de huésped.

—No te pases de listo —apuntaló su hombre con un chasquido de advertencia—. Esta es una situación muy inusual…

—Mis labios están sellados, milord.

—Como debe ser —aceptó él, contundente—. Es mejor que te vayas.

Maia pudo percibir a través de sus ojos cerrados el cambio a su alrededor, mientras ambos se movían y se desplazaban lejos de ella, dejando un frío que antes no había sentido con él sentado a su lado.




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