Criatura
—Bueno, aquí comienza mi nueva vida —decía Álvaro con una voz llena de energía.
Álvaro, un obrero de construcción, se había mudado recientemente a un pueblo más pequeño, ya que en la ciudad no podía encontrar trabajo. Encontró un cuarto con un precio accesible en una vieja casa: viviría en el segundo piso, mientras que en el primer piso viviría su casera, una anciana de 70 años llamada Elisa.
Álvaro comenzaba así su nueva vida en este pequeño pueblo, intentando ganarse la vida. Su cuarto era pequeño pero acogedor, y su casera era dulce y amable… aunque sentía que había algo extraño en ella, decidió no darle importancia.
Con gran entusiasmo, consiguió un trabajo en la construcción de un edificio. Aunque lo dejaba agotado, la paga era buena y con eso se mantenía. Todos los días interactuaba con su casera: ella lo saludaba alegremente y le ofrecía una taza de café antes del trabajo. Él, con gran amabilidad, la aceptaba y conversaban.
Elisa le contaba que estaba sola, que no tenía familia, nunca tuvo hijos y nunca se casó. Le narraba viejas historias de todo lo que trabajó para comprar su casa. Álvaro la escuchaba con gran atención, y esto se volvió una rutina diaria: Elisa le ofrecía una taza de café y le contaba sus historias mientras él, tranquilo, tomaba su café antes de irse a trabajar.
Pasaron los días y algo extraño comenzó a suceder.
Las interacciones que tenía con Elisa se hicieron más escasas. Álvaro se preocupaba: cada vez veía menos a su casera. Intentó verla, pero no respondía cuando tocaba su puerta; solo había silencio.
Decidió intentarlo más tarde, pensando que no estaba. Al anochecer, cuando llegó a casa, Elisa lo esperaba con una taza de café caliente y con una voz suave que lo llamaba. Al verla, todas las preocupaciones de Álvaro se desvanecieron… pero una nueva inquietud apareció:
Cada vez que se acercaba más y más a Elisa, sus ojos parecían vacíos y su sonrisa era fría. No parecía la misma Elisa de antes.
—¿Estás bien? Pareces enferma… —le preguntó Álvaro con voz preocupada.
Pero Elisa solo sonrió mientras le servía el café.
—Todo está bien, Álvaro. Solo estoy un poco cansada. Toma el café, mañana hablamos —dijo, dándose la vuelta y despidiéndose con un simple movimiento de la mano.
Álvaro, aún preocupado, no tuvo más opción que escuchar sus palabras. Pensó que tal vez solo estaba cansada. Mientras tomaba su café, notó un sabor distinto, pero sin darle importancia, se lo tomó igualmente.
Así siguieron pasando los días.
Elisa apenas se asomaba, dejándole el café rápidamente antes de desaparecer. Álvaro se llenaba de dudas: cada día la apariencia de Elisa cambiaba más y más.
Su cabello se caía a montones, estaba adelgazando a una velocidad alarmante, sus uñas eran negras y despedía un olor desagradable. Esto preocupó profundamente a Álvaro.
Intentó llevarla al médico, pero Elisa no lo permitió. Solo repetía que estaba cansada. Álvaro hizo todo lo que pudo por ella: le dio pastillas, vitaminas, la animaba a descansar… pero su estado no mejoraba, al contrario, empeoraba.
Una noche, al regresar del trabajo, Elisa lo esperaba como siempre, con la taza de café caliente. Pero esta vez Álvaro no soportó verla en ese estado y alzó la voz:
—¡Elisa, por favor! Cada vez estás peor… vamos a un médico.
—No es necesario, Álvaro. Te aseguro que para mañana estaré mejor —respondió con una sonrisa.
Por alguna razón, a Álvaro le recorrió un escalofrío.
Sin más, con gran preocupación, tomó su café y se fue a su dormitorio a dormir.
Pero en mitad de la noche… un sonido extraño lo despertó.
Al levantarse, sintió Un gran mareo lo hizo caer nuevamente en la cama. Con las manos en la cabeza, se preguntaba qué era lo que le pasaba. Pero sus preocupaciones se detuvieron al escuchar nuevamente los sonidos que provenían del cuarto de Elisa.
Preocupado, fue hacia su cuarto como pudo, tambaleándose de un lado al otro, y comenzó a tocar su puerta.
—¡Elisa! ¿Estás bien? ¡Elisa!
Al no recibir respuesta y con los sonidos que seguían, abrió la puerta a la fuerza.
Al entrar, Elisa estaba parada de forma extraña, mirando hacia la esquina de la pared. Álvaro lentamente se acercó y tocó su hombro ligeramente.
—Elisa… ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?
Pero no hubo respuesta. Al intentar ver su cara, se desplomó del susto, presa de un gran miedo.
De pronto, Elisa rápidamente se dio la vuelta. Su cara era totalmente distinta: sus ojos eran vacíos y negros, sus dientes afilados como cuchillas, y su pelo se caía por completo, dejándola calva.
—¿Qué pasa, Álvaro? ¿Te caíste? —lo decía con una voz gruesa y escalofriante.
Álvaro intentaba huir, pero su cuerpo empezó a congelarse por completo. No podía moverse ni decir una sola palabra. Parecía que el café ya había hecho completamente su efecto.
Elisa seguía hablando mientras Álvaro la escuchaba con terror.
—Verás, Álvaro… este café tarda mucho en hacer efecto, por eso tuve que esperar un tiempo. Por eso es que mi aspecto se ve así. Pero hoy eso cambiará… gracias a ti.
Álvaro apenas pudo pronunciar unas palabras con una boca temblorosa:
—¿Por qué haces esto…?
—Porque… es necesario, Álvaro —respondió Elisa con frialdad.
Con gran facilidad, Elisa tomó el cuerpo de Álvaro y lo subió a la cama, dejándolo mirando hacia arriba. Luego se paró encima de él y, con un sonido de crujido, su cabeza empezó a moverse de manera extraña… hasta que se despegó de su cuerpo, cayéndose encima del cuerpo de Álvaro.
Las lágrimas comenzaron a salir de los ojos de Álvaro. Temblaban de miedo mientras la cabeza de Elisa empezaba a moverse sola. De ella empezaron a salir largas patas de araña: ocho en total.
La cabeza se levantó por completo gracias a sus nuevas patas, acercándose lentamente hacia la cabeza de Álvaro.
—Gracias por la comida, Álvaro —dijo la criatura.
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Editado: 14.10.2025