Dulce Halloween
Mientras la noche caía, los niños se preparaban para pedir dulces en la noche de Halloween. Disfrazados, iban de puerta en puerta en busca de dulces o travesuras.
Entre ellos, dos pequeños: David, de 15 años, y Carla, de 14, quienes fueron juntos en busca de dulces.
Un día antes se habían preparado para la siguiente noche. Carla se disfrazaría de ángel, mientras que David lo haría de demonio.
La noche llegó y, con gran alegría, se pusieron sus disfraces ya preparados, tomaron una bolsa grande y fueron de camino hacia las mejores casas en busca de los mejores dulces.
Todo iba bien; en cada casa que llegaban, los recibían con gran alegría, dándoles dulces de a montón. Empezaba a hacerse tarde y los niños comenzaban a regresar a sus casas.
Pero David y Carla no habían tenido suficiente, así que decidieron seguir pidiendo más y más dulces. Aunque ya traían sus bolsas casi repletas, siguieron visitando casa tras casa hasta que llegaron a una casa sombría.
No tenía decoraciones ni nada, pero parecía la más embrujada de todas.
Carla, un poco asustada, le propuso a David que se saltaran esa casa.
Pero David insistía en que debían pedir en todas.
Carla, aceptando las palabras de David, fue con él hacia la casa. Tocaron fuertemente, pero nadie salía. Carla insistía en que avanzaran hacia la siguiente, pero David no quería. Siguió tocando, hasta que por fin, un sonido detrás de la puerta se escuchó:
—¿Qué es lo que quieren? —decía una voz vieja y ronca.
Al escucharla, David respondió:
—¡Dulce o truco!
Esperaba ansiosamente los dulces, pero la voz respondió:
—No tengo dulces. Váyanse.
Sin siquiera abrir la puerta.
David, insistente, volvió a tocar, mientras que Carla le repetía que avanzaran a la próxima casa.
—David, aquí no nos van a dar nada. Vámonos a la siguiente casa antes de que se haga más tarde.
Pero David seguía insistiendo.
—¡No hay dulces, niños! ¡Váyanse ahora! —lo dijo con una voz enojada.
David, molesto, repitió:
—Si no hay dulces… ¡entonces hay travesura!
Tomando unos huevos de su funda, comenzó a lanzarlos sobre la casa. Carla intentó detenerlo, pero David no paraba.
Hasta que, cansada, Carla se fue a la siguiente casa, dejando a David desahogándose.
David, al terminar de lanzar los huevos, con una mirada triunfante, empezó a retirarse e ir en busca de Carla.
Pero antes de que pudiera encontrarla, un dolor fuerte en la cabeza lo tomó por sorpresa, desmayándose por completo.
Al empezar a despertarse, escuchaba nuevamente la voz vieja, que cantaba:
—Si no hay dulces, hay travesura… Si hay travesura, hay consecuencias…
Lo repetía una y otra vez. Al mirar a su alrededor, vio cómo sus manos y piernas estaban atadas, sin poder moverse, y tenía amordazada la boca. Intentó zafarse rápidamente, entrando en pánico al instante, hasta que nuevamente la voz se hizo escuchar:
—Así que despertaste… Espero que no te duela la cabeza, intenté ser gentil…
David, asustado, empezaba a temblar y sus lágrimas caían. Intentaba gritar, pero no podía.
Por fin pudo ver a la voz que ahora le provocaba miedo: era un hombre mayor, con los dientes amarillos y los ojos fríos.
David intentaba disculparse, pero las palabras no salían.
—Así que te gustan los dulces… —decía el hombre mientras se acercaba.
Rápidamente, tomó una de las manos de David. La sujetó delicadamente.
David estaba aterrorizado, no sabía lo que iba a hacer, solo temblaba.
—¿Sabes? A mí también me gustan los dulces… ¿Está bien si me compartes unos?
David, con la cabeza, asintió desesperadamente.
—¡Qué buen niño, gracias!
Y en el acto, el hombre mayor mordió el dedo gordo de David, arrancándoselo por completo.
David lloraba del dolor, orinándose del miedo, mientras el hombre masticaba el dedo haciéndolo crujir en su boca.
La sangre salía de sus labios y la de la mano de David escurría por todo el piso.
Mientras masticaba el dedo, solo podía decir:
—Está delicioso, niño… Gracias por el dulce lo decía mientras se lamía los labios.
David, con su única mano suelta, intentaba zafarse, pero no podía. Estaba totalmente desesperado, como un animal atrapado.
Intentó quitarse la mordaza que tenía en la boca, pero estaba muy apretada y no podía hacerlo. Solo podía mirar cómo ese hombre se comía su dedo.
—Eso estuvo delicioso… pero se me antoja otro… ¿Me lo das? —lo decía con una voz escalofriante.
David movía la cabeza de un lado al otro en señal de “no”, intentando ocultar su mano.
Pero el hombre rápidamente la tomó con fuerza y nuevamente le arrancó un dedo.
El crujir de los huesos se escuchó por toda la casa mientras los masticaba.
David solo podía observar cómo era devorado, sin poder hacer nada.
El dolor era tan fuerte que David empezó a desmayarse nuevamente.
Al abrir los ojos, un dolor agudo le recorría toda la mano. Al observarla, se dio cuenta de que ya no tenía dedos.
Nuevamente desesperado, intentó zafarse, pero no podía. Sus heridas habían sido cauterizadas para evitar el sangrado. Aún sentía cómo las heridas quemaban, y las lágrimas no paraban de caer.
—Así que despertaste… Te estaba esperando. Aún la noche no termina, y estaba esperando a que despertaras nuevamente —dijo el hombre mientras se acercaba.
El hombre comenzó a acercarse, quitándole los zapatos y las medias.
David se retorcía, sabiendo lo que pasaría. El hombre tomó un par de tijeras y empezó a cortar dedo tras dedo de sus pies.
Nuevamente, el dolor fue insoportable y David terminó desmayándose al instante.
Mientras se desmayaba, escuchaba al hombre decir:
—No puede ser… otra vez. No aguantas nada, chico.
Cuando volvió en sí, un olor asqueroso invadía todo su alrededor. El dolor nuevamente lo consumía, pero esta vez provenía de cada una de sus extremidades: los dedos de sus manos y pies habían desaparecido por completo.
No le quedaba ni uno solo. Todos habían sido arrancados y cauterizados con fuego para evitar que se desangrara.
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Editado: 18.10.2025