Desde hacía mitad de siglo, en Atalia el crimen organizado crecía de manera exponencial, crecía tanto que empezaron a surgir las primeras familias más poderosas de ese país y de ahí al mundo, entre ellas la de Marcelo del Cerro (Zerros). El poder de este hombre no era más que su palabra de convencer a los demás de que ganarían dinero para sustentar a su familia de una forma poco ortodoxa pero ilegal, no era más que el cuento de cómo ingresar al mundo del narcotráfico y la trata de personas. Desde el principio la mafia crecía bastante para ser de alguien que había crecido en un ambiente callejero, creció tanto que se volvió la familia más poderosa del país.
-¡Nadie se acerca a mis chicas, ni a mi dinero! –Decía su frase más socorrida.- ¡Todo aquél que ose atacarme pagará con su cabeza en bandeja de plata para la cena!
Era una familia bastante grande, y como toda familia que está metida de cabeza en asuntos oscuros, las pérdidas eran enormes. Marcelo perdió a su único hijo en un atentado contra su auto mientras él bajaba a abrir la puerta metálica de la cochera de uno de sus amigos. Su madre murió en asesinato y su esposa murió electrocutada mientras buscaba operarse el rostro. Toda su familia iba muriendo hasta que al final quedase él.
Cuando Marcelo del Cerro tendría 56 años, toda Atalia era suya y comenzaría a realizar negocios con Franmania, parte de Asia y con los esclavistas del Rey del Centro de África. A partir de ese entonces entraría en operaciones el joven Falacci, el más leal de todos sus hombres.
-Los negocios del este de Franmania han sido un éxito, señor. La policía ignora que estamos siendo los ojos de la seguridad de los bancos
-Por algo sabía que serías tú el hombre indicado Falacci. Quiero que sustentes mi imperio cuando muera
-No diga eso Señor Marcelo. Zerros es más que su nombre, es su alma que perdurará por siempre
Marcelo sonrió y se echó a dormir en su sofá.
Falacci provenía de una familia acomodad del sur de Atalia, pero el estilo de vida de un banquero le parecía bastante simple y aburrida, para él, unirse a la mafia era el sueño de su vida, incluso él mismo ordenaba a asesinar a sus contrincantes o a los que le hacían una “falta” como tirarle café caliente en un restaurante, mandó matar a varios meseros pero ese error. Falacci era despiadado en su ámbito, le respetaban todos los miembros de su gente, incluso Marcelo contaba con él para garantizar que un trabajo de asesinato o control de condominios fuera un exitazo.
-¿Te digo algo curioso? –inició Marcelo mientras se acostaba en su alcoba.- Siempre había querido tener un ejército de verdad, mi propio ejército. Un ejército que declarase la guerra a quien fuese y que no se detuviera ante nada. ¿Qué opinas si compramos barcos de guerra?
-¡¿Barcos de Guerra?!
-Si, barcos de guerra, tanques, aviones y armas, lo mejor de lo mejor. El sueño de un niño vuelto realidad. Imagina que uses un uniforme único, uno elegante, imagina estar al frente de tu propio barco de guerra. “El Cuarto Jinete”, que diga eso en su reverso.
-Si no está jugando señor. Tenga en mente que mañana tendrá su propia armada...
Por supuesto no fue mañana, pero a la semana ya tenía al menos un centenar de barcos de guerra Ironclad, hechos en Ukrajina y en Franmania. Tenían un enorme número de aviones de batalla como el Soulhunter y otros cazas. Compró el porta-portaviones más resistente de Atalia y mandó hacer 700,000 uniformes.
-Las armas son lo de menos, los barcos las incluían y no creo que sea difícil construirlas ¡porque tengo los planos!
-¡Eres el mejor Falacci! ¡Eres el emisario de mis sueños! ¡¿Quién necesita a Dios cuando te tengo a ti?!
-No exagere Señor, sus deseos son órdenes
Total, la mafia de Zerros ya no sería un grupo criminal como otro, se había vuelto más rígido, más poderoso, más preparado. Los barcos de guerra eran bastante resistentes, en muchas ocasiones con ellos despedazaron en despiadados bombardeos las casas de las demás familias de la mafia con sus integrantes adentro: niños, bebés, mujeres. Nunca a los propietarios de éstas. Con ello obligaban a las demás mafias a desviar gente y recursos a la mafia de los barcos de guerra flotantes, al Gran Ejército de Zerros.
Los negocios iban de un lugar a otro, primero eran mafias, pero no eran suficientes para los deseos de Marcelo del Cerro, luego serían poblados enteros, ciudades pequeñas y más tarde empezarían a amenazar a otros países aledaños. Falacci ignoraba por completo de dónde venían los recursos, creía que la droga por sí sola era suficiente para abastecer el sueño de ser el líder de una armada. La prostitución forzada de mujeres menores de edad, la esclavitud de jóvenes a manos de los reinos Africanos, el secuestro de familias civiles enteras y el asesinato de moderadores de la paz. Pareciera que eran simples rumores, pero empezaban a circular fotografías entre los periodistas como el de una mujer dormida a un lado del cuerpo de su hijo de 15 años semi-decapitado, el de un padre tratando de mantener a su hija violada sobre su cuerpo para darle calor, el de unos niños que lloran ante el cuerpo de sus hermanos mayores abatidos por las balas de los hombres de Zerros, policías colgados de cabeza en postes de luz por hacer su trabajo, el de un maestro interponiéndose entre un rifle y los niños, el de una mujer desnuda sollozando envuelta en lodo en el jardín de su casa quemada, el de niños que suplican a un soldado de Zerros que no mate a su padre “que lo hizo para que tuvieran un poco de pan”... Guerra a fin de cuentas, pero sin declaración oficial.
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Editado: 11.06.2020