Proyecto Vesta

Curtis

1960

Era un día como cualquier otro, se levantó temprano para ir a la escuela, asistió a la clase aunque siempre en su cabeza estaba ausente, nunca se destacó como un buen alumno, prefería hablar y bromear con sus amigos. De hecho, recibió un castigo por parte de una maestra por estar burlándose de ella, todo porque decidió dibujarla de una manera caricaturezca.

No estaba preocupado, sus padres nunca le prestaban la debida atención, y cuando regresó y les comunicó el incidente en la clase, como esperaba, estos no le dijeron nada.

— Supongo que aprendiste la lección -Le dijo su padre con la vista fija en el periódico.

Sintiéndose poca cosa, tomó su bicicleta y, como todas las tardes para olvidar su monotonía, salió a pasear, a la espera de alguna idea que le sirviera de entretenimiento para el resto del día. Pasó por una sala de videojuegos, pero sintió que sin sus amigos no sería divertido, así que optó por comprar unas masas dulces para ir comiendo en el camino hasta casa.

Siguió sumido en sus pensamientos hasta que alguien se cruzó en su camino y, por acto reflejo, giró su bici, pero perdió estabilidad y se cayó a un costado del pavimento, enseguida sintió un fuerte dolor en su cadera.

— Lo siento mucho -Le dijo una voz femenina, al observarla notó que era una niña de casi su edad - ¿Te hiciste daño? -Preguntó, ofreciéndole su mano para ayudarlo a levantarse.

— No, estoy bien, descuida -Mintió.

Y como si de verdad no se hubiese lastimado, no dejó que la chica hiciera tanta fuerza y se puso de pie con rapidez. Además, le pareció demasiado linda como para mostrar algún signo de debilidad, pues había crecido con la idea de que a las mujeres les gustan los hombres fuertes y valienes.

— Ups - Dijo ella, tomando la bolsa con todas las galletas hechas trizas -, tengo dinero, puedo comprarte unas nuevas...como disculpa.

Kurt negó con la cabeza, le parecía una ridiculez que le quisiera "cobrar" por aquel accidente, además, por poco ella es la que resulta herida, pero, si se hacía el difícil, aunque sea unos minutos, podría tener tiempo para conocerla, y no quería perderse ésa oportunidad.

— Bien, si así lo quieres..., soy Curtis, por cierto.

— Hattie -Se presentó.

— Hattie -Repitió - ¿Vienes de la escuela? -Preguntó, al notar su uniforme escolar. Ella, como si hubiera sufrido algún tipo de amnesia, revisó su ropa y asintió.

— Estoy un poco perdida, la verdad.

— Nada que un buen paseo pueda solucionar -Propone, y se echa a caminar, pero la chica cuyos mechones castaños brillaban a la luz del sol, dándole la imagen de un ángel, prefirió mantenerse detrás. Esto llamó la atención de Curtis, quién se giró y regresó hacia ella.

— ¿Qué? ¿No ibas a reponer mis galletas?

— Sí, supongo -Dudó unos instantes, era un completo desconocido, pero no parecía mal chico, es sólo que todo el ambiente se le hacía tan extraño y ajeno, que su instinto de supervivencia estaba en su pico.

En éste caso, decidió confiar en el muchacho, y fueron recorriendo las calles hasta llegar a un almacén ubicado en una esquina, Curtis ató su bicicleta en la puerta e ingresó con ella, siempre sonriente, pues tenía en mente contarles a todos sus amigos cómo había salido con una chica que se cruzó de la nada.

Hattie, observaba el negocio, fascinada, siempre había mostrado interés por lo vintage y todo lo referido a objetos de hace décadas, éste negocio era una cápsula del tiempo. En el mostrador tenían un teléfono de línea a rosca, una radio en la que se escuchaban las noticias del día, y varios pósters de deportistas y famosos de los años 60s, ella reconoció a un futbolista de esos porque su padre tenía una fotografía autografiada por él, y no pudo evitar sonreír ante el recuerdo.

— ¿Quieres llevarte algo más? -Le preguntó, el chico, sacándola de sus pensamientos.

— No, gracias -Vio que el señor del negocio sacaba la cuenta y ella, de inmediato, sacó su billetera de la mochila, y contó los billetes antes de entregárselos al almacenero.

— Lo siento, querida, pero te han estafado -Le dice el hombre, devolviéndole el dinero.

— ¿Cómo?

— Esos billetes no tienen validez.

Curtis se acercó para inspeccionarlos.

— Qué pena, no te preocupes, yo me encargo -La tranquilizó, y pagó las masas. Sin embargo, la niña no salía de su asombro.

>> Ya pasó -Continuó -, que tus padres vayan al banco a solucionarlo, pueden cambiártelos.

Ella siguió estática y, por primera vez, se tomó unos segundos para observar su alrededor: las calles, el empedrado, las paredes coloridas y aquellas desteñidas, la gente que caminaba y las ropas que llevaban..., y el dinero. Entonces una pregunta loca surgió de su cabeza:

— ¿Qué año es?

— ¿Eh? -Sonrió él, a la espera de algún remate para reírse del chiste.

— ¿Qué año es? -Le repitió con firmeza.

— 1960 ¿Por qué?

— Ay, no.




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