Proyecto Vesta

CAPÍTULO I {2005}

1

Residencia Daiad.

Se cumpliría ya un mes desde el episodio de Hattie, y la prensa, pese a no querer dejar en el olvido el rostro de la niña, parecía tomar distancia de a poco para enfocarse en otros casos de actualidad que meritaban una investigación. Sin embargo, para Helena Raff, cada día era un tormento.

― Buenos días –La saludó, su esposo, que acababa de levantarse y seguía con su pijama puesto. Después de todo era domingo - ¿Dormiste bien?

― Sí –Dijo, cortante, dándole otro sorbo a su taza de café.

― No tienes por qué ver eso –Comentó, y cambió de canal para darle un poco más de alegría a la casa - ¿Qué te parece si te preparo panqueques? Dices que sólo a mí me salen bien –Sonríe - ¿Qué te parece?

― No, Curtis –Respondió, seria y malhumorada -, por favor, son las ocho de la mañana ¿Acaso no puedes cerrar la boca un minuto?

Él, casi tomándolo literal, cerró su boca y se quedó observándola pasmado, sintiéndola lejana y hasta desconocida. Ésa no era su Lena, la que sonreía todas las mañanas y hasta disfrutaba de cantar aunque fueran las seis de la mañana, algo la había cambiado…, todo pasó desde la desaparición.

Brigitte, era una de sus mejores amigas, tal vez su máxima empatía la había hecho sentir todo ese infierno en vida que la mujer sobrellevaba o, quizás, la situación le caló tan hondo porque ambas tenían hijas de la misma edad y, por supuesto, que si a la pequeña Sonny le sucedía algo, Lena era capaz de hacer todo por encontrarla además de sumirse en la más profunda tristeza.

Podría haberle seguido la discusión, pero él no era ése tipo de persona, siempre intentaba evitar el conflicto, y sabía que uno de los rasgos que lograron enamorar a su esposa había sido su serenidad. Aunque, debido a los cambios que ella presentó en estos últimos días, él pudo haber optado por tomar represalias y ser brusco también, pero cada vez que la miraba, se derrumbaba y se sentía incapaz de herirla.

Dejó que la pava hirviera y que el hombre de las noticias fuera la única voz que se escuchara en la casa, al menos, hasta que su hija se apareció como si se tratara de una mañana cualquiera.

― ¿Hay cereales? –Preguntó, despreocupada.

― No –Le dijo, Kurt, y echó un vistazo hacia Helena, a la espera de alguna mueca que expresara su descontento por oír su voz, al no notarlo, prosiguió -, pero puedo hacerte panqueques.

― ¡Sí! –Exclamó, la jovencita, y se sentó a la mesa a esperar que su padre le preparara el desayuno. Mientras tanto, tomó el celular de su madre y se dispuso a jugar a un par de juegos para matar el tiempo.

Fue recién cuando terminó su taza de café, que Helena pareció volver a la realidad, miró a su alrededor y divisó a Kurt, concentrado en su periódico, y a Sonia devorándose su comida. Apagó la televisión y salió al jardín trasero con la intención de tomar aire fresco, todavía había un poco de sol, se pronosticaba un día nublado y con probabilidad de lluvias, pero eso a Lena no le importaba, se adaptaba a cualquier temperatura… aunque, últimamente, esos sentimientos de ‘adaptabilidad’ parecían querer abandonarla.

No sintió la puerta abrirse ni las pisadas ni mucho menos a su esposo detrás, él colocó sus manos sobre sus hombros con intenciones de transmitirle tranquilidad, ella dio un respingo y se giró, al verlo, suspiró aliviada.

­­― ¿Te sientes mejor?

― Un poco.

― ¿Me dejas abrir la boca? –Pregunta en broma.

― Ay, Kurt –Se lamentó e hizo un esfuerzo para verlo a los ojos, tenía mucha vergüenza por su actitud -, no sé por qué lo dije…, te juro que…, no lo sé.

― ¿Es por lo de Chris y Brigitte? Cielo…, las noticias no harán más que empeorar todo lo que sientes.

― Lo sé, lo sé, es que… necesito verlo, necesito saber qué dicen.

― ¿Por qué?

― No puedo explicarlo.

Sus ojos color miel resplandecían, sus labios gruesos entreabiertos se veían tentadores, ésa mujer lo volvía loco y lo desarmaba en segundos. Se limitó a asentir y a dejar que mantenga su secreto hasta que lo crea conveniente. Lena también lo amaba, y no podía verlo triste por algo, menos si ella era la razón de su descontento, por lo que abrazó a ése hombre y su mal desapareció por, al menos, un rato.

2

La Sra. De Raff ya contaba con setenta y siete años y, pese a contar con una edad avanzada, muchos le daban menos edad e incluso, aún se sentía ágil y con buena memoria en comparación a otros abuelos. Además, vivía sólo con un par de criadas que la acompañaron casi toda su vida, y el gran amor de su vida, por aquel entonces, estaba sentado junto a ella y era un perro bulldog de unos seis años al que trataba como a un hijo y lo mimaba con excéntricos detalles sólo porque no sabía en qué gastar su dinero.

Sabía que era noviembre y que las fiestas estaban a la vuelta de la esquina, por lo que decidió apresurarse y ya su mansión contaba con decoraciones navideñas en el interior, pues el exterior aún no estaba preparado para los colores rojo y verde.

Se recostó en su extenso sofá para apreciar alguna película en su televisor nuevo, cuando una de sus mucamas le acercó el teléfono inalámbrico.




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