Proyecto Vesta

CAPÍTULO III {2005}

1

La mansión de la señora Raff, estaba ubicada a las afueras de la ciudad, en un barrio para gente rica donde las casas lujosas abundaban. Aunque a Abigail, que utilizaba ‘Melinda Raff’ como nombre, en el pasado no le interesaban los objetos lujosos ni mucho menos llevar una vida así, con el tiempo el prestigio que adquirió la empresa, sumado a los sacrificios por parte de ella, la hicieron tener el deseo de merecer todo lo que estaba a su alcance. En un momento, temió perder lo acumulado, debido a las demandas de la ‘amante’ de su marido, que decía tener hijos suyos y que le correspondía parte de lo que la Sra. Raff tenía, pero los abogados que estuvieron de su lado hicieron un excelente trabajo, y se demostró que, el difunto Sr. Raff, jamás había reconocido a ‘la otra’ ni a sus hijos, mientras que el matrimonio con Abigail/Melinda, fue legal.

La vieja, Abby, apagó su cigarrillo al ver a su nieto acercarse a la entrada principal, fue a darle una cálida bienvenida, pues en él veía al futuro de la compañía, aunque al joven de veintidós años no le parecía atractivo el estar en una empresa atrincherado en su propia oficina.

― ¡Tobías! –Exclamó, ella, alegre de verlo, y lo abrazó como nunca había abrazado a alguien. Lo dejó pasar y le señaló la mesa del comedor, donde había preparado galletas, masas secas y budines junto a un juego de té, como solía hacer cada vez que éste iba a visitarla – Creí que no vendrías, no nos vemos hace como dos semanas.

― Sí, bueno, ya era hora de venir –Le responde con cierto desdén.

Lo cierto era que necesitaba dinero, y su abuela solía pagarle si, a cambio, cortaba el césped o hacía tareas del hogar, aunque últimamente la anciana no necesitaba excusa alguna para premiarlo.

― ¿Y tus padres? –Inquirió, pues no tenía noticias de ellos desde hacía meses – Digo, ellos no creo que estén muy a gusto de que andes por aquí ¿O sí?

― No les dije, tampoco tienen que saber –Contestó, y su abuela asintió guiñándole el ojo.

― Está bien, está bien –Dijo y lo tomó del brazo para que tomara asiento y disfrutara sus dulces -, ahora quédate aquí, llena tu estómago y… supongo que te quedarás jugando a algún videojuego o a chatear con alguna chica.

― No, amm… de hecho –Comenzó a balbucear, y se puso de pie para mayor comodidad -, tuve un inconveniente con mi moto, no me pasó nada, es sólo que el motor se detuvo y ahora debo repararlo y…

― Y cuesta dinero –Adivina sin mucho esfuerzo.

― Mamá y papá no quieren ayudarme porque ellos odian que la use, así que para ellos es mejor que no funcione, pero sé que tú podrías darme una mano.

― Y supones bien, muchacho.

Tobías sabía que para su abuela nada era caro, la señora ni siquiera se asombró cuando éste le dijo el monto que, recuerda, escandalizó a la pareja Daiad e intentaron persuadirlo para que abandone ése hábito de andar en moto pues se les hacía un peligro, pero la pasión tanto por motos como por autos de Toby podía más.

― Me imagino que no les dirás nada –Le dice Toby a su abuela.

― ¿Cómo podría? Las cosas con tu madre no están para nada bien, y tu padre jamás sintió simpatía por mí ¿En qué momento tendría oportunidad de decirles?

― Sólo digo.

― La pregunta es: ¿Qué excusa pondrás en cuanto se enteren que pagaste el arreglo?

― Ya veré qué hacer.

Respondió con la intención de que su abuela no se metiera tanto en el asunto, pues se sentía capaz de imponerse ante sus padres si llegaban a reclamarle.

La anciana no se molestó en insistir, se limitó a darle su espacio y dejarlo ser, encendió su cigarrillo y siguió su recorrido por su majestuosa morada mientras en su cabeza esperaba que se le viniera a la mente algo nuevo para hacer.

Tobías, por su parte, comió un poco de lo que le había dejado Abby, y en cuanto se sintió lleno, fue hacia la sala de estar para jugar videojuegos y pasar allí el resto del día. Abigail no tenía un pelo de tonta, suponía que su nieto estaba metido en algo o tenía alguna especie de plan, porque si bien la historia de la moto era cierta, había otra cosa que no estaba contándole.

2

El matrimonio de los Daiad ya había pasado por crisis similares, había momentos en los que Helena no se sentía bien y necesitaba distancia, otras veces ella sufría de desmayos y solía alterarse con facilidad, esto podría resultar alarmante para cualquier esposo y era muy probable que no muchos soportaran la situación, pero Kurt se mantuvo siempre al lado de su esposa y respetaba sus altibajos, pues conocía su pasado y entendía que la familia en la que su querida Lena se crió no era para nada normal. Además, su posición como psicólogo le permitía ver aspectos que otros, quizás, no podrían captar con facilidad y, sumado a esto, hubo un breve (e intenso) tiempo en el que intentó estudiar para profesor de filosofía, pues sus análisis y preguntas sobre el mundo congeniaban con aquella ciencia. Sin embargo, su curiosidad e interés romántico por aquella misteriosa chica pudo más, y al fin y al cabo fue Lena la que lo empujó, sin quererlo, a adentrarse al campo psicológico, él estuvo más que agradecido, ya que esto le permitió también conocerse a sí mismo y lidiar con sus propios asuntos.

Desde hacía un par de semanas, Lena había vuelto a ser una incógnita: quería despegarse de él, luego necesitaba abrazarlo, a la noche le costaba conciliar el sueño, de día precisaba que la dejaran descansar, luego si sólo estaba de humor pretendía un beso…, pero también ocurría que le regresaba el mal humor y se repetía la secuencia. Kurt se debió adecuar a todo esto, jamás se le ocurriría huir, era el amor de su vida y sabía que todo lo que ésta sufría no era su culpa sino la de los Raff.




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