1
El trabajo en la empresa no la agotaba en lo más mínimo, para la joven Abigail, formar parte de Raff le otorgaba cierto prestigio que siempre persiguió, por lo que desde su llegada allí nunca bajó los brazos y siempre se vió dispuesta a cooperar y estar al servicio de lo que sea que propusiera el jefe. Éste, si bien era consciente de las capacidades que tenía la joven, prefería no arriesgarla en ciertas situaciones, pues era una empleada muy importante y sentía que si ella se iba, la empresa, no sería la misma.
Pero a Abby eso no le importaba, ella necesitaba sentirse útil sin tener en cuenta las consecuencias que podrían ocasionarle ése tipo de decisiones. Y ahora, con la propuesta del Sr. Bellini, podía sentir cómo su autoestima se incrementaba, y visualizó un futuro prometedor en el que ocupaba el asiento de su jefe, convirtiéndose en la nueva autoridad de Raff. Justo cuando se perdía en aquel sueño, uno de los empleados de la compañía, le llamó la atención allí en medio del pasillo.
― Abigail, te busca el Sr. Bellini.
Volvió a la realidad, acomodó su uniforme que consistía en una simple bata blanca con una falda del mismo color, se la alisó y se aclaró la garganta como si estuviera a punto de dar el discurso de su vida, aunque se sabía que con el Sr. Bellini era difícil meter algún bocadillo cuando él se disponía a tomar la palabra.
Caminó hacia su oficina, cuya puerta ya estaba abierta; sólo lo divisó a él, que acomodaba un par de papeles sobre el escritorio, así que ella supuso que hablarían a solas acerca del nuevo plan que éste tenía en mente y, de nuevo, tomó aire y resopló, movió sus rodillas preparándose para una maratón, y al abrir la puerta… había otro hombre sentado en uno de los sillones que estaba en la otra punta del cuarto, se trataba de Jacob, pero Abby lo reconoció como el mismo sujeto al que había visto el otro día, ése que tuvo una discusión acalorada con el jefe, pero no se sabía su nombre ni tampoco lo había visto en la empresa.
― Cierra la puerta, por favor –Le pidió, Bellini -, y toma asiento, Abby, debemos conversar de un tema… delicado.
Ella obedeció, y el muchacho, más alejado, hizo un revoleo de ojos y, antes de tomar asiento junto a ella, se terminó el trago que yacía junto a él. Abby no sabía si ése vaso se lo había preparado él mismo o pertenecía al Sr. Bellini y éste desconocido quería fastidiarlo.
― Creo que no tengo mucho para decirles –Comenzó, el jefe -, ustedes saben por qué están aquí así que iré directo al grano: Estos días estuve buscando orfanatos en la zona, y me sorprendí con los pocos que hay, tres si mal no recuerdo. La verdad es que los niños… -Hizo una mueca de desagrado y negó con la cabeza -, vienen cada vez más difíciles, no se puede lidiar con ellos y no son dóciles. A los tres que fui había delincuentes, discapacitados, enfermos… y hasta maleducados, algunos se golpeaban entre sí y otros querían herir a las visitas, por un momento no sabía si estaba en un orfanato o en un psiquiátrico porque no había diferencias.
― ¿Y? ¿Encontraste a alguien o no? –Preguntó, Jacob, en una actitud tan insolente, que Abby no se podía creer que el Sr. Bellini no le dijera nada.
― No –Respondió -, por ahora no.
― ¿Entonces? ¿Por qué nos llamaste? Perdemos el tiempo.
― Disculpa ¿Acaso tienes algo importante que hacer? ¿Te necesitan en tu oficina? Oh, cierto, no tienes empleo... ¿Por qué te quejas?
Jacob le echó una mirada a Abby, una manera de alertarle a su padre que podría decir cosas sobre él que nadie, ni siquiera la científica, sabían, pero también la chica la sintió como una mirada de soberbia que le decía “sé que estás aquí y no me importa”.
― Para que sepas, estoy muy tranquilo hoy y no diré nada para molestarte, pero algún día de estos en los que se me crucen los cables, no tienes idea del mal momento que te haré pasar.
― ¿Eso es una amenaza, muchacho?
― Para nada, sólo quiero respeto, yo te estoy respetando.
― ¿Quieres respeto? –Inquirió el Sr. Bellini, frunciendo el ceño y mirándolo fijo – Gánatelo, como yo me gané ésa silla y todo lo que ves aquí.
Su hijo sonrió con picardía, guardándose todo lo que tenía para decirle, y se acomodó su camisa para distenderse. Abby, por su parte, se había puesto tensa ante la situación, jamás se había imaginado que alguien enfrentaría a su jefe de ésa manera, era algo impensado.
― Mi llamado fue porque tengo algo para ustedes.
Tomó los papeles que Abby había visto con anterioridad, esos que descansaban sobre el escritorio bien apilados. Estos no eran más que dos pilas de fotocopias sostenidas por un clip cada una; El Sr. Bellini, se las entregó en mano, y ellos fueron hojeando el block, no serían más de cuarenta hojas.
― ¿Y esto? –Se preguntó, Abby – “Melinda Raff” –Leyó en voz alta.
― Es tu nueva identidad –Sonrió, el jefe, orgulloso de su invención.
― ¿Cómo?
― Lo que tienen en mano es un informe para cada uno donde figura su biografía y todo lo que necesitan saber sobre su nueva vida, allí está: la dirección de su casa, las escuelas a las que asistieron, sus títulos universitarios, hobbies, y toda la historia de cómo se conocieron, les pido encarecidamente que lean y estudien todo con atención, no vaya a ser que haya contradicciones.