1
El famoso barrio privado al que llamaban ‘Paraíso Vesta’ lucía como un auténtico paraíso, su verde césped estaba bien cortado, cada una de las viviendas contaba con su propio jardín delantero decorado con flores de muchos colores, que dotaban al exterior de la casa una alegría única, era agradable a la vista, y a Hattie le gustó mucho el lugar, lo único que lamentaba era que quedaba un poco alejado del área urbana.
― ¿Qué te parece? –Le preguntó, Boris Raff, mientras conducía.
Hattie miró, de nuevo, por la ventana para apreciar cada uno de los hogares que, pese a contar con la misma arquitectura, de alguna manera, lucían diferentes conforme a las distintas familias que las ocupaban.
― Es precioso –Dijo la niña, y la pareja sonrió agradecida de que no hiciera berrinche alguno.
Se detuvieron frente al garaje, y permitieron que fuera Hattie la primera en abrir la puerta. A decir verdad, Boris ya había estado allí cuando su padre lo acompañó unos días atrás, pero Melinda era nueva en esto y estaba tan maravillada como su nueva hija.
― Vaya… -Soltó, Hattie, admirando la sala que contaba con una escalera ancha, un sillón verde musgo decorado con almohadones de terciopelo, y una bella araña de cristal que colgaba en el medio de la habitación, el resplandor de los cristales invadían el piso de azulejos beige, del mismo tono que las paredes que, a su vez, contaban con cuadros de dibujos abstractos.
― Y aún no has visto tu cuarto –Le dice, Boris, orgulloso de su nuevo hogar -, es el más grande y tiene una mariposa en la puerta.
La niña asintió y subió cargando su bolso, entusiasmada por averiguar cuán grande sería. Por otro lado, los adultos se quedaron en la planta baja, él todavía se mostraba contento, pero su esposa tenía más de una cosa que decirle.
― ¿Y esto? –Habló, Abigail - ¿De verdad viviremos aquí?
― Por supuesto ¿Qué esperabas?
― No lo sé, yo…
― Acabamos de adoptar a ésa mocosa ¿Qué quieres? ¿Volver a tu apestoso apartamento y dejarla sola? Nos debemos a esto ¿Lo recuerdas?
― Sí, lo sé, pero creí que sería diferente…, no sé en qué estaba pensando.
― ¿Estás arrepintiéndote de tu adopción, Melinda? –Le pregunta llamándola por su nombre de fantasía, y ella capta enseguida su mensaje; no podía ser Abigail en el Paraíso Vesta, ahí era Melinda Raff, y nadie más que ella podía hablar.
― No –Dijo, recordando que Melinda era estéril y su mayor sueño era formar la familia perfecta -, he soñado con esto toda mi vida.
― Así me gusta, ahora será mejor que organicemos nuestras cosas, mi padre nos enviará el mobiliario que falta mañana a primera hora.
Sentenció, y subió hacia su dormitorio, donde encontraría la ropa de cada uno bien dividida sobre la cama, lista para ser guardada en el clóset. Mientras tanto, Melinda o Abigail, pues aún no conseguía adaptarse al personaje, seguía allí en la planta baja, apreciando cada rincón.
― Viviremos aquí –Pensó en voz alta, sin poder creer en dónde la habían llevado sus estudios. Sus grandes esfuerzos por ser una científica y descubrir la cura de alguna enfermedad, la han empujado a formar parte de un gran proyecto que se resumía en una vil ilusión.
2
Ésa tarde cuando se disponían a almorzar, unos vecinos los visitaron, se trataba de los Warren: Conrad, Betty y su hija, Milena. Los tres representaban una auténtica familia americana o, al menos, el ideal que se tenía, pero tanto el señor como la señora Raff, sabían que no seguían esos estándares sino los del Proyecto que dirigía, en éste caso, el Sr. Bellini desde su apacible búnker.
― Bienvenidos al vecindario –Los saludó, el Sr. Warren, de manera cordial, y estrechó la mano de los dos adultos -, nos avisaron de su llegada y preparamos una tarta de frambuesas.
― ¿Preparamos? –Le pregunta su esposa, la Sra. Warren, en broma – Lo hice con mis propias manos –Sonríe y le entrega a Melinda su deliciosa tarta que se veía como salida de un libro de cocina, tanto que a la Sra. Raff ya le daba pena tener que cortarla.
― Si necesitan algo –Les decía el Sr. Warren -, lo que sea, no duden en llamarnos, aquí les dejamos nuestro número –Comenta, entregándole al Sr. Raff un papel -, vivimos en la casa de por allá –Señala -, ésa con el tejado más azul y el auto rojo.
― Tenemos un letrero con nuestro apellido, querido –Dice, su esposa -, no creo que los Raff sean tan despistados, después de todo, dirigen una compañía.
― Oh, no –Se excusa, Boris Raff -, tampoco queremos presumir, aquí sólo somos sus humildes vecinos, soy Boris y ella es mi esposa, Melinda, ah –Recordó, y se hizo a un lado para que pudieran ver a su niña -, y ella es nuestra hija… -La presentó, quedando en suspenso, aún no la habían nombrado y sabían que cualquier cosa que dijeran a partir de éste momento sería crucial.
― Supongo que ella puede presentarse sola –Lo rescata, Melinda, dejando que Hattie tenga la oportunidad de nombrarse, pero los Warren parecían no tener tiempo o les importaba poco lo que sea que tenga que ver con la menor.
― Descuiden –Los interrumpe, Betty -, nos conoceremos mejor éste sábado durante la kermés, como son los nuevos no pueden perdérselo por nada en el mundo, es sólo una vez al mes, hay juegos, comidas de todo el mundo, sorteos, y las niñas podrían pasar tiempo juntas para, quién sabe, ser amigas, después de todo irán a la misma escuela ¿No es así?