1
El Sr. Félix Bellini apagaba su cigarro con enfado, no podía creer cómo su propio hijo, al que le había confiado uno de los proyectos más ambiciosos de los Doctores Spencer, le echara en cara que estaba arruinando su vida ¿Es que podía ser más idiota? ¿Cómo podía arruinar semejante investigación por una mujer que no valía nada? De nuevo, discutieron, Bellini debió de tomar un tranquilizante para controlarse, y Jacob bebió un vaso de whisky con la idea de que un trago fuerte lo haría enfrentarse mejor a su progenitor, pero no fue así, los dos parecían no querer ceder ni tampoco se sentían listos para un planteo semejante.
― Eres el padre del futuro –Le dice el Sr. Bellini -, puedes llegar a ser un super hombre ¿No quieres llegar al conocimiento al que nadie llega? ¿No te gustaría ser el primer eslabón de una dinastía de intelectuales?
― No estoy rechazando tu idea, ya me comprometí y ya di un paso gigantesco, lo único que te pido es seguir viendo a Amy, sabes que no puedo abandonarla, ella me necesita.
― Ella necesita tu dinero –Le remarca. Desde que le había presentado a ésa chica, hace ya unos tres años, siempre Bellini se imaginó que era una caza fortunas o sólo lo perseguía porque lo sabía hijo de un empresario importante, aunque no podía estar más equivocado.
― ¿Cómo va a querer mi dinero si nunca le di nada? Tenemos una casa…
― ¿Sencilla? –Pregunta, siguiéndole la frase – Yo pagué por ésa casa que tu linda novia ahora está ocupando, yo les doy una mensualidad para que no se mueran de hambre, y la chica ésa no ha puesto nunca un céntimo para las cuentas o para comprarse algo.
― Tú no sabes nada, Amy está trabajando el doble porque no quiere vivir de ti… y yo tampoco.
― ¿No? Muy bien, en ése caso… dejaré de pagarles y vivirán de lo que tengan ¿Qué te parece?
A Jacob por poco le da un ataque al corazón, volvió a servirse un trago y se tomó su tiempo para que su amargura le hiciera efecto.
― Una hora –Le suplica, apoyado contra el escritorio, vencido -, sólo una hora con ella y si quieres dejar de pasarme dinero, hazlo, pero no la dejes en la calle…, ha sido muy paciente conmigo, merece cosas buenas.
― ¿Y yo? ¿Qué merezco? Me esforcé toda mi vida para que a ti no te falte nada, te pagué los estudios para que seas un hombre de negocios ¿Y qué me devolviste? Te dedicaste a la actuación, fuiste a un taller de teatro a escondidas, y te metiste con una chica de clase baja que cuida bebés ¿Y lo que yo invertí? Hasta acepté tu vocación, dejé que hicieras lo que te gustaba, y cuando te me presentaste en busca de un trabajo en la empresa porque no llegabas a fin de mes, pensé que al fin te había recuperado, y veo que no…, un par de palabras por parte de ésa… mujer, y ya te vuelves tonto.
― Yo no te pedí dedicarme a los negocios, fue idea tuya…, y ahora que sé lo que tú y tu planta están planeando creo que te corresponde ser comprensible conmigo.
― ¿Acaso irás por ahí a decirle a todo el mundo que debajo de la empresa Raff hay una organización secreta que moldea gente para ser superior a los demás? Será mejor que tengas una mejor historia porque nadie te creerá.
― ¿Quieres apostar?
Se quedaron mirando, desafiantes. Acordaron ocho horas, cuatro en la empresa y otras cuatro en la casa que compartía con Amy, pero a la noche debía estar en el Paraíso Vesta, porque debía demostrar que era un hombre de bien y, de otro modo, los vecinos comenzarían a hablar, y si la reputación de un Raff se veía arruinada, podría ser letal para la compañía aunque Boris no ocupara un rol importante aún.
― Puedes irte –Le dice, Bellini, dejándose caer en su silla -, y la próxima vez puedes traer a tu hija, me encantaría enseñarle la empresa ¿Ya le han elegido nombre?
― Sí, Helena…, es Helena Raff –Mencionó antes de marcharse, y su padre quedó atónito.
― Nada mal… -Pensó, y sintió que ése nombre lo había escuchado antes.
2
A diferencia de Jacob, Abigail no podía entablar conversaciones con nadie de su familia porque había quedado sola. Su padre falleció cuando era una adolescente, y su madre no pudo llegar a verla como empleada de Raff, sólo apenas como una pasante, así que el matrimonio de los Jenner, jamás vieron el fruto de los estudios de su hija, y es por eso mismo que la joven se había esforzado tanto, por lo menos esperaba que lo apreciaran desde el más allá.
Pero en el mundo terrenal, no sabía con quién contar, la mayoría de sus amigas universitarias habían hecho sus carreras fuera del país o vivían demasiado lejos como para que les hiciera una visita, además tampoco ellas se molestaban en llamarla, decían que las llamadas a distancias eran muy costosas y, bajo ésa excusa, perdieron el rastro de cada una. Por lo tanto, aquella tarde, Abby estaba experimentando lo que era el aburrimiento por primera vez. En ésta casa no podía contar con su juego de alquimia, ni tampoco con sus libros de ciencias, porque aquí no era la científica Abigail Jenner, aquí era Melinda Raff, una ama de casa que tuvo la suerte de vivir de su marido luego de casarse con un miembro de la prestigiosa familia tras conocerse en la empresa y, para colmo, su empleo no tenía relación con la tecnología sino que se había iniciado como telefonista… ¡Telefonista! No pudo ocultar su indignación en cuanto leyó su profesión, pero hizo caso a Jacob y siguió sus consejos sobre teatro: recordarse que sólo era un personaje. Y eso implementó cuando el recuerdo se le manifestaba como una pesadilla.