Proyecto Vesta

CAPITULO XI {2005}

1

Tobías se guardó los papeles del proyecto dentro de su mochila, y al momento de entrar a su hogar, estaba allí su madre en todo su esplendor, agitando la nota que éste le había dejado. El joven no comprendía el enojo de su progenitora, y ella siguió increpándolo.

― ¿Y las compras?

― Oh –Musitó, buscando alguna excusa -, estaba todo cerrado y el único negocio no tenía lo que fui a buscar.

― ¿Qué sucede contigo, Toby? –Le preguntó, Lena, preocupada por la distancia del muchacho. Siempre fue así de ‘hacer lo suyo’, pero esto ya era el colmo - ¿Desde cuándo estás tan misterioso? ¿Es por la moto? Podrás tenerla una vez que pase el mes y no te torturaremos más, a menos que te atrevas a ser un inconsciente, otra vez.

― No es eso, es… un trabajo, pero no quiero decirles nada para no traer la mala suerte.

­― ¿Qué trabajo?

― Mamá –Protestó, exasperado - ¿Por qué tan metiche? Es un trabajo y ya.

Se refugió en su habitación dando un portazo, lo suficiente como para que Helena de un respingo ante el estruendo. Era más que seguro que no lo habría intentado años atrás, pero últimamente todo había cambiado tanto que no le importó, hasta a la misma Lena le parecía normal el carácter que éste había adoptado, y todo ocurrió desde lo de Hattie…, desde su desaparición ¿Acaso todo el drama familiar era su culpa? Pensó que lo más lógico sería hacerle una visita a Brigitte, hacía días que venía posponiéndole la invitación, pues sabía como ésta se ponía en cada encuentro: bebía un gin tonic, le contaba sobre sus amantes actuales (y anteriores), se quejaba de que Chris no actuaba como un hombre, e insultaba a la policía por su incompetencia.

Pero le debía ésa visita, era su madre… ¡Por Dios! Era su madre. Su mejor amiga era su madre, y sólo eran amigas porque Chris era su amigo…, no podía creer que la mujer que la dio a luz le había hecho burla en su primer encuentro, siempre la había visto como alguien más cercano, y necesitó un viaje en el tiempo para darse cuenta lo poco que tenían en común.

Brigitte, ése día no acudió a la comisaría como era lo habitual, decidió dejarle ése trabajo a Chris, al que hacía ya varias semanas venía empujándolo para que deje de ser un cobarde y se ponga los pantalones. Dadas las formas en las que la mujer se expresaba, no era raro de encontrársela alcoholizada, dispuesta a tener una charla en la que prometía chisme y rencor hacia todos. Así fue como Helena se la encontró al visitarla, como imaginó: gin tonic, enojo, deseos de venganza, y bipolaridad. Consideró que no sería el momento oportuno para abrazarla o, siquiera, atreverse a confesarle su secreto, pero no soportaba verla tan destruida.

― ¿Quieres uno? –Le preguntó, Brigitte, y aunque su amiga la rechazó, le sirvió de todos modos – Anda, para olvidar…, seguro que Kurt y tú no tienen el matrimonio idílico que todos imaginamos ¿No?

― Es complicado… como todo.

La mujer de la casa, sonrió, y se bebió lo que quedaba de su copa de un solo trago ante la perturbada mirada de Helena, que tomó una servilleta para estrujarla y, así, liberar su tensión.

― ¿Has visto a Chris? –Preguntó de forma retórica - ¿Sabes dónde está? Lo eché a patadas a la estación de policía, no soportaba levantarme todos los días y verlo aquí bebiendo su café mientras yo no dejaba de pensar en nuestra hija… ¿Tienes idea de lo difícil que es? Digo, es el padre, y lo único que hace es salir a trabajar o a verlo a Kurt, aunque sé que a veces me miente y no va a ninguno de estos lados, seguro está con la otra ¿La conoces?... ¡Claro que no la conoces! –Dijo sin esperar su respuesta – Seguro que tu marido sí porque ellos se cuentan todo, par de imbéciles…, la diferencia es que el tuyo es psicólogo y bueno..., suelen ser más comunicativos y entienden a la gente, pero el mío es un completo desastre, no sé qué demonios habré visto en él ¡Estúpida yo, también! Siempre tomando pésimas decisiones.

Se lamentó y comenzó a llorar, no sólo por Hattie, sino por el recuerdo de toda la vida que había llevado, cómo su matrimonio con Chris se vino cuesta abajo y cómo ella no se atrevió a terminarlo todo hacía años…, pero lamentaba tanto haber envidiado a una persona que ya no estaba, y ésa envidia la llevó a actuar de otra manera y hasta lucir con un aspecto diferente al que realmente quería.

― Qué idiotas nos volvemos cuando somos niñas –Soltó de golpe, y Helena le alcanzó un pañuelo, mientras se sentaba a su lado para acariciarle la espalda -, debí ser más… yo, pero sabía que si era yo, él no me miraría y tampoco sería una chica perfecta.

― ¿A qué te refieres?

­­― Sabes de qué hablo…, de la que era tu amiga, Milena ¿Así se llamaba? –Helena se paralizó, hacía años que no escuchaba su nombre y, por ende, no se había detenido a pensar los buenos tiempos que pasó con ella, había sido una gran amiga – Era tan perfecta… como…, como si la hubieran fabricado por computadora, y yo quería ser así, demonios.

― Pero luego de la escuela fuiste tú, al menos yo nunca te vi parecida a Millie.

― Y así empezaron los problemas –Se rió -, ayer la recordé…, estuve pensando en la escuela, la universidad y cómo ella… ya sabes, y la verdad mi envidia no terminó, ya me gustaría no estar sufriendo éste infierno.

Sollozó, se limpió la nariz y, con sus manos, intentó secar sus lágrimas, que no dejaban de salir.




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