Proyecto Vesta

CAPITULO XVIII {1960}

1

Pensó que ver a Milena la pondría tensa, pero no fue así, todo lo contrario. La persona que sí le provocó incomodidad fue Curtis, o quizás nervios, no estaba segura. Lo único que sabía era que había aceptado una salida (¿Cita?) con aquel muchacho, sin siquiera haberse dado cuenta, y ahora él la saludaba a la distancia, imaginándose una confianza que Lena había intentado evitar.

― ¿Todo bien? –Le preguntó, Millie, al notarla dispersa. La otra, asintió, aunque no la convenció, y en cuanto ingresaron a la escuela, la niña Warren, comenzó a abatirla de preguntas.

― ¿Es por tu admirador secreto? ¿Sabes quién es?

>> Yo me moriría de la vergüenza, así que te entiendo, pero… igual tendría curiosidad…, oh, no es por eso, no es por eso –Repitió - ¿Verdad? No me digas que tiene que ver con los exámenes, sabes que puedes contar con mi ayuda.

>> ¿Tuviste un entredicho con tus padres? Es común, a todos nos pasa, ya lo vas a superar.

Hattie la dejó hablar, se respondía sola, y parecía ser lo mejor, por lo menos así, Millie, reflexionaba, y terminaba sin enterarse de nada. Así estuvieron hasta que tomaron asiento en sus respectivos pupitres, y sólo la entrada de la maestra logró callar a Milena.

Por fin.

La clase prosiguió en paz. Sin embargo, en cuanto la docente se giró para escribir en la pizarra, un bollo de papel impactó en la cabeza de Hattie, provenía de alguien sentado al fondo. Se dio la vuelta, enfadada, dispuesta a acusarlo en cuanto lo reconociera, pero se encontró con dos muchachos riéndose, uno le tiraba besos y, el otro, simulaba bailar una danza romántica. Curtis, sentado detrás de los dos, sacudía los brazos de ambos para que dejaran de burlarse. Tarde, ya todos lo sabían. Y en el primer recreo, todos lo que pasaban por su lado le hacían comentarios sobre la inminente cita.

― ¿De qué hablan? –Le preguntó, Milena, indignada por no haber captado nada de esto con su intuición.

― Kurt me invitó a salir el sábado.

― No puede ser ¿Y? ¿Vas a ir?

― Ahora, no lo sé, creo que no, pero no sé cómo decírselo.

― Dile que tienes un familiar enfermo –Sugirió con naturalidad, pero eso a Hattie le parecía algo trillado. Aunque, quizás, para la época aún servía como excusa -, siempre funciona, y no podrá decirte nada.

― ¿Y me creerá?

― Sí, si usas un tono convincente.

Sabía que sería difícil, apenas conociéndolo se daba cuenta que no era el tipo de persona que se rindiera con facilidad, más aún si había un profundo interés por su parte en ella, algo que a Hattie se le hacía extraño, confuso…, pero, de alguna manera, encantador. Curtis no era feo, al contrario, le parecía un chico interesante, no era el más lindo de la tierra, pero estaba lejos de ser lo peor. Era bueno, un poco tímido al principio, y se lo notaba honesto, es decir, no había indicios de que todo esto sea una vil broma de varones. Pero, recordó, era amigo de Chris Levigne… ¡Levigne! Ése apellido que alguna vez le perteneció, y ahora ya no figuraba en su documentación, porque ahora era Helena Raff. ¡Y Chris fue su padre! Pero ahora es su compañero de clases… ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar?

2

Félix Bellini, contemplaba la nueva fotografía familiar que Jacob le había alcanzado en cuanto tuvo la oportunidad, cualquiera que la viera asumiría que era una familia como cualquier otra: madre, padre e hija, sonrientes. Él iba de traje, tono oscuro a excepción de su blanca e impoluta camisa y su corbata azul príncipe con un patrón de rombos apenas perceptible; Ella, con su cabello castaño claro, que resplandecía a causa de la iluminación, vestía un conjunto de chaqueta y falda, color salmón, y portaba aretes largos y un collar de perlas; La niña, en el medio, con su pelo castaño, pero más oscuro que el de la madre, hacía una mueca que intentaba parecer una sonrisa, y vestía con un vestido verde escocés con un moño en su cintura.

La fotografía, fue puesta en un marco, y Félix la colocó en su escritorio, era como un sueño hecho realidad, era el tipo de futuro que de verdad quería para su hijo: una familia bien constituida, sin trepadoras. Y, si alguien preguntaba, estaba dispuesto a decir que Boris Raff era su sobrino y, a falta de hijos, lo había tratado como tal.

Apreciaba lo que estaba ante sus ojos y, muy en el fondo, deseaba que, tal vez, un milagro ocurriese y que Jacob acabara enamorado de Abigail, que rechazara a la otra, y éste cuadro ficticio se transformara en una realidad. Lo sabía poco posible, pero no imposible. Y tan sumido estaba en ésa idea, que no advirtió a la persona que ingresó a su oficina.

― Qué bella familia.

Observó, la Dra. Spencer, conmovida.

― ¿Parientes?

― Sobrino –Dijo, automáticamente, y tan estudiado que no pudo engañar a la doctora.

― ¿De verdad? –Sonrió, socarrona - ¿O estamos ante una nueva familia creada por ti?

― ¿Cómo lo haces? –Le preguntó, entre molesto y sorprendido. Podían pasar años, pero aquella mujer no iba a dejar de causarle semejante admiración -. ¿Es que soy tan obvio?

― No lo sé, sólo sé que puedo leerte como un libro.

Él bajó la mirada para ocultar su más amplia sonrisa, tal vez porque necesitaba mantener ésa imagen de tipo serio al ser el presidente de la compañía, aunque con la Doctora le era imposible. Se conocían desde hace años, ella aún estaba casada con el Dr. Spencer, ni siquiera recordaba si ya tenían el título o no, pero lo que sí sabía era que lo odiaba, no necesariamente por su inteligencia sino por tenerla a ella como esposa, y una vez viuda, no hubo más impedimentos.




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