Proyecto Vesta

CAPITULO XIX {2005}

1

La Sra. Daiad, Helena, se derrumbó en brazos de El Almirante, que había decidido visitarla ése día, a sabiendas de su estado delicado. La pérdida de un hijo es lo peor que le puede suceder a una madre y, pese a que Helena sabía que Sonny no había desaparecido ni estaba en riesgo, le sonaba como a sinónimo de ‘muerte’, pues que su hija ya no esté allí le significaba que no volvería a verla…, Helena estuvo en su lugar, cuando alguna vez fue Hattie.

― Mi niña… -Sollozaba -, perdí a mi bebé para siempre y Kurt no lo entiende…, cree que soy fría, que estoy jugando con el enemigo, con el que nos quitó a nuestra bebita ¡Pero no es así! ¡Sé que tú me crees! ¿No es así, Derek?

― ¿Cómo no voy a creerte? –Dijo, tomándola de las mejillas, ayudándola a quitarse las lágrimas – Sabes que siempre estaré aquí para ti, porque te creo, porque sé que eres la mujer más amorosa y sensible que he conocido en mi vida, y eres la mejor madre, te lo garantizo.

― ¿Lo soy? –Hizo una pausa - ¿Qué clase de madre permitiría que su hija se le escape así? ¡Yo no soy Brigitte! –Exclamó, y El Almirante volvió a abrazarla para que calle. Ya había confesado su peor miedo: ser su madre, Brigitte Levigne. Pero, no lo era, sabía que no lo era, se aseguró, crió a sus hijos con amor y estuvo ahí para ellos, no como Brigitte. Y aún así, la vida la castigaba de ésa forma -. No la veré graduarse –Se lamentó -, no la aconsejaré cuando tenga su primer novio o cuando deba ir a una fiesta…, no podré verla en su primer empleo…, ni si llega a casarse…

― Lo harás ¿Sabes por qué? Porque tienes un hijo que se asegurará de que lo veas. Tobías dice que buscará archivos ¿No es así? –Helena, asintió – Entonces no tendrás de qué preocuparte, veremos qué vida ha tenido Sonia, sé que no será lo mismo, pero por lo menos sabrás que es feliz esté donde esté.

― La necesito, Derek…, la quiero conmigo, aunque sea…, dios –Masculló, en un intento por recuperarse -, si tuviera la posibilidad de verla una vez ¡UNA vez! Te juro…

― No puedes hacerlo, sería muy riesgoso, podrías quedarte estancada en ése lugar ¿Y entonces qué haremos? ¿Qué haré yo?... ¿Qué hará Kurt? –Agregó de mala gana – Tienes un hijo que te necesita y un esposo que te quiere, y un amigo que no permitirá que nos dejes –Le advierte, y ella, poco a poco, logra estar calmada.

― ¿Qué puedo hacer?

Reinó el silencio por unos minutos, hasta que Helena confesó una cosa más:

― Kurt piensa en meterme en un loquero.

― ¿Cómo dices? –Demandó, indignado - ¿Lo escuchaste decir eso?

― No, pero lo sé, conozco su mirada…, él sólo dice que me cree porque sabe que podría alterarme. Anoche, necesité un abrazo, necesité que él estuviera para mí… y sólo se giró –Las lágrimas volvieron a brotar -, siento que ya no me quiere, él me habla de amor, de que lo entiende, pero sus ojos dicen lo contrario, cree que estoy loca…, cree que tuve que ver en todo esto ¡Debe pensar que la hice desaparecer! ¡Que fue todo obra mía!

­― Lena…

― ¡Y tiene razón! Porque si yo no hubiera cruzado ése portal ¡Si no hubiera sido tan estúpida…! ¡Ay! –Se tomó la sien y debió sentarse, una punzada la desestabilizaba, otra vez.

― Tranquila, te traeré agua.

― No, no –Dice, tomándolo del brazo, en un tono suave -, maldita sea…, han vuelto, los dolores de cabeza… ¿Sabes? No puedo permitirme ni un ataque de nervios, es como si mi sistema repeliera eso. Ataca mis malos pensamientos.

― ¿La medicación hace eso? –Pregunta, en referencia a aquella medicina que realizaban en el laboratorio de la empresa Raff, ésa que aseguraban sería la cura de todos los males.

― No estoy segura, quizás suceda porque dejé de tomarla…, Kurt insistió, y a mí me sabía amarga, así que no fue una decisión tan difícil.

― ¿Y qué pasaría si vuelves a tomarla?

― No quiero arriesgarme, además, tú mismo lo dijiste, me necesitan aquí. No sé si la fórmula tendrá contraindicaciones, mi madre nunca quiso darme información, y cuando mi padre se mostró abierto a esclarecer todas mis dudas, murió –Negó con la cabeza -. Descuida, ya se me pasará, sólo dura unos segundos y el yoga puede curarlo.

La escena de una Helena más joven, en un momento de meditación, invadió la mente de El Almirante, no iba a permitirse imaginarla en una situación de yoga…, demasiado tarde, ya la imaginaba en ésa situación, y se reprochaba no haberla reclamado antes, pero sí lo hizo ¿No es así? Se preguntó a sí mismo. La había visto, le gustó, todo parecía ir bien… hasta que Kurt se entrometió, él y su idiotez conmovieron el corazón herido de Helena, que sólo quería reír, pero ahora era una mujer adulta, ya debía de estar harta de ésa actitud despreocupada y alegre, seguro buscaba un hombre con todas las letras, y El Almirante iba a cumplir ese rol, ése que debía haber sido suyo desde un primer momento.

2

Ante la ausencia de El Almirante, en la empresa, se vivía un clima de libre albedrío, por lo tanto, allí estaba Melinda Raff, dispuesta a controlar cualquier situación, tal como siempre había deseado. El tiempo le dio el poder, de una manera que ella jamás imaginaba, pero allí estaba, pavoneándose por los pasillos, saboreando cada saludo, inclinación y elogio, hasta llegar a su oficina, ésa que le había pertenecido a su superior, un tiempo atrás. Afuera no lo sabían, por fuera daba Melinda, pero por dentro era Abigail, se sentía Abigail, y hablaba Abigail, nunca habló Melinda…, por algo nunca se dedicó a la actuación, eso de tener una doble vida le era difícil, no era como Jacob, él sí tuvo todo bajo control hasta su abrupto final.




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