Psicosis

Caso 9. A veces un adiós es bueno (Primera parte)

— PARTE I —

Día 1

Samantha Friston.

Entre las calles que tempranamente se vuelven el vaivén de muchos autos madrugadores, se encerraba el fraccionamiento de Los Larios. Una pequeña y considerada hilera de casas ejemplares, de dinero y elegancia. Los “pueblerinos”, y pongo entre comillas aquel nombre porque «Manantos» no es un pueblo ni una ciudad, se halla en el punto medio de tener casas urbanas como rurales. Pero el contexto del lugar no es lo que nos interesa. Dentro de Los Larios se encuentran cinco casas, las cuales, mi querido lector, tiene que recordar muy bien.

Vayamos exactamente a lo que sucedió aquel día, el momento exacto en donde la cadena de tragedias fue armada y arrojada para que manos ajenas a lo que pasaría la sujetaran en un intento desesperado por salvar sus vidas. Los dedos señalaban a la distancia. Del segundo piso de «Doll´s House», un centro comercial exclusivo de vestidos de novia, la silueta de una mujer caminaba hacia la orilla. Las personas que lo presenciaban estaban seguras de lo que pasaría; no por instinto, sino porque esta era la tercera vez que sucedía.

Los oficiales y la ambulancia llegaron veloces. Una de las oficiales femeninas corrió por las escaleras de emergencia hasta llegar a la terraza y encontrarse con la joven. Intentó hablarle, pero otra vez estaba siendo inútil.

—¡Escucha! —le gritó— No tienes por qué hacer esto. Dame tu mano, nosotros te podemos ayudar. ¡Señorita!

Pero la joven seguía viendo al vacío. Llevaba puesto un vestido azul que le llegaba a las rodillas. Nada vulgar, bonito, sin manga, suave, sencillo, combinación adecuada para su edad, sin embargo lo que hacía aterrador a ese vestido era que, en la parte donde sus glúteos levantaban la tela, había una enorme mancha de sangre. Sus brazos estaban lastimados con cortes y quemaduras. Su traje estaba sucio, seguramente por el lugar en donde estuvo secuestrada desde el día de su desaparición. Tenía los ojos irritados de tanto llorar, los labios rotos y una espantosa sensación de acabar con todo.

—Deme su mano por favor. No haga esto —la oficial seguía insistiendo.

—Él viene, él… —los ojos de la joven comenzaron a llorar— No puedo, nada va a parar.

—Escúchame. Tienes que regresar y decirnos quien te ha hecho esto. Ayúdanos a detenerlo y que más jovencitas como tú no sigan muriendo. Te lo pido. Dame tu mano.

—No puedo… esto nunca a va aparar. Él tiene razón… el mundo no vale nada.

—Eso no es cierto. Eres apenas una niña. El mundo es maravilloso como para apagarlo tú misma.

—El mundo no lo es, y yo ya estoy podrida —para entonces, el rostro de la linda muchachita se giró a la oficial que le hablaba, sin embargo al regresar la vista a la multitud de personas que presenciaban horrorizados, ella vio algo que la inquietó.

Se llevó las manos a la cara arañando sus mejillas, gritó y al final se aventó.

—¡No, no! —para cuando la oficial llegó a la orilla, ya no era tiempo. Al fondo se veía el cuerpo de la joven de dieciséis años entre un charco de sangre.

—Una más —susurró triste y sin poder creerlo.

8:15 P.M.

—Chiquita, tenías una vida por delante —comentó la forense Nancy Peyton mientras revisaba el cuerpo de Keitzy Bolton.

—Igual que las demás —regresó el comentario la oficial Samantha Friston, la misma mujer que intentó detener el suicidio de la joven Keitzy.

—Sam —le habló Nancy—, he estado buscando en todo el cuerpo y lo que realmente orilló, o más bien, mató a esta niña, como bien te lo dije en el primer caso y el segundo, seguramente fue todo lo que escuchó durante su cautiverio. Sí, el cuerpo presenta señales de tortura “leve”, por así decirlo.

—Si esa es tortura leve, no quiero imaginar la fuerte.

—Cuando digo “leve” me refiero a una tortura física que no es tan fuerte como para quitarle la vida a un ser. Le quemaron el cuerpo con alambre de voltio, la atacaron sexualmente y fue con un objeto —la forense levantó una de las manos del cadáver—, la mantuvieron esposada, pero al final lo que convenció a esta chica de matarse, muy posiblemente fueron las palabras de su asesino.

—¿Está bien que uses el término “asesino”?

—Por supuesto que sí, Sami. Si alguien te ínsita a terminar con tu propia vida, a pesar de que seas tú quien te la quites, se convierte en un asesinato. Deberías repasar esos libros.

—Tienes razón Nancy. Aun no manejo muy bien esos términos.

—En ese caso, no me lo tomes a mal, pero no te metas de lleno a esta investigación. No saben con qué “loco” están lidiando.

—Lo sé, pero quiero hacer algo por esas muchachas. Quiero saber quién hizo esto. Y desde que te conozco te he dicho lo mucho que me intriga la mente de las personas, por eso mismo quiero saber qué fue lo que pasó.

—Entonces no te despegues de Richard. De él puedes aprender muchas cosas.

—Richard es un gruñón, me correría a la primera que me vea cerca de él.

—El hombre tiene cincuenta y seis años, es normal su malhumor, pero por esos mismos años, su cerebro está plagado de información que tú podrías heredar. Sigue mi consejo Samantha, acércate a Richard y aprende de él.




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