Día 1
Samantha Friston.
Ciudad de Manantos.
Entre las calles que tempranamente se vuelven el vaivén de muchos autos madrugadores, se encuentra el fraccionamiento de Los Larios. Una pequeña y considerada hilera de casas ejemplares, de dinero y elegancia. Dentro de Los Larios se encuentran cinco casas, las cuales, mi querido lector, tienes que recordar muy bien.
Vayamos exactamente a lo que sucedió aquel día, el momento exacto en el que la cadena de tragedias fue armada y arrojada para que, manos ajenas a lo que pasaría, la sujetaran en un intento desesperado por salvar las vidas de las afectadas. Los dedos señalaban a la distancia. Del segundo piso de Doll´s House, un centro comercial exclusivo de vestidos para novia, la silueta de una mujer caminaba hacia la orilla del precipicio. Las personas que lo presenciaban estaban seguras de lo que pasaría; no por instinto, sino porque esta era la tercera vez que sucedía.
La policía y las ambulancias llegaron veloces. Una de las oficiales de nuevo ingreso corrió por las escaleras de emergencia hasta llegar a la terraza y poder encontrarse con la joven. Intentó hablarle, pero otra vez sus esfuerzos estaban siendo inútiles.
—¡Escucha! —le gritó— No tienes por qué hacer esto. Dame tu mano, por favor, nosotros te podemos ayudar.
Pero la joven seguía viendo al vacío. Llevaba puesto un vestidito color azul que le llegaba a las rodillas, bonito, sin manga, suave y sencillo; una combinación adecuada para su edad. Pero lo que de verdad hacía aterrador a ese vestido era que, en la parte trasera, allí donde la tela abrazaba sus glúteos, había una enorme mancha de sangre seca. Sus brazos estaban lastimados con cortes y quemaduras; su traje estaba sucio, seguramente por el lugar en donde estuvo secuestrada desde el día de su desaparición. Tenía los ojos irritados de tanto llorar, los labios rotos y una espantosa desesperación por acabar con todo.
—Dame tu mano, por favor. De verdad, no quieres hacer esto —la oficial seguía insistiendo.
—Él viene… Él… —los ojos de la joven comenzaron a llenarse de lágrimas— No puedo, nada va a detenerse.
—Escúchame; tienes que regresar y decirnos quién te ha hecho esto para poder detenerlo. Ayúdanos a ponerlo tras las rejas y evitar que más jovencitas sigan muriendo. Te lo pido, dame tu mano, por favor.
—No puedo… esto nunca va a parar. Él tiene razón, el mundo es un asco, es horrible… muy horrible.
—Eso no es cierto. No sé quién te ha hecho creer eso, pero es completamente mentira. El mundo es tan maravilloso como tú quieres que sea, tu vida es maravillosa y no es justo que las palabras de un extraño te hagan querer apagarla. Te prometo que si me das tu mano y bajamos de este sitio, me aseguraré de que tu mundo siga brillando tanto como tú.
—Mientes… Yo ya no puedo salvarme, ¡estoy podrida! —pero entonces sus ojos se abrieron como platos. Allá, entre la multitud de personas que la observaban horrorizados, se encontró con algo que la inquietó.
La joven se llevó las manos a la cara, se arañó la piel y finalmente se aventó.
—¡NO! ¡NO! —la oficial intentó correr, pero cuando llegó a la orilla ya no era tiempo. Al fondo, el cuerpo de la joven de dieciséis años se hallaba destrozado en medio de un charco de sangre.
—Una más —Samantha susurró, triste y sin poder creerlo.
***
—Pequeña, tenías toda una vida por delante —comentó la forense Nancy Peyton mientras cubría con una manta blanca el cuerpo de Keitzy Bolton.
Después de que los peritos pudieran hacer el levantamiento del cuerpo, lo enviaron a la morgue municipal para realizar la autopsia correspondiente.
—Igual que las demás —respondió la oficial Samantha Friston, la misma mujer que intentó detener el suicidio de la joven—. ¿Hay algo que me puedas decir?
Nancy terminó de guardar los documentos dentro de una carpeta. Sus ojos cuarentones delataban su agotamiento.
—Los resultados de las muestras nos llegarán en un par de semanas. Por otro lado, solo puedo repetirte lo que ya te había mencionado en los dos casos anteriores: lo que orilló a esta joven para terminar con su vida, aparte de todas las atrocidades que le causaron en el cuerpo, seguramente fue todo lo que escuchó durante su cautiverio.
»Superficialmente pude encontrar señales de tortura. Le quemaron la piel con electricidad, la mantuvieron muchos días sin probar alimento ni ingerir ningún líquido, le sujetaron las manos con una cuerda y aparte la atacaron sexualmente con un objeto. Encontré, alojados en su cavidad rectal, restos de lo que a mi parecer eran residuos de madera. Pero necesito que el laboratorio me confirme esto último.
—¿Madera? ¿Qué clase de monstruo la atacó?
—El peor de los asesinos, seguramente.
Samantha miró a la forense.
—¿Está bien que utilicemos el término asesino? La prensa lo catalogó como un suicidio al final de cuentas.
—Por supuesto que es un asesino. Si alguien te incita a terminar con tu propia vida, a pesar de que seas tú quien ejecute el acto, se convierte en un asesinato. Deberías repasar esos libros si piensas permanecer en este caso, Samantha.
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Editado: 11.11.2024