Día 8
Mortiz Sanders.
Si mantenemos un amplio panorama de la escena, podremos ver un escenario un tanto peculiar. Cosas rotas por todos lados, vidrios rotos, pequeñas manchas de sangre en el piso y las paredes casi abolladas. En el fondo, sentado sobre una silla, se hallaba un hombre joven, de aspecto simpático, cabello negro y piel blanca. A simple vista parecía que lloraba: tenía el rostro escondido entre sus propias manos mientras sufría espasmos causados por sus aparentes lamentos, pero en realidad solo se estaba riendo. De un momento a otro levantó la cara, dejó salir un suspiro como si estuviera fumando y encaró al vacío.
—No ganaron —dijo con voz áspera y volvió a sonreír—. Lo único que hicieron fue prolongar su tiempo.
Al principio las cosas parecieron ir bien, e incluso se pensó que ya no habría problemas de ningún tipo. Pensaron que habían logrado detener a Trixie antes de morir, no obstante y desgracia para muchos, aquello no impidió el pensamiento de volverlo a intentar. Esta vez la jovencita no subiría a los techos de ninguna tienda para que frustraran su intento de terminar con su vida, sino que lo intentaría ahí mismo, entre enfermeras que visitaban su habitación cada media hora, doctores que la revisaban y sus padres que aparentemente cuidaban de ella.
Cuando su madre volvió a la habitación, la bandeja de café que cargaba en las manos cayó al suelo seguido de un vibrante grito de horror y desaliento. Trixie se había ahorcado con los cables del soporte para suero. Sus manos colgaban muertas a sus costados y en su expresión descansaba el final de su tormento.
***
Ya había oscurecido. Samantha Friston y Richard Harris se miraban el uno al otro, ya habían recibido la noticia de la muerte de Trixie y seguían sin poder creer que, a pesar de todo lo que habían hecho para salvarle la vida, Trixie optara por intentarlo de nuevo, y esta vez lo consiguiera.
—Vaya a descansar, señorita F. —dijo el agente mientras recostaba su espalda contra el asiento— Mañana seguiremos con la investigación.
—¿Y usted me cree tonta? Me voy a casa, y usted, señor R. seguirá con el caso pero sin mi presencia.
Richard sintió el deseo de sonreír. Por primera vez, el agotamiento le estaba afectando tanto que le pareció gracioso el acertado comentario.
—No deja nada, ni una sola pista —comentó la oficial.
—No siempre la respuesta va a estar en algo físico, a veces tienes que aprender a ver más allá de la misma víctima y de su entorno.
Las horas pasaron. El agente revisaba, anotaba y pinchaba sobre su pizarra de goma todos los detalles referentes a los casos y a esto último ocurrido con Trixie Moore. Que un asesino andaba suelto y peligrosamente caminaba entre la sociedad, lo había, sin embargo, su manera de matar era diferente, arriesgada, prolífica y malditamente ingeniosa. Tan perfecta que ninguna de las víctimas había sobrevivido para contar lo que realmente habían visto o escuchado.
Se trataba de un hombre con una enorme confianza en sí mismo, tanto que destrozaba la mente de sus víctimas y luego, todavía con vida, las dejaba salir únicamente para que cometieran el final que él les encomendaba.
En la vieja libreta del agente Harris se podía leer lo siguiente:
Víctima 1: Matilde Jinesta. 15 años.
Víctima 2: Manzel Renns, 16 años.
Víctima 3: Keitzy Bolton, 16 años.
Víctima 4: Trixie Moore, 16 años.
Todas son habitantes de Los Larios.
La noche se adentró en un espeso banco de neblina. Samantha cogió su taza de café y salió. El viento gélido le adormeció las mejillas y le dejó una molesta irritación en la nariz, pero ahí estaba ella, recordando lo que había visto en la libreta de su superior y pensando qué tendrían que tener los Larios para que el ignoto se sintiese atraído por las jóvenes de sus residencias.
La oficial siguió dándole largos tragos a su café sin saber que, a solo pocos metros de ella, un hombre la observaba con una radiante sonrisa que le cortaba el rostro. Al otro lado de la calle y oculto por unos espesos arbustos, Mortiz Sanders detonaba una expresión de burla y perversa intención.
Richard Harris tuvo razón cuando dijo que el asesino había presenciado los suicidios, ya que Mortiz vio cuando Harris corrió y tomó entre sus brazos a Trixie Moore. Pero así mismo, también vio a Samantha Friston acompañándolo en una misión que parecía imposible.
—Samantha —sus labios acariciaron la palabra.
Día 12
La poca lluvia que había caído la noche anterior, había sido suficiente para dejar empapadas las calles y los techos de las casas. Samantha Friston vivía sola, ya que después de jubilarse, sus padres habían optado por mudarse a un lugar más tranquilo y rural. La única compañía de la oficial era un esponjoso y rechoncho gato amarillo que siempre dormía acurrucado en su espalda.
Cuando los primeros rayos de luz entraron por la ventana y la alarma comenzó a sonar, Samantha estaba lista para retomar el día. Con los ojos todavía adormilados, se inclinó en la cama, miró a su compañero de vida y, luego de frotarle el lomo, caminó al guardarropa para coger su uniforme.
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Editado: 11.11.2024