Día 1
Maclovia Gales.
Paul Keaton llegó al pueblo hace un par de semanas atrás, sin embargo, parecía ser que el hombre ya se había visitado todos y cada uno de los bares y centros nocturnos construidos en el pequeño pueblo. A Paul le gustaba divertirse, pasarla bien y tener noches de acción sexual con cualquier mujer que se cruzara en su camino. Pero, y dadas las circunstancias del hola y el adiós, hay que recalcar la franqueza con la que el sujeto hablaba a la hora de realizar sus conquistas. Nunca engañaba, nunca prometía, y lo más importante, nunca aseguraba amor cuando en realidad no lo sentía.
Pasado un tiempo, Paul comenzó a cansarse del pequeño pueblo y su limitado estilo de vida. Los centros y bares eran pocos, tanto que muy pronto su interés por ellos fue quedando en el olvido y pensaba que cambiar de lugar le vendría bien, hasta que una mañana de domingo, y alimentado por el interés de un anuncio de periódico, el hombre se adentró en la lectura de dicha promoción. El nombre Kitty Kitty resaltaba en letras grandes, acaparando casi todo el espacio de la página negruzca. Las reseñas impuestas por personas que lo habían visitado eran buenas, la selección de bebidas también lo era, y sin más qué pensar o preguntar, Paul se propuso visitar el bar esa misma noche.
—¿Por qué no me habías hablado de este sitio? —le preguntó a su compañero; un lugareño que pronto se había convertido en su amigo y con el que había visitado los diferentes centros.
—¿Qué sitio? Ah, ese sitio —contestó—. No pensé que fuera importante o relevante para ti.
—¿Bromeas? —Paul regresó su atención al anuncio— Tiene muy buenas reseñas. Quiero ir.
—Eh… Tal vez no nos dejen entrar. El lugar es muy reservado en cuanto a quien lo visita, y prefiero no recibir un desplante.
—Oxten, soy Paul Keaton. Todavía no ha nacido la persona que me pueda dar un no por respuesta. ¿Entiendes?
Su compañero enarcó las cejas. La simple idea de acercarse al bar no le agradaba en lo absoluto, sin embargo, existía la posibilidad de que todos los rumores que circulaban alrededor de su anfitriona fueran falsos.
Oxten no dijo nada y esperó hasta que el oscuro azulado de la noche cubrió el cielo. Las letras de Kitty Kitty brillaban en lo alto de la marquesina. No era una cantina para señores, ni un centro exclusivo para jóvenes adultos, y es que en realidad, Kitty Kitty era más que eso; desde bebidas y taberneros sonrientes, hasta un prostíbulo de mujeres bellas y risueñas que siempre parecían estar de buen humor. Sin duda alguna, los ojos de Paul quedaron asombrados, inclusive antes de entrar y entablar diálogo con sus trabajadores. Lamentablemente y como bien Oxten ya se lo había comentado, el cadenero le negó el acceso.
—¿Tienes idea de quién soy? —gruñó el hombre empujando con ambas manos al guardia de seguridad, el cual permaneció firme como piedra.
—Nunca te he visto por estos lugares.
—Quita esa maldita cadena, o te juro que te arrepentirás.
—Inténtalo.
Adentro del recinto el ambiente ya había alcanzado su punto. Todos bailaban y parecían ser ajenos al enfrentamiento que sucedía en la entrada, sin embargo, los tacones de una mujer caminaban presurosos y se dirigían a la oficina central.
—Maco, creo que hay problemas afuera.
—¿Problemas de qué tipo? —la mujer que se hallaba detrás del escritorio habló con voz calmada pero firme mientras dejaba sobre el cenicero su cigarrillo.
—Afuera hay un sujeto que exige entrar, pero Yugo no se lo permite.
La mujer pensó en su portero más antiguo y convino en que su comportamiento era extraño. Para que Yugo le negase la entrada al bar, algo realmente malo debía haber visto.
—Vamos, quiero verlos.
Su nombre era Maclovia Gales, era una mujer imponente en cuanto a belleza, inteligencia, empoderamiento y personalidad. Era alta, tenía una figura bastante delgada, su cabello lacio le llegaba a los hombros y sus ojos eran aterradoramente mordaces: negros como la noche misma, y amenazadores como el silencioso aliento de la muerte.
Cuando Maclovia llegó al cuarto desde donde se monitoreaba todo el bar y sus entradas, pudo ver más detalladamente al hombre alto, fornido, rubio y apuesto que gruñía y exigía ser admitido.
—Margaret —Maco se giró hacia la mujer que le había indicado el conflicto—, dile a Yugo que lo deje entrar.
—¿Que entre? ¿Estás segura?
—Margaret —Maclovia volvió a repetir—, dile que lo deje entrar.
***
—Te lo dije, Oxten, bastaban un par de órdenes mías para que nos dejaran entrar —Paul y Oxten se dirigieron hacia la barra de bebidas—. Quita esa cara, colega, vamos a pasarla bien.
—Me da mala espina que al final sí nos hayan permitido la entrada.
—¿De verdad? ¿No confías en mí y mi maravilloso poder de persuasión?
—Iré al sanitario, regreso enseguida —y sin más, Oxten se alejó.
Paul ocupó uno de los banquillos de la barra, se pidió una bebida y tamborileó con sus dedos largos el mármol; cuando de pronto, la silueta delgada de una hermosa mujer se sentó a su lado. No tardó mucho para que la atención del hombre se desviara completamente hacia ella.
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Editado: 11.11.2024