Psicosis

Caso 12. MADNESS

Día 1

Heinrich Latifar no era precisamente el tipo de chico que se mantuviera quieto en un sólo lugar. El hombre de aproximadamente veintisiete años, al igual que su novia Shalom Gracy, le encantaba subir a su propio auto y conducir durante horas y horas en carreteras desérticas, extensos campos y montes olvidados; detenerse a orillas de la misma para ver el atardecer juntos, besarse y tener sexo dentro del auto o en los baños de una tienda de autoservicio. Heinrich era su nombre real, el que siempre había escuchado desde que su memoria lo recuerda, sin embargo, a Shalom le gustaba llamarlo de diferente manera. Para ella siempre había sido: «Madness», pues según ella, cada vez que tenía la oportunidad de verle a los ojos, éstos destellaban con un brillo de locura y perversidad que a la misma vez producían un increíble deseo de posesión y placer genuino.

Madness era alto, pelirrojo y con un sinfín de pecas y lunares que iban desde su cuello hasta cruzar de mejilla a mejilla y resaltar en su nariz. Por el contrario, Heinrich podía describir a Shalom como castaña, de piel liza y altura que si bien le faltaba pocos centímetros para alcanzar a la suya, su cuerpo se encargaba de imponer esa presencia atemorizante y sensual.

Para él, ella era perfecta y, lógicamente, él para ella también.

En su mente había sonidos de canciones, risas y besos que durarían el resto de su vida. Le gustaba mirar el cielo con aires de felicidad, encerrarse en su propia burbuja en la que sólo había lugar para él y su apreciada novia Shalom.

—Madness —dijo ella consiguiendo atraer su atención— ¿Qué dices si lo hacemos?

Madness había manejado hasta los límites de las montañas de Carolina del Norte, en Estados Unidos. Por aceptación de ambos, se habían detenido a las afueras de la ciudad de Greensboro para mirar el fuego consumir el aire de la noche. Cuando la pregunta de Shalom rompió con el agrio sonido de la nada, él se hallaba sujetando con dureza una placa de metal que modelaba con ayuda del fuego.

—¿Otra vez y tan pronto? —preguntó sin apartar la mirada de lo que reparaba.

—¿Qué tiene de malo?

—Nada, pero… Apenas lo hicimos. ¿Estás segura de que quieres hacerlo otra vez?

—Las papas se me han terminado —aminoró ella en un gesto extrañamente infantil mientras le mostraba la bolsa vacía de papas fritas—. Te prometo que esta vez será rápido.

El chico la miró, volvió al objeto que seguía en sus manos y sonrió.

—De acuerdo. Mañana llegaremos a Burlington y haremos lo que me pides. Sirve que también pruebo mi nuevo juguete.

Y aquí está la explicación de lo verdaderamente aterrador. Desde hace meses, la policía de toda Carolina del Norte buscaba al asesino que ellos nombraron como: «Acrónimo de carretera» o «El asesino del acrónimo».

Y se preguntaran querida audiencia, ¿por qué le llamaban así? Desde hace cuatro meses comenzó a surgir un seriado de asesinatos, todos se habían registrado en la misma ruta, y que para variar, cruzaba entre pueblos y ciudades. Los lugares en donde habían sucedido los crímenes no eran relativamente grandes o conocidos, todo lo contrario, apenas y se les nombraba, sin embargo los delitos no fueron en los centros o corazones de la ciudad, sino en las afueras. Para ser más precisos, en las tiendas de autoservicio donde la mayor parte del tiempo todo estaba vacío y en silencio.

Los registros que la policía investigaba eran atroces. Daba repulsión sólo el escuchar hablar de ellos o mirar las evidencias. Siempre lo mismo, siempre la misma forma de muerte, siempre la misma firma. El primer asesinato que la policía registró fue el de Paulinne Roberts, una mujer de cincuenta y siete años que trabajaba atendiendo la tienda de autoservicio de Wiston Salem. A la indefensa víctima se le golpeó hasta su muerte. Un bate forjado de madera resistente y brillante fue el causante de acabar con su vida. Luego su asesino se divirtió con su cuerpo, le ató los brazos y piernas, y al final, en la parte trasera del cuello, le grabó con una placa de metal caliente la palabra: Madness.

En el vidrio de la entrada escribieron con su propia sangre el significado, que según el atacante, le daba al acrónimo Madness:

M uerte

A salto

D inero

N ombres

E ncuentro

S angre

S alida

«Madness vive y está lleno de locura».

Día 2

Había amanecido, no era ni tan temprano ni tan tarde, el mediodía se acercaba y el coche se detuvo en el pequeño estacionamiento de la primera gasolinera de Burlington. Había algunos autos que llenaban tanques y una pareja de jóvenes que salían de la tienda de autoservicio. Desde el interior de su coche los ojos de Shalom procuraban comerse cada una de los detalles que los rodeaban.

—Ya estamos aquí —comentó Madness mientras se preparaba con las sogas, el bate y el arma de fuego que escondía en su cinturón.

—Espera, aun no podemos entrar. Hay muchas personas ahí dentro.

—Es porque normalmente jugamos por las noches y tardes, nunca por las mañanas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.