Psicosis

Caso 14. Orugas de invierno

Si ya leíste "Cenizas del Océano", tal vez esto se te haga conocido, y si ese no es el caso, no te preocupes, disfrútalo como si se tratase de un capítulo más.

Día 1

Tobías Coleman.

Francia. 1986.

Una Crianza Verde es lo que resulta verdaderamente fascinante cuando nos referimos a los gustos del buen Tobías Coleman. Hijo de padres inmigrantes: madre española y padre mexicano. Un estudiante de medicina que absorbe el conocimiento y se adueña de él. Este joven se había hecho del conocimiento adecuado para elaborar, a propia mano, una vitrina especializada de vidrio, temperatura estable, humedad y alimento controlado para una crianza segura de orugas. A Tobías le encantaba todo lo relacionado con estos animales especialmente particulares. Adoraba ver el proceso de metamorfosis que había en cada uno de ellos; desde la larva que se arrastra entre las hojas y ramas, hasta la crisálida que protege el proceso de transformación, y posteriormente, la mariposa en una formación única y perfecta.

La historia que encierra a la familia de este chico, es un tanto llamativa. Comenzaremos diciendo que su madre murió de tifus cuando él era apenas un niño de tres años, y su padre es quien ahora se encontrará a su cuidado. Ambos viven en la ciudad de Nantes, al oeste de Francia, en donde el hombre intenta darle todo para que su formación académica sea la mejor. Sin embargo, uno nunca sabe quién puede estar detrás de la formación de aquellos jóvenes estudiantes —quiero decir— nadie puede anticipar las sombras oscuras que guardan las mentes de algunos profesores, y eso precisamente ocurrió con el docente Adrien Cohelo.

De un tiempo a la fecha y durante las clases de Embriología, Tobías y Adrien se volvieron casi una misma mente. El interés que el joven demostraba cuando el hombre al frente suyo comenzaba a explicar cientos de cosas que podrían revolver completamente su mundo, era abismal. Durante largas horas, los ojos del joven brillaban admirablemente. En general: lo que Adrien significaba para Tobías, era nada más que un saber concreto e infinito.

El timbre de salida sonaba, muchos recogían sus libros y apuntes de las mesas cuando el joven Coleman sintió un par de dedos fríos que le tocaban el brazo, justo por encima del abrigo.

—Profesor —el chico sonrió con respeto.

—¿Qué le pareció la clase de hoy, joven Coleman?

—Asombrosa, cualquier cosa que venga de usted siempre será motivo de asombrarme.

—Me alaga el hecho de que piense así de mí, puesto que sé que en una mente tan maravillosa como es la suya, joven Tobías, no habrá espacio para la exacerbación monumental que podría causarle mi siguiente comentario.

—¿A qué se refiere, profesor?

—Tengo en mente unos planes impresionantes y quiero que usted sea mi primer pupilo en conocerlos. ¿Me aceptaría un trago de caballeros esta tarde en mi pieza?

—Por supuesto profesor, cuente con mi asistencia.

6:45 P.M.

Por la tarde, Tobías Coleman bajaba del transporte público. El cielo comenzaba a oscurecerse, pronto la nieve comenzaría a caer congelando sus calles y avenidas. Una vez recibido por la empleada doméstica dentro de la casa, aguardó a tener el tan esperado encuentro con el profesor, y luego de instantes, el joven estudiante por fin lo vio aparecer al borde de las escaleras.

—Me alegra verle por aquí.

—El gusto es mío, profesor. Me siento afortunado de poder visitarle.

—Está en lo correcto, y más afortunado se sentirá luego de que le explique mi futura revolución a la ciencia. Vamos que las bebidas nos esperan.

El vapor de la tetera se alzaba en la pieza y calentaba las mejillas de quien lo recibía.

—Y bien joven pupilo, aparte de estudiar, ¿qué otra cosa le gusta hacer?

Tobías tomó la taza con ambas manos, el frío le lastimaba los pulmones pero la alegría se vio reflejada en el rostro al sentir un interés genuino por parte de su profesor.

—Me gusta criar orugas.

—¿Orugas? ¿Y en qué las cría?

—En una vitrina que yo mismo armé.

—¿Qué hace después de que han evolucionado? Digo, porque algunos las disecan y las venden a coleccionistas o las convierten en postales.

—No, nada de eso. Sólo… las liberó en mi pequeño jardín.

—Sorprendente, ¿y qué pasa si son criadas en invierno?

—Bueno, eso es un tanto más difícil, pero no imposible. La temperatura tiene que subir para evitar que éstas parezcan.

—Orugas de invierno, eso sí que suena interesante. ¿Alguna vez ha pensado en nombrar su vitrina de crianza?

—No, la verdad jamás me ha pasado esa idea por la cabeza.

—Deberías. Lo que tú has hecho es verdaderamente inteligente, tanto que debe ser bautizado por el mismo maestro creador.

—Gracias profesor.

—Oh no, gracias a ti. Pero vamos, ya no hablemos de otros temas y escúchame atentamente.

El joven dejó de lado la taza y se acercó lo más respetuosamente al hombre.




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