Tobías Coleman.
Francia, 1986.
Una Crianza Verde es lo que resulta verdaderamente fascinante cuando nos referimos a los gustos del buen Tobías Coleman. Hijo de padres inmigrantes: madre española y padre mexicano, es un estudiante de medicina que absorbe el conocimiento y que se adueña de él. Este joven se había hecho de la sabiduría adecuada para elaborar, a propia mano, una vitrina especializada de vidrio con temperatura ajustable, humedad y alimento controlado para una crianza segura de orugas. A Tobías Coleman le encantaba todo lo relacionado con estos animales atractivamente particulares. Adoraba ver el proceso de metamorfosis que había en cada uno de ellos; desde la larva que se arrastra entre las hojas y ramas, hasta la crisálida que protege el proceso de transformación y después da paso al renacimiento de una seráfica mariposa de ejemplar único y perfecto.
La historia que encierra a la familia de este chico es un tanto llamativa, ya que su madre murió de tifus cuando él era apenas un niño de tres años y es ahora su padre quien actualmente se hace cargo de él. Ambos viven en la ciudad de Nantes, al oeste de Francia, en donde el hombre intenta darle todo para que su formación académica sea la mejor. Sin embargo, uno nunca sabe quién se encuentra detrás de la instrucción de aquellos jóvenes estudiantes. Nadie puede anticipar los recovecos oscuros que en algunas ocasiones suelen guardar las mentes de algunos instructores. Y eso es precisamente lo que ocurrió con el docente Adrien Cohelo.
De un tiempo a la fecha, y durante las clases de Embriología, Tobías y Adrien se convirtieron en una misma mente. El interés que el joven demostraba cuando el docente comenzaba a explayarse, era simplemente abismal y llamativo, pues durante las dos horas que duraba la materia, los ojos del joven brillaban admirándole y reconociendo su vasto conocimiento.
Una mañana de lunes, y mientras todos los estudiantes se apresuraban a guardar sus libros y apuntes en sus maletines, Coleman sintió un par de dedos fríos que le tocaban el brazo, justo por encima del abrigo.
—Profesor —el chico se levantó por respeto.
—¿Qué le pareció la clase de hoy, joven Coleman?
—Asombrosa, cualquier cosa que venga de usted siempre será motivo de asombrarme.
—Me halaga su reconocimiento.
—No he dicho más que la verdad. De hecho, podría decir con certeza que, entre todos mis autores y filósofos favoritos, es usted quien los precede.
El hombre le sonrió.
—Aprovecho esta apropiación de su tiempo para poner a su conocimiento mis siguientes palabras, pues sé que una mente tan maravillosa como la suya, no tendrá espacio para la exacerbación monumental que podría causarle mi siguiente comentario.
—¿A qué se refiere, profesor?
—Tengo en mente unos planes impresionantes y quiero que usted sea mi primer pupilo en conocerlos. ¿Me aceptaría un trago de caballeros esta tarde en mi pieza?
—Por supuesto, cuente con mi asistencia.
6:45 P.M.
Por la tarde, y cuando Tobías Coleman bajó del transporte público, el cielo comenzaba a oscurecerse anunciando que la nieve pronto congelaría las calles y avenidas. Todo esto por supuesto no parecía turbarle, pues las palabras misteriosas de su maestro seguían martilladas en su cabeza como algo que debía resolverse pronto.
Al llegar, una de las empleadas lo condujo al saloncito principal y sirvió un poco de té. A los pocos segundos, su profesor arribó con una enorme sonrisa de felicidad en el rostro.
—Me alegra verle por aquí.
—El gusto es mío, profesor. Me siento afortunado de poder visitarle.
—Y más afortunado se sentirá luego de que le explique mi futura revolución a la ciencia. Vamos que las bebidas nos esperan.
El vapor de la tetera se alzó en la pieza y calentó las mejillas de quien lo recibía.
—Y bien, joven pupilo, aparte de estudiar y tener buenas calificaciones, ¿qué otra cosa le gusta hacer?
Tobías tomó la taza con ambas manos.
—Bueno, quizá mi pasatiempo suene un poco atípico, pero me gusta criar orugas.
—¿Orugas? —el hombre sonrió maravillado— ¿Y en qué las cría?
—En una vitrina que yo mismo fabriqué.
—¿Qué hace después de que han evolucionado? Digo, porque algunos prefieren disecarlas y después venderlas a coleccionistas o fabricantes de postales.
—No, nada de eso, profesor. Solo… las libero en mi pequeño jardín.
—Sorprendente, ¿y qué pasa si son criadas en invierno?
—Bueno, eso es un tanto más difícil, pero no imposible. La temperatura de la vitrina se aumenta manualmente para evitar que estas perezcan.
—Orugas de invierno, eso sí que suena interesante. ¿Alguna vez ha pensado en nombrar su vitrina de crianza?
—No, la verdad jamás me ha pasado la idea por la cabeza.
—Deberías. Lo que tú has creado, y permíteme el atrevimiento de tutearte, es verdaderamente inteligente. Los autores bautizan sus obras, querido Tobías, lo tuyo no merece menos.
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Editado: 11.11.2024