Día 1
Miami, E.U.
Desde su sofá, sus ágiles dedos danzaban sobre el mando del videojuego, sus ojos estaban concentrados en la pantalla, y al otro lado del teléfono, su mejor amigo no dejaría de hablar hasta conseguir su atención.
—Esto no lo necesitamos mañana ni en un mes. Hoy, hermano, lo necesitamos hoy. Apuesto lo que quieras a que mi adorado cuerpo de atleta agradecerá infinitamente el estar rodeado de vientos nuevos, personas nuevas, comida nueva y ¡las chicas! Las preciosas mujeres que podríamos conocer —pero el silencio era más que evidente—. ¿Me estás escuchando, Will?
Al otro lado, el joven apagaba la consola y se sacaba los audífonos.
—No, no te estaba escuchando porque estaba en una importante partida, pero tu fastidiosa voz no me deja concentrar.
—¿Será prudente reírme? Llevo horas hablándote sobre este viaje, y sabes que planifiqué cada maldito segundo que vamos a pasar fuera.
—Lo sé, Chase, pero… —el joven suspiró, seguramente se pasaba la mano sobre el rostro— ¿En qué momento te pareció una buena idea llevarla a ella?
—Oye, no me culpes. Jamás me dijiste que estabas en desacuerdo con que Natalie nos acompañara.
—No necesito decírtelo, idiota. Y tampoco es que me moleste del todo.
—¿Entonces?
—Es difícil explicarlo, pero... No me siento cómodo. Mi relación con Nath terminó hace mucho tiempo y no pensé que algún día, gracias a la imprudencia de mi mejor amigo, ahora tendría que compartir no solo el hotel con ella, sino todo un viaje de una semana completa.
—Will; Natalie, tú y yo nos conocemos desde los seis años. Tampoco puedes pedirme de la nada que la excluya de todos nuestros planes. Yo no tengo la culpa de que las hormonas se les alteraran a los dos y vieran un amor en donde jamás existió ni debía existir. Ella fue nuestra amiga antes de todo, y eso no va a cambiar. Al menos no para mí.
—Lo lamento. No quiero arruinar las vacaciones por una estupidez que pasó hace tiempo.
—Ya no importa, y será mejor que muevas ese blanco trasero tuyo de esa silla y vengas a recogernos. Nuestro vuelo sale en tres horas y no quiero llegar tarde.
—Como siempre, tratando de ser el primero en todo.
—Son las últimas vacaciones que pasaremos juntos. Sabes que conseguir esa beca deportiva en la universidad no fue fácil, y cuando me vaya, quiero llevarme el mejor recuerdo de despedida.
Cuando los dos amigos se despidieron y colgaron el teléfono, Will terminó de cerrar su pesada maleta negra que normalmente utilizaba para viajar y cogió sus llaves. La casa estaba en silencio, en el techo ni los ventiladores daban vueltas; pero de pronto, su madre apareció frente a él.
—Una semana, ¿lo prometes?
—Una semana, mamá. Cinco días están contados en el itinerario de Chase, y sabes que adora el orden.
—Cuídate, cielo. Y no apagues el celular, no tomes, no fumes y...
—No hablaré con extraños. Lo tengo todo bien entendido, madre.
—Te quiero, Will.
El joven salió. Llevaba su maleta de llantas en una mano y en la otra jugaba con las llaves de su auto. Estaba listo para pasar a la primera de las casas que, para su desgracia, no hacía más que recordarle un viejo amor que se quedó estancado en el pasado.
Will suspiró, se armó de valor e hizo sonar el claxon hasta que Natalie apareció junto a su maleta.
—Hola —lo saludó apenas entró al auto.
—Hola —el chico esbozó la mejor de sus sonrisas.
—¿Y Chase? —junto a él, Natalie se acomodaba la falda de su vestido.
—Pasaré por él a su casa.
—Will —de pronto, los ojos de ambos se disputaron en un encuentro que se volvió tortuoso—, no quiero ser la sanguijuela que arruine estas vacaciones.
—No tienes por qué serlo.
—Hagamos un trato. Seamos los mismos amigos de siempre; sin pasado, sin recuerdos y sin acercamientos perversos.
—No pensaba hacer nada de lo que estás diciendo, Natalie, pero estoy de acuerdo contigo —encendió el auto y se puso en camino.
Bastaron unos insignificante segundos para que, extasiado por la idea de viajar fuera del país, Chase corriera hacia el auto que lo estaba esperando. El chico llevaba una playera de flores abotonada a medio pecho, lentes de sol y una gorra que en el frente rezaba: Soy un hijo de perra.
—Primer paso: el aeropuerto —dijo en cuanto estuvo dentro—. Segundo paso: llegar al hotel y alquilar un auto para movernos. Y después, ¡vivir, beber y gozar!
Dicho esto, el joven encendió la radio y comenzó a cantar.
Día 2
Manila, Filipinas.
Cuando la gigantesca ave de metal arribó a tierras extranjeras, la media noche ya le había despejado el paso a la madrugada. No importaba qué horas fuesen, ya que la gente y el ambiente mismo seguían subsistiendo entre música, fiestas y personas andando de un lado a otro. Tres jóvenes estadounidenses salieron del aeropuerto con sus maletas, tres viajeros que si bien no conocían el idioma, confiaban en que la guía de sus teléfonos pudiera ayudarlos en su travesía.
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Editado: 11.11.2024