Psicosis

Caso 15. Volviendo a casa

Día 1

Miami, E.U.

Sus dedos agiles se apretaban en el mando del videojuego, sus ojos concentrados no abandonaban la pantalla, y su amigo pegado en el teléfono que tampoco dejaba de insistir:

—Esto no lo necesitamos mañana ni en un mes, hoy hermano, lo necesitamos hoy. Apuesto lo que quieras que mi cuerpo agradecerá infinitamente el estar rodeado de vientos nuevos, personas hablando en otro idioma, la comida y… ¡Dios! Las chicas, las preciosas mujeres que podremos conocer —pero el silencio era más que evidente—. ¿Me estás escuchando Will?

Al otro lado, el joven apagaba la consola y se sacaba los audífonos.

—No, no te estaba escuchando porque estaba en una importante partida, pero tu fastidiosa voz no me deja concentrar.

—¿Será prudente reírme? Llevo horas hablándote sobre este viaje, y sabes que planifiqué cada maldito segundo que vamos a pasar fuera.

—Lo sé, Chase, pero… —el joven suspiró, seguramente se pasaba la mano sobre el rostro— ¿En qué momento te pareció una buena idea llevarla a “ella”?

—Oye, no me culpes. Jamás me dijiste que estabas en desacuerdo con que Natalie nos acompañara.

—No necesito decírtelo, idiota. Y tampoco me molesta del todo, es el simple hecho de que… no me siento cómodo. Mi relación con Nath terminó hace mucho tiempo y no pensé que algún día –gracias a mi mejor amigo- ahora tendría que compartir no sólo el hotel con ella, sino todo un viaje de una semana completa.

—Will. Natalie, tú y yo nos conocemos desde los seis años. Tampoco puedes pedirme de la nada que la excluya de todos nuestros planes. Yo no tengo la culpa de que las hormonas se les alteraran a los dos y vieran un amor en donde jamás existió ni debía existir. Ella fue nuestra amiga antes que todo, y eso no va a cambiar, al menos no para mí.

—Lo lamento. No quiero arruinar las vacaciones por una estupidez que pasó hace años.

—Ya no importa, y será mejor que muevas ese blanco trasero tuyo de esa silla y vengas a recogernos. Nuestro vuelo sale en tres horas y quiero llegar antes.

—Como siempre, tratando de ser el primero en todo.

—Son nuestras últimas vacaciones juntos. En unas semanas más me marcho a la universidad y quiero despedirme de la mejor forma posible.

Los dos amigos se despidieron. Will terminó de cerrar a duros empujones la pesada maleta negra que normalmente utilizaba para viajar. La casa estaba en silencio, en el techo ni los ventiladores daban vueltas; entonces y en medio de un silencio amistoso, los tacones de unos zapatos se intercalaron para sonar en el bronceado piso de caoba. Su madre apareció frente a él.

—Una semana, ¿lo prometes? —cuestionó la mujer.

—Una semana, mamá. Cinco días están contados en el itinerario de Chase, y sabes que adora el orden.

—Cuídate, cielo. Y no apagues el celular, no tomes, no fumes y…

—No hablaré con extraños. Lo tengo todo bien entendido, madre.

—Te quiero Will.

El joven salió. Llevaba la maleta de llantas en una mano y en la otra jugaba con las llaves de su auto. Estaba listo para pasar a la primera de las casas que representaba su desgracia, pero que también representó a un viejo amor estancado en el pasado.

—¿Y Chase? —le interrogó la joven chica al mismo tiempo que se acomodaba el vestido en el asiento del copiloto.

—Pasaré por él a su casa.

—Will —los ojos de ambos se disputaron en un encuentro que prontamente se volvió tortuoso—, no quiero ser la sanguijuela que arruine estas vacaciones.

—No tienes por qué serlo.

—Hagamos un trato. Seamos los mismo amigos de siempre, sin pasado, sin recuerdos y sin acercamientos perversos.

—No pensaba hacer nada de lo que estás diciendo, Natalie, pero estoy de acuerdo contigo.

El auto volvió a encenderse. Bastaron unos cuantos minutos para que, aficionado y extasiado por la idea de viajar fuera del país, Chase corriera hacia el auto que le esperaba. Llevaba una playera de flores abotonada a medio pecho, lentes de sol y una gorra que en inglés señalaba las iniciales de: «Soy Un Hijo de Perra».

—Primer paso —dijo en cuanto estuvo dentro—: el aeropuerto, y segundo: ¡vivir, beber y gozar!

La radio se encendió, los gritos de dos eufóricos compañeros empezaron a escucharse hasta fuera de los vidrios bajos. El viento le pegó en la cara a Will y una sonrisa suya se reflejó en el retrovisor.

Los mejores días del verano aguardaban en algún país escondido de Latinoamérica.

Día 2

Latinoamérica.

Fueron pocas horas de vuelo, pero para cuando el gigantesco pájaro de metal arribó en tierras extranjeras, la media noche ya le había dejado paso a la madrugada. Parecían estar en una ciudad, que por más que las horas entraran, la gente se la pasaba alegre, impaciente de bailar, cantar y divertirse. Los tres estaban en tierras aventureras y en una icónica oportunidad de envolverse de su cultura. Tres jóvenes norteamericanos, que si bien no conocían el idioma a la perfección, la guía en papel o algún turista compañero y paisano suyo les podrían ayudar a entenderlo.




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