Psicosis

Caso 17. El asesino de Chiniak (1/3)

Día 1

Amlie Nilse.

Oceanside, Oregón.

Este caso, aparentemente, ya se había conocido desde hace algunos años. Sucedió a mediados de agosto en el año de 2007. ¿Quién no ha escuchado sobre el misterio de los pies cercenados? Pues si no lo has hecho, déjame ponerte un poco en contexto. En las costas de Canadá, fueron descubiertos, a lo largo de un tiempo, varios zapatos en los que aun perduraba parte del tobillo, pero sin el resto del cuerpo. Muchas personas teorizaron que era la depravada obra de un asesino en serie, pero lo cierto es que jamás se supo la verdad. La policía no logró resolver aquel tétrico misterio y hasta el momento no se sabe absolutamente nada.

Esta historia comienza en el condado de Tillamook, alrededor de las costas de Oceanside, en Oregón. A la joven Amlie Nilse y a su mascota, un San Bernardo de colosal tamaño y de nombre Orus, les encantaba salir a caminar todas las mañanas, pisar la arena húmeda por las olas, ver el horizonte y sentir el viento que los golpeaba con fuerza. Ella normalmente acostumbraba traer una pelota de goma en la mano por si se daba el tiempo adecuado de jugar. Pero lo que Amlie desconocía, hasta ese momento, era saber que ese día no sería el mismo de siempre. Estaba a punto de vivir un hecho que marcaría completamente su vida como lo más extraño y horroroso que le habría podido suceder.

Tanto dueña como mascota emprendieron su caminata como normalmente solían hacerlo, no obstante y cuando llegó la hora de llamar al animal para que regresara, éste no lo hizo. Intrigada y sorprendida, volvió a intentarlo. Esta vez Amlie golpeó sus rodillas con sus manos y gritó aún más fuerte, pero el perro seguía sin obedecer.

La costa de Oceanside era bien reconocida por ser una zona de pesca más que de turismo y paseo. El lugar se hallaba plagado de peligrosas rocas y huecos, que si una persona no sabía andar bien entre ellas, podría resbalar y la herida lo mandaría al hospital. Esta parte de costa, a Amlie le era fácil de recorrer puesto que su padre, un pescador estadounidense, adoraba visitar el océano en tiempo de cardúmenes.

—¡Orus, es tarde, vamos a casa! —la joven se acercó a donde la línea filosa de rocas daba inicio, pero al tratar de acercarse al enorme cuerpo peludo de su mascota y al querer ponerle la correa, una escena de horror se hizo presente.

La mujer retrocedió alarmada, cerca de la costa algo se movía y flotaba entre el calmado oleaje.

—¿Qué demonios es eso? —intentó alejar al perro, pero su enorme fuerza hizo que sus intentos fueran vanos.

El animal hundió el hocico en el agua y tras levantar la extraña figura, un par de dedos y el reloj todavía unido a la muñeca delataron la escabrosa figura de una mano humana.

Desesperada y con los dedos temblorosos, la joven logró llegar al otro lado de la carretera en donde por fin pudo tomar fuerzas y comunicarse con su padre. La conversación que sus últimos alientos le permitieron tener fue la siguiente:

—Encontré, Orus encontró la, una mano —dijo ella.

—¿Qué? —el aturdido pescador tuvo que volverlo a preguntar mientras sujetaba con fuerza el teléfono.

—Papá, en la costa ¡hay una mano flotando! Es de una persona muerta.

El rostro del hombre palideció.

—Hija, primero que nada tienes que calmarte y alejarte de ahí. Llamaré a la policía e iré por ti.

—¡Date prisa, por favor!

Los minutos evolucionaron a horas y más horas que no parecían encontrar su momento de muerte. Cuando la demencia de Amlie comenzaba a controlarla, las sirenas de las patrullas alumbraron en la lejanía, los policías llegaron y junto con ellos el equipo forense.

Efectivamente, lo que los especialistas lograron rescatar del agua era una mano humana. La simetría perfecta de una extremidad que aún era poseedora afortunada de un costoso reloj de marca. Y no hace falta ser un experto en el campo de las ciencias forenses para determinar que aquello pertenecía a un hombre, un misterioso hombre, ahora víctima de ¿tal vez un asesinato, un accidente, un suicidio? Esas respuestas vendrían al final de la tarde, luego de las muestras, la autopsia y el resultado de haber sido cercenada con una sierra.

Confirmado: la misteriosa víctima había sido asesinada. ¿Por quién? ¿En dónde? Y ¿Por qué? Se volvieron interrogantes que con el tiempo y calma suficiente serían reveladas.

Terminemos diciendo que Amlie Nielse se ahogó en pesadillas durante toda la noche, y cuando amaneció, ella se encontraba de rodillas frente al inodoro del baño, en donde se la pasó vomitando y recreando la espantosa sensación de ver el trozo de un cadáver flotando, a su perro mordiendo la carne y las náuseas de un hedor fantasmal.

Día 6

Chiniak, Alaska.

George Galarda era un excursionista canadiense que se interesó por ir a vacacionar a la zona montañosa de Marin Range, en Alaska, y visitar las cordilleras en campos que permitieran el turismo y los campamentos. El sujeto también tenía una idea, y era documentar con una vieja cámara de video todo lo natural y sorprendente de lo que pudieran ser testigos sus ojos; desde las enormes montañas hasta los árboles que habían perdido sus hojas y no quedaba nada más en ellos que unas cuantas tristes ramas. George era un apasionado por las expediciones y el dormir a la intemperie, le gustaba pernotar en medio de la nada, entre los árboles o bajo un cielo atiborrado de luminosas estrellas.




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