Día 1
Thara Horie.
Detroit, Michigan.
Cuando su teléfono móvil comenzó a sonar, ella bajó de la caminadora y se colocó la toalla en el cuello para evitar que el sudor le escurriera.
—¿Estás en el gimnasio? —preguntó su novio y actual prometido.
—Llegué hace media hora. ¿Sucede algo de lo que deba enterarme?
—Kenán sabe que es tu día de descanso, pero créeme que hasta él asegura que este caso es de tu interés.
—Está bien —Thara miró su reloj—. Llegaré en unos veinte minutos. Hasta entonces, guárdame lo mejor.
Thara Horie se especializaba en el campo de la medicina forense y llevaba trabajando para el Departamento de Justicia y Salud de la ciudad de Detroit poco más de ocho años. La mujer de treinta y dos años de edad también estaba comprometida con el agente de investigación, Harold Rogers, agente que prestaba sus servicios para trabajar en coalición con el departamento antes mencionado. Y como una pareja que ha decidido formalizar su compromiso, los dos se hallaban en un momento majestuoso de sus vidas, con un empleo que les permitía darse ciertos lujos, amigos entrañables y una vasta cultura híbrida, pues cabe resaltar que Thara tenía procedencia asiática, mientras que Harold representaba a la estadounidense.
En el momento en el que la mujer arribó a su área del departamento, ya había iniciado la reunión de un amplio equipo de investigación. Entre todos los presentes se encontraba su prometido y el jefe a cargo del equipo.
—Al parecer ya están todos, podemos comenzar —Anunció Kenán y la amplia pantalla electrónica dejó a la vista de todos, varias fotografías. Todas y cada una de ellas mostrando en su lecho de muerte a diferentes mujeres víctimas de un grotesco homicidio—. No hace falta que lo diga, agentes, pero esto, ya lleva por delante un patrón.
—¿Desde cuándo se descubrieron los cuerpos? —comenzaron las preguntas por parte de todos los investigadores.
—Alrededor de cinco meses. En total suman siete las mujeres encontradas. Todas eran madres, tenían excelentes empleos, les gustaba el deporte y frecuentaban sitios de internet para conseguir citas.
—¿Y por qué mejor no buscar trabajadoras sexuales? Son más fáciles de secuestrar y la mayoría de veces nadie advierte sus desapariciones —opinó uno de los agentes.
—Le gusta el riesgo, alardea de sus capacidades porque no deja huellas ni rastro. Nuestro deber es introducirnos en las oficinas estatales para detenerlo. He asignado al equipo al que lideraré y ustedes fueron los elegidos. ¿Están de acuerdo con eso?
—Completamente.
—Andando, debemos sacar a ese peligro de las calles.
¿Qué estaba sucediendo en Detroit para que las personas estuvieran tan aterradas? Había un hombre cazando mujeres. Primero las conquistaba; las enamoraba y cuando bajaban la guardia, terminaba con sus vidas para luego arrojarlas desnudas a las orillas de las carreteras, en los contenedores de basura, o entre los callejones. Se trataba de siete mujeres asesinadas en un lapso de cinco meses; algo que claramente alertó de una manera violenta a la policía de Michigan.
Cuando los agentes emprendieron el viaje, su primer encuentro sería en el corazón de la ciudadanía; la base policiaca que se encargaba de distribuir a todos los policías de la zona. El lugar era pequeño en comparación al Departamento central; había muy poco espacio para una instalación completa y por lo mismo tuvieron que reducir mobiliario.
—Agentes, gracias por venir —los recibió el comandante a cargo, Néstor Murphy—. En seguida les pondré a su disposición a todos mis hombres.
—¿Qué opinan las personas sobre esto? Porque supongo que si los asesinatos ya están en las noticias, las personas saben lo que está pasando —cuestionó Harold.
—Es un completo caos. Las personas llaman constantemente cuando notan a alguien sospechoso en sus jardines o calles. Nosotros no podemos hacer otra cosa que darles esperanzas de que todo va a estar bien.
—Sí, cuando el asesino muera —el humor negro que Harold solía tener no era del agrado de muchos.
—No se preocupe, comandante —para que el comentario burlesco del agente tuviera menos importancia, Kenán intentó devolverle esa misma esperanza—. Nosotros nos encargaremos.
Las cosas parecían estar en silencio, los agentes trabajaban y los analistas técnicos también. Thara prestaba atención a los expedientes entregados por los primeros forenses en revisar los cuerpos. Harold la miraba a lo lejos, pero no se atrevía a decirle nada. El hombre sabía que cuando ella se entregaba por completo a su trabajo lo que menos quería era una distracción. De la nada y en medio de aquel silencio de oficina, dos oficiales más se anexaron.
—Me alegro tanto de verlos —el comandante Néstor se apresuró hacia ellos y luego se volvió al equipo de investigación—. Señores, permítanme presentarles. Ellos son Devon y Zacarías Foster. Ustedes tienen que saber que, yo, a estos dos hombres los considero un ejemplo a seguir. Todos los meses se encuentran en el cuadro de honor por su trabajo y desempeño en el mismo.
Harold se acercó a ellos.
—¿Son hermanos? —les preguntó.
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Editado: 21.11.2024